El síndrome de la salvadora: cómo dejar de reproducir este rol en los vínculos y construir relaciones donde dar y recibir

Siempre lo das todo por los demás. Estás pendiente de que tu entorno esté bien, y sobre todo, de cuidar. De hecho, te enganchas a relaciones en las que el otro te necesita. Te centras tanto en resolver los problemas ajenos, que te olvidas de los tuyos propios (y tal vez esto sea un mecanismo de defensa; si pongo toda mi atención en el otro, me olvido de lo que a mí me preocupa...).

Si todo esto te resuena, puede que experimentes el síndrome de la salvadora. Hablamos de un patrón que acaba desgastando mucho. Porque, para que una relación funcione, resulta clave que haya cierto equilibrio entre lo que damos y lo que recibimos.

Sin embargo, dejarse cuidar tampoco es fácil cuando llevamos toda la vida cuidando a los demás. Proponemos algunas claves para reconocer este patrón y sobre todo, para salir de él, a favor de relaciones más equilibradas.

¿Qué es el síndrome de la salvadora?

El síndrome de la salvadora, también conocido como el síndrome de la cuidadora, se refiere a una tendencia compulsiva a ayudar y cuidar de los demás, a menudo en detrimento de uno mismo.

Las personas que experimentan este síndrome sienten una necesidad constante de resolver los problemas de los otros, creyendo que su valor personal depende de su capacidad para ayudar. Este comportamiento suele surgir de diversas fuentes, como experiencias en la infancia, baja autoestima o un deseo profundo de sentirse necesitadas y valiosas.

Se genera, de este modo, un patrón codependiente en las relaciones, porque la persona busca, inconscientemente, a alguien a quien ayudar, y la otra persona busca ser salvada, ayudada, apoyada... El 'perfecto' match.

Las personas que experimentan este síndrome sienten una necesidad constante de resolver los problemas de los otros, creyendo que su valor personal depende de su capacidad para ayudar.

Por qué reproducimos este rol y cómo se manifiesta

Hay muchas causas detrás de este rol. Una de ellas puede ser el haber crecido en entornos donde uno mismo fue recompensado o valorado por la propia capacidad de cuidar y resolver problemas (todo esto también tiene que ver con los distintos tipos de apego y con su impacto en la adultez).

Puede ser que en su infancia, a estas personas se les haya inculcado la idea de que su amor y aceptación estaban condicionados a su capacidad de ser útiles y sacrificar sus propias necesidades por los demás. Como adultos, continúan buscando esa validación a través de sus relaciones, asumiendo roles que les permiten sentirse necesarios.

Las características típicas de este síndrome incluyen:

  • Auto-sacrificio: Priorizar constantemente las necesidades de los demás sobre las propias.
  • Baja autoestima: Sentir que el propio valor depende de la capacidad para ayudar y cuidar.
  • Falta de límites: Dificultad para decir "no" y marcar límites sanos.
  • Sentimiento de culpa: Sentirse culpable o ansioso cuando no se puede ayudar o cuidar de alguien.

Cómo construir relaciones donde dar y recibir

Entonces, ¿cómo dejar de reproducir ese rol? Empezando por ser consciente del mismo, para, poco a poco, fomentar dinámicas en las relaciones donde tanto dar como recibir sean igualmente valorados.

Se trata de empezar a relacionarnos con personas con las que nos sintamos validadas y cuidadas, y aprender a 'quedarnos ahí', en esa sensación con la que no estamos acostumbrados. Aunque parezca paradójico, a las emociones agradables también nos cuesta acostumbrarnos si no las solemos experimentar (además de que pueden aparecer pensamientos dañinos del tipo 'no merezco esto'). Pero confía, déjate cuidar, quédate ahí.

Por otro lado, es clave darnos cuenta de todo lo que podemos aportar en una relación más allá de nuestros cuidados o atención incondicional (y que no hace falta ser incondicionales para que nos quieran), y de lo que podemos recibir (porque sí, también merecemos ser cuidados). Y empezar a ser menos incondicionales para el otro, no decir a todo.

Solo así podremos resonar con personas que valoren nuestra compañía y nos aprecien por nuestras cualidades, no únicamente por los servicios que prestamos o los problemas que resolvemos. Y todo esto que decimos puede significar buscar nuevas amistades, pero también reevaluar las actuales para asegurarnos de que son equilibradas y saludables.

Permitir que nos cuiden puede ser un reto, pero es necesario

En definitiva, dejar que otros te cuiden (o te ayuden) puede ser un desafío si estás acostumbrada a ser siempre la cuidadora (o la que tira del carro). Sin embargo, permitir que otros te apoyen y te ayuden es clave, no solo para desarrollar relaciones equilibradas, sino también para mantener tu autoestima y tu salud emocional.

Y esto es un camino que implica mostrar la propia vulnerabilidad y aceptar que no siempre podrás gestionar todo por tu cuenta. Es decir, soltar el control; puedes empezar por acciones pequeñas, como no organizar tú todos los planes, esperar a que te llame la otra persona... Recuerda que aprender a recibir es tan importante como aprender a dar.

Foto | Portada (Película Los principios del cuidado, 2016)

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