Es posible que muchos padres lo hagan porque cuando eran pequeños sus padres lo hacían con ellos, es posible que lo hagan porque parece de mala educación que una persona que hace una pregunta se quede sin respuesta, es posible que lo hagan por vergüenza del "qué dirá mi hijo" y es posible que se deba a alguna otra cosa, pero sucede y sucede a menudo, que muchos padres y madres ejercen de portavoces de sus hijos.
Supongo que ya sabéis a qué me refiero: un adulto se acerca a nuestro hijo, le explica algo, le hace una pregunta y resulta que la respuesta no procede del niño, sino del adulto que lo acompaña, que responde como si el niño fuera él, como si se tratara de un ventrílocuo o, simplemente, como si fuera el portavoz de su voz y pensamiento.
Si hablamos de bebés, cuya respuesta está claro que no llegará nunca por su incapacidad de expresión, es lógico que algunos padres respondan incluso en primera persona: "Que, ¿te gusta la comida?", "Sí, ¡me encanta! Sobretodo la manzana". A veces se añade un "dile" a la repuesta, como poniendo las palabras en boca del niño aún sabiendo que no las dirá. Hasta aquí me parece normal, lógico y hasta gracioso, por eso de crear diálogo y compartir palabras con el bebé aún cuando no puede entablar conversación.
Sin embargo, cuando los niños son ya más mayores y más capaces de entender y expresarse puede ser contraproducente limitar las conversaciones de nuestros hijos respondiendo nosotros. Por una parte, no les dejamos expresarse en un momento en el que, precisamente, se están dirigiendo a ellos. Por otra parte, corremos el riesgo de hacer creer a los niños que, o no son quien para hablar con los adultos o que damos por sentado que no sabrán qué responder. Todo ello hace que les restemos autonomía y confianza. Autonomía porque no les vemos capaces de dialogar (les salvamos si creemos que no saben responder) y les quitamos confianza porque creemos que pueden decir algo inapropiado.
Como lo ideal es que los niños puedan formar parte de la sociedad como uno más y, por lo tanto, que puedan dirigirse a cualquier persona sin miedos, vergüenzas y sin mirar a papá o mamá para que respondan cuando les preguntan a ellos (yo de pequeño lo hacía, cuando se dirigían a mí miraba a mis padres para que hablaran ellos, como hacían siempre), lo ideal es que los padres nos quedemos callados y que, simplemente, observemos el diálogo. Como mucho, si vemos que el niño no responde, podemos intervenir para explicar la pregunta al niño y para ver si quiere responderla, y digo eso porque aunque puede parecer una cuestión de educación, no estamos realmente obligados a responder a todo lo que nos preguntan.
Yo confieso que al principio, en los primeros años como padre, hice de portavoz en más de una ocasión con el mayor, en parte porque tenía poca habilidad lingüística y en parte por ofrecer una información controlada, evitando que el niño dijera según qué cosas. Ahora, quizás porque no tengo nada que esconder o quizás porque me parece mucho más lógico, dejo que respondan lo que ellos crean y que hablen, escuchen, respondan, pregunten y en definitiva entrenen y ensayen en el arte del diálogo y la comunicación.
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