Los niños juegan con amiguitos, saltan, corren, charlan, disfrutan, incluso discuten, pero... ¿qué pasa cuando ese amigo es imaginario? ¿Es normal que nuestro hijo tenga uno? ¿Cómo podemos manejar esta situación?
Se entiende por amigo imaginario a un amiguito que el niño crea, con el que interacciona a menudo y del que habla a terceras personas. Algunos autores distinguen entre amigos imaginarios y objetos personificados (como puede ser un peluche o un muñeco al que el niño otorga “vida”), ya que las características de los peques que eligen uno u otro parecen diferir en algunos aspectos.
Los amigos imaginarios pueden aparecer entre los 3 y los 7 años, aunque se dan casos de preadolescentes (e incluso adolescentes) que mantienen en cierta forma (con características diferentes a los más pequeños) una figura “no real” con la que tienen algún tipo de interacción. Su presencia no es negativa ni indicativa de patología (salvo casos puntuales con características concretas) por lo que no debemos preocuparnos: son muchos los niños con amigos imaginarios, para que os hagáis una idea, un estudio realizado con niños estadounidenses determinó que casi el 30% de los niños entre 3 y 4 años tiene uno (y esto solo en este rango de edad).
De manera habitual estos amigos imaginarios desaparecen de la misma forma que aparecieron, sin tener que hacer nada excepcional por parte de los papis.
¿Siempre imaginan a otro niño/a?
La forma, edad, rasgos y hasta la especie del amiguito imaginario puede variar mucho de un niño a otro. En un estudio llevado a cabo por Marjorie Taylor, profesora de Psicología en la Universidad de Oregón, en 2003 (con población norteamericana), el 27% de los niños estudiados imaginaban a otro niño, el 19% a un animal, el 17% a un niño con características o poderes mágicos, el 12% a una persona mayor que ellos, y entre los restantes, bebés, fantasmas, ángeles o superhéroes eran las formas en las que visualizaban a su amigo imaginario.
Según recoge esta autora (y otros especialistas de la Universidad de Oregón) en su libro “Imaginary Companions and the Children Who Create Them” los amigos imaginarios no siempre se portan “bien”, a veces pueden realizar conductas no deseadas por el niño como no acudir cuando se les llama, tirarles comida por encima, o desordenar la habitación. Así que sí, los amigos imaginarios pueden ser bastante traviesillos.
No son alucinaciones
Los amigos imaginarios, a pesar de que no se dan en todos los niños, forman parte del desarrollo normal de los peques, de la evolución de su imaginación y fantasía, no es un proceso patológico.
Si bien es cierto que los amigos imaginarios y las alucinaciones desde un punto de vista clínico presentan rasgos comunes, no son lo mismo, ni para nada tienen las mismas implicaciones, hay un rasgo fundamental y clave que los diferencia: los amigos imaginarios son creaciones de los niños, bajo su control, y son figuras funcionales, es decir, el niño los utiliza con una finalidad. Por el contrario las alucinaciones no son voluntarias ni controladas, el sujeto no maneja a su merced el contenido alucinatorio (que es invasivo). Por otra parte, la presencia de estas figuras imaginarias no supone una pérdida de contacto con la realidad.
¿Por qué aparecen los amigos imaginarios?
La idea de que los amigos imaginarios aparecen como una compensación ante carencias afectivas se debe a que los primeros estudios realizados sobre el tema, allá por los años 30, contaron exclusivamente con niños huérfanos que vivían en orfanatos (de la época, imaginad el panorama). Sin embargo en estudios posteriores, que ya incluían a niños que vivían en hogares funcionales, descubrieron que también se daban casos de amigos de este tipo.
A pesar de que pueda parecer un tanto lógico, estas figuras imaginarias no se producen especialmente en niños tímidos o con dificultad para relacionarse, es más bien al contrario: suele tratarse de niños nada tímidos y con facilidad para reír y disfrutar en presencia de otros, tal y como indica Taylor en su estudio.
