La mayoría de los padres no dudan de la eficacia del castigo para corregir conductas que no queremos que haga nuestro niño, pero también, un gran número de ellos olvida la importancia de reforzar conductas positivas.
Ante una situación determinada, los niños repetirán aquellas que les reporten una satisfacción personal o una recompensa, lo que demuestra la importancia del refuerzo en la educación y en el desarrollo de su conducta.
Si creemos que la buena conducta consiste en portarse bien, en que es un debery una obligación de los niños, estamos frente a un error más que frecuente en el que caen muchos padres.
Al restarle importancia a los logros de nuestros hijos, éstos acaban centrándose y definiendo su personalidad en relación a sus errores y malas conductas.
Resulta muy fácil caer en la tentación de generalizar los actos negativos de los hijos (del tipo “nunca hace caso”, “siempre está desobedeciendo”...) y etiquetarlos (“eres malo” o “eres un trasto”, entre otros muchos) . Pero esta generalización de hábitos negativos no nos va a ayudar a fomentar los positivos; más bien todo lo contrario.
Los niños se identifican con la imagen que reciben de sí mismos por parte de sus padres, debido a que la formación de la personalidad responde a la necesidad de definir quiénes somos
El ser de algún modo, independientemente de que sea bueno o malo, les ofrece la seguridad de saber cómo deben comportarse. Por ello, es conveniente apreciar cada acción de forma independiente y fomentar una personalidad que favorezca una autoestima positiva.
¿De qué forma podemos reforzar una conducta positiva?
La atención, las muestras de afecto y el elogio son las mejores formas de reforzar una conducta positiva. Del mismo modo, y de forma ocasional, un regalo material puede resultar un eficaz recurso para motivar y reforzar la conducta deseada en los hijos., Pero es importante no abusar de este recurso para no convertirlo en una costumbre.
No debemos olvidar el poder de las palabras, que junto a gestos cariñosos, suponen un gran recurso que nos ayudará a obtener resultados efectivos cuando queramos que una conducta se realice más o menos.
El que nuestros hijos lleguen a esas conductas que deseamos es un proceso que compone de pequeños logros que, una vez superados, van acercandolo al objetivo final. Por ejemplo, si queremos que nuestro hijo permanezca sentado mientras come, no podemos pretender que al principio esté todo el tiempo sentado. Le iremos subiendo el tiempo a medida que va logrando permanecer cada vez más tiempo sentado (5 min, 10 min, 15 min…, así hasta que ya sea capaz de estar toda la comida sentado)
Del mismo modo, se tendrá más posibilidades de éxito y de realización de la conducta esperada si el refuerzo está presente en todo momento y se da importancia, también, a los pasitos pequeños. En el caso anterior, los elogios, gestos de afecto o incluso premio material, deben darse ante cualquier avance (por mínimo que sea), y no esperar a alcanzar el objetivo final.
Debemos tener en cuenta que cuando se le da el premio, éste debe ser proporcional al logro conseguido y, aunque parezca insignificante y que no va a servir de nada, no hay que dejar de dar una felicitación o unas simples palabras de ánimo (“¡qué bien lo has hecho!”, “¡eres un campeón!”...).
Ocurre que algunos padres, ante una situación que les supera, pueden perder los papeles o responder de una forma inadecuada que, aunque les ayude a restablecer el control de forma inmediata, no esté beneficiando al desarrollo de hábitos positivos de conducta. (Ya os hemos preguntado vuestra opinión al respecto hace unos días)
La mayoría de las veces ocurre porque los padres no tienen del todo claro qué debe evitarse para que un niño deje de realizar una conducta que no nos gusta. Entre esas cosas que no se deben hacer están, por ejemplo, amenazarle con cosas, no explicarle el por qué del castigo y su mala conducta, educarle en el miedo, gritarle o despreciarle, pegarle…
Conclusión
Los padres muchas veces tenemos más en cuenta lo mal que lo hace nuestro hijo ante una conducta que no nos gusta, olvidando la importancia de reforzar conductas positivas. Éste refuerzo positivo ha de ser posterior e inmediato a la acción, pues el retraso disminuye su eficacia.
Así mismo, se debe premiar (del modo que sea: con palabras, con un regalo material, con gestos de afecto…; es decir, debemos saber cuál es la mejor recompensa para cada momento) cualquier esfuerzo o logro del niño por pequeño que sea. Además, no debemos terminar con un “pero” una recompensa, pues no se trata de una crítica hacia lo que ha hecho nuestro hijo.
Foto | Richard Elzey en Flickr
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