Cuando hablamos de trauma infantil, solemos pensar en situaciones extremadamente graves: maltrato, abandono o tragedias familiares. Sin embargo, los traumas no siempre tienen que ser extremos. Una infancia marcada por críticas constantes, la falta de validación emocional o la ausencia de un entorno seguro también puede dejar cicatrices profundas.
Estas vivencias, aunque aparentemente "normales", moldean el cerebro y el comportamiento de quienes las experimentan, llevándolos a desarrollar ciertos patrones en la adultez.
En este artículo analizamos cinco comportamientos comunes en adultos que vivieron traumas en su infancia a través de ejemplos. Y, más allá de señalarlos, entenderemos por qué ocurren y cómo pueden gestionarse (aunque, recuerda la importancia siempre de acudir a un profesional de la salud mental).
1) Hiperindependencia: "No necesito a nadie"
El adulto que creció en un ambiente donde pedir ayuda era sinónimo de debilidad o que recibía continuas decepciones de figuras de cuidado, a menudo desarrolla una hiperindependencia.
Por ejemplo, Andrea, de 32 años, nunca deja que otros paguen en una cena ni acepta favores, aunque los necesite. Su mantra interno es: "Si dependo de alguien, me van a fallar".
¿Por qué ocurre?
El cerebro asocia la cercanía con el riesgo de ser herido. Por tanto, estas personas aprenden a no depender de nadie, incluso a costa de su propio bienestar.
¿Qué hacer?
Reconocer que aceptar apoyo no es sinónimo de debilidad. Un buen primer paso podría ser pequeños ejercicios como pedir un consejo o ayuda en tareas sencillas.
2) Hipervigilancia: "Siempre estoy alerta"
El trauma enseña al cerebro a estar en modo de supervivencia o alerta constante. Esto puede manifestarse como hipervigilancia: analizar cada gesto, tono de voz o palabra para anticipar posibles conflictos o rechazos.
Imagina a Carlos, un adulto que en reuniones sociales se siente agotado porque evalúa cada movimiento de los demás, preguntándose si hizo algo mal o si alguien está molesto con él.
¿Por qué ocurre?
La infancia les enseñó que 'el peligro puede