Durante años se ha pensado que la aparición de amigos imaginarios se debe en parte a que los niños están en una etapa en la que no distinguen aún la realidad de la fantasía, sin embargo M. Taylor y C.M. Mottweiler (entre otros) en estudios recientes demuestran que niños de 3 o 4 años son capaces de realizar esta diferenciación. Según investigaciones realizadas por Paul L. Harris (tal y como recoge en su libro “The work of imagination”), la aparición de estos amigos, lejos de ser negativa, ayuda a los peques en su proceso de desarrollo a comprender las emociones y la mente de otros, al tratarse, en cierta forma, de una especie de juego de roles.
Los amigos imaginarios no surgen “porque...”, sino “para...”, es decir, aunque no estemos hablando de situaciones excepcionales o complicadas, sí es cierto que estos amigos cumplen unas funciones para los niños: desarrollo de su fantasía e imaginación, interacciones, juego, interpretación del mundo, explicación de hechos que no entienden, e incluso poder participar en conversaciones de adultos (quizá no se sientan expertos como para participar, pero su amigo “Pepito” puede que sí)... De ahí que sea importante, como recalcaré más adelante, que nosotros, los padres, participemos y conozcamos a esa figura que acompaña a nuestro hijo, porque nos va a dar información sobre sus necesidades, experiencias, afrontamientos, etc.
¿Pueden ser una señal de alarma?
La presencia de un amigo imaginario no debe llevarnos a pensar en dificultades o patologías, sin embargo sí que hay ocasiones en las que éstos sí que aparecen como respuesta e eventos estresantes o traumáticos para los peques. Se pueden dar en casos en los que los niños no tienen herramientas emocionales necesarias (por factores evolutivos o personales) para hacer frente a una situación complicada. ¿Cuándo consultar a un profesional?
- Cuando la presencia de ese amigo imaginario esté evidenciando una evitación por parte del niño o un método de huida de la realidad: esto puede suceder en ocasiones y contextos que el niño vive como excesivamente estresantes y que aún no es capaz de manejar, como puede ser una separación muy complicada de los padres, la muerte de algún familiar cercano, etc.
- Cuando esta “amistad” esté incidiendo negativamente en sus ganas de interactuar con otros niños, es decir, si se produce retraimiento o aislamiento social.
- Cuando su conducta torne en agresiva a raíz de la aparición del amigo imaginario.
¿Qué hacer si mi hijo tiene un amigo imaginario?
Salvo estos casos excepcionales que mencionaba anteriormente, y como he señalado en varias ocasiones, la presencia de amigos invisibles no debe preocuparnos. Si nuestro hijo tiene un amiguito imaginario lo principal es normalizar la situación:
- Pregúntale sobre su amigo. Sea real o no la verdad es que forma parte del día a día de nuestro hijo, así que mejor conocerle y saber qué características concretas tiene (qué hace, qué dice...): esto nos ayudará a entender mejor a nuestro peque.
- Las normas han de cumplirse, aunque haya sido el amigo imaginario el que se las haya saltado. Puede suceder que el niño nos diga que el dormitorio está desordenado porque su amigo ha tirado todos los juguetes por el suelo, o que esa comida que cuelga de la pared ha sido lanzada por “el otro”, pero en cualquier caso, alguien tiene que recoger las cosas. Expliquémosle a nuestro peque que haya sido quien haya sido toca recoger, y démosle espacio para que lo haga (obviamente le va a tocar a él, pero tampoco es necesario evidenciarlo).
- Aunque pueda parecer raro, integra a su amigo en vuestra vida con normalidad. Para el peque su amiguito está ahí, tiene voz y voto, e incluso puede demandar su propio espacio físico (en el coche, en la mesa...): no pasa nada por entrar un poco al trapo en su historia, así nuestro hijo no sentirá un rechazo por nuestra parte.
- En caso de que no estemos de acuerdo con “participar en una mentira”: hay familias para las que esto de la fantasía es divertido e inocuo (como Papá Noel, los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez), pero para otras el hecho de tratar como real a un ser imaginario puede suponer un problema (sentir que están “mintiendo al peque” o engañándole). Cada uno ha de ser consecuente con sus pautas educativas, lo que sí es importante, en cualquier caso, siempre, siempre, es no ridiculizar al niño y no transmitirle que se trata de algo negativo, ya que eso podría hacerle sentir mal.