¿Imaginas llegar a un hotel, alquiler vacacional o Airbnb y tener que compartir la cama para dormir con todos o incluso con personas desconocidas? Aunque hoy en día eso sería algo impensable, hace algunos cientos de años era lo habitual.
Si nos pusiéramos a analizar cómo eran las costumbres en la antigüedad, encontraríamos que dormir en grupo era algo no solamente normal, sino necesario por las condiciones y circunstancias de la época.
De hecho, en la Edad Media lo normal era que las personas, conocidas o no, compartieran la cama para dormir.
La antigua práctica del sueño comunitario
Aunque desde tiempos tan antiguos como la prehistoria el ser humano ha designado un espacio para dormir, en ese entonces colocando montones de pasto, ramas y hojas en una zona del suelo, las camas más parecidas a la que conocemos hoy en día las hicieron los egipcios y los romanos, quienes elaboraban delgados colchones que rellenaban de caña, heno o lana.
Pero aún en esa época, eso de tener una cama elevada estaba reservado para unas cuantas personas y la mayoría de las personas dormían en una misma habitación, sobre un colchón en el suelo.
Cuando llegó la Edad Media, comenzaron a fabricarse mejores camas de madera, que eran decoradas con ornamentaciones talladas y pintadas, y a utilizarse otros materiales tanto para los colchones como para los cobertores. Pero compartir la cama o dormir unos cerca de otros continuaba siendo una práctica común, especialmente porque las camas eran un objeto valioso y escaso.
En los hogares de la época, las familias usualmente solo podían permitirse tener una cama en la que dormían todos juntos, por lo que además de ser un lugar de descanso, ésta también proporcionaba calor y seguridad. En las posadas y tabernas, sucedía algo similar, y los viajeros debían compartir cama con los otros clientes del lugar para pasar la noche.
Durante varios siglos después de la Edad Media y hasta mediados del siglo XIX, compartir la cama para dormir era algo rutinario e incluso deseado. De acuerdo con el medio Atlas Obscura, la historiadora Lucy Worsley señala en su libro If Walls Could Talk que dormir en una de las grandes camas que solían fabricarse alrededor del siglo XVI hubiese sido muy solitario.
En el libro The Queen's Bed: An Intimate History of Elizabeth's Court, la historiadora Anna Whitelock narra cómo la reina Isabel I dormía cada noche junto a una mujer de confianza, usualmente alguna de sus damas, para proporcionarle compañía y seguridad, y con la que conversaba antes de dormir, hablando de sus sueños, sus pesadillas e incluso pidiendo consejos.
Los célebres diarios de Samuel Pepys, un escritor y político inglés del siglo XVII, detallan sus viajes y algunas de las noches en las que debía dormir junto a amigos, colegas e incluso desconocidos, resaltando que el compartir la cama con personas variadas proporcionaba interesantes conversaciones. Aunque, desde luego, también había inconvenientes.
Del siglo XVIII, encontramos el peculiar relato autobiográfico de aquella ocasión en la que John Adams y Benjamin Franklin, dos de los padres fundadores de Estados Unidos, tuvieron que compartir cama en una posada. De acuerdo con lo que cuenta Adams en su diario, pasaron gran parte de la noche discutiendo porque él quería cerrar la ventana y Franklin no. Al final Franklin "ganó", pues Adams se quedó dormido mientras escuchaba como el otro argumentaba sobre los riesgos de dormir con el aire reciclado de la habitación.
Dormir separados, una costumbre moderna
Como lo comentábamos, para el siglo XIX el sueño comunitario comenzó a desaparecer, en parte por médicos que lo calificaron como algo antihigiénico, antinatural y poco saludable. Esta creencia aumentó tanto, que durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, hasta los matrimonios dormían en camas separadas.
Tras la Segunda Guerra Mundial y los cambios sociales en los que cada vez eran más las mujeres que trabajaban fuera de casa, los matrimonios volvieron a compatir la cama. Pero el sueño comunitario de la época medieval nunca regresó.
Imagen de portada| Bebés y Más con DALL·E 3