
Una buena comunicación, es decir, una en la que seamos abiertos y respetuosos, es la base de muchas relaciones interpersonales, desde las relaciones de pareja hasta las que tenemos con amigos y familia.
Sucede que mantener una comunicación abierta nos ayuda a acercarnos más a los demás, así como a crear conexiones realmente profundas e íntimas.
Sin embargo, la misma psicología señala que aunque siempre será recomendable ser abiertos y honestos a la hora de relacionarnos con otros, hay ciertas cosas que deberíamos omitir.
De acuerdo con los psicólogos, estas son siete cosas que es recomendable no compartir a los demás y mejor guardar para nosotros mismos.
1) Nuestras metas personales
A la hora de querer alcanzar una meta, hay quienes aconsejan compartir nuestro objetivo con lo demás, tanto para que éstos nos motiven como para que nos sintamos un poco más comprometidos a la hora de intentar lograrlo.
Sin embargo, la psicología ha encontrado que compartir nuestra metas peraonales con otros no es la mejor idea. Sucede que, al contar a otros lo que aspiramos lograr, nuestro cerebro libera dopamina y nos da una sensación de satisfacción, como si ya hubiéramos logrado lo que nos hemos propuesto.
Esta satisfacción momentánea puede influir en la motivación original que teníamos para hacer lo que queríamos, haciendo que, sin darnos cuenta, disminuyan esas ganas o empuje que teníamos originalmente por hacer las cosas.
2) Resentimientos del pasado
Seguramente todos alguna vez hemos vivido una experiencia que nos ha dejado esa sensación de enojo o resentimiento hacia alguien más. Ya sea un desacuerdo con un compañero de trabajo o un pleito con alguien de nuestra familia, a veces nos quedamos con un mal sabor de boca.
En nuestro intento por pasar la página, hablamos de esta situación con alguien más, con la finalidad de desahogarnos y quitarnos esa molesta piedrita en el zapato. Pero a la hora de hablar de ello, resulta que el enojo vuelve a reavivarse y no logramos soltar nada, sino todo lo contrario.
Sucede que, al volver a hablar de una mala experiencia o querer contarla a alguien más, nos metemos en un ciclo de rencor del que es difícil liberarse, precisamente porque estamos volviendo a revivir ese mal momento. La recomendación, es aprender a dejar las cosas en el pasado. Recuerda que no podemos cambiar lo que ya ha sucedido, pero sí que podemos controlar cómo reaccionamos y reenfocar nuestra mente en el futuro.
3) Nuestros actos de amabilidad
Para este no es necesaria mucha explicación. Hacer algo bueno por otros y contarlo a alguien más nos hace sentir bien sobre nosotros mismos. Pero lo que quizás no vemos, es que contar la buena acción que hemos realizado nos hace ver como personas egocéntricas o que buscamos atención.
Este punto trajo a mi mente un recuerdo de hace unos años. Conocí a una señora que, al menos una vez en cada conversación, hablaba de las cosas que había hecho por otros: donarles dinero, ayudar a alguien que lo necesitaba, regalar ropa, comprarles comida... Pero mientras todas esas cosas estaban bien, el hecho de siempre mencionarlas le hacía ver como una persona que buscaba ser reconocida o que lo hacía por tener una buena imagen ante los demás.
La amabilidad genuina no busca obtener aplausos o reconocimientos: es la que sucede día con día, cuando hacemos cosas buenas por los demás, sin tener que comunicarlo al mundo.
4) Nuestra situación económica
El tema del dinero es uno que casi siempre resulta complejo. Entre colegas, hablar del salario es mal visto en muchos países, y entre amigos, si la diferencia es considerable, se puede volver un tópico que genere envidia y termine por afectar la amistad.
Sucede que, de acuerdo con la psicología, compararnos con otros es algo que muchos solemos hacer de manera inconsciente, y debido a que la situación económica frecuentemente se relaciona con nuestro valor propio y con el estatus que tenemos dentro de la sociedad, hablar sobre ella no es lo más aconsejable.
Por ello, y a menos que sea absolutamente necesario, nuestra situación económica es un tema que es mejor no incluir en las conversaciones con otros. Al final, lo que define una amistad no es saber si el otro gana más o menos que uno, sino la conexión genuina que hay entre ambos.
5) Nuestro drama familiar
Ya sea un drama entre hermanos o una pelea entre padres e hijos, llegará el día en que tengamos un roce o fricción dentro de la familia.
Una reacción natural a ello es buscar desahogarnos con alguien cercano, especialmente si la situación se ha vuelto dramática. Pero en este caso sucedería algo similar a lo que hablábamos cuando vimos lo de los resentimientos: más que aliviar la situación, la reaviva al meter a una tercera persona, especialmente si es alguien ajeno a la familia.
Claro, no es como que el amigo al que le contemos vaya a entrar en el drama, pero su opinión sí que podría influir en nosotros y esto también puede hacer que nuestra familia se vuelva en objeto de críticas y opiniones. Recuerda esto: cuando hay un pleito, discusión o diferencias entre dos personas, las únicas involucradas y encargadas de resolverlo son ellas mismas y la gente que estuvo con ellas o se puede ver afectada por ello.
6) Nuestras batallas personales
Todos, sean grandes o pequeñas, hemos tenido nuestras propias batallas. El tamaño o la importancia de cada una puede influir no solo en nuestro estado de ánimo, sino también en la relación que tenemos con los demás.
Y si bien puede ser positivo que compartamos las cosas que nos acongojan o preocupan con otros, es importante cuidar qué tanto lo hacemos y con quien. Estar continuamente hablando de las cosas que se nos dificultan, especialmente si lo hacemos con alguien con quien no tenemos una relación profunda, puede hacer que las personas se alejen de nosotros.
En cambio, y porque nadie debe luchar en soledad, habremos de ser selectivos y contar este tipo de cosas únicamente a personas realmente cercanas y que nos acompañen a superarlas, o bien, buscar ayuda de un profesional.
7) Nuestros secretos más oscuros
Finalmente, otra cosa que la psicología no recomienda compartir son nuestros secretos más oscuros. La principal razón, es porque hacerlo raramente es beneficioso (a menos que se trate de algo contado en un entorno completamente seguro).
Por ejemplo, si contamos a alguien un secreto muy personal, pero esa persona resulta no ser de confianza, corremos el riesgo de volvernos centro de críticas y chisme, o peor aún, de que eso que compartimos sea usado en nuestra contra en determinadas situaciones, como en el ambiente laboral (incluso si nuestro secreto no es nada malo).
Lo mejor, es respetar nuestros secretos. Éstos son una parte de nuestra experiencia y de las cosas que nos hacen crecer como persona, por lo que no es necesario que nadie más los conozca.
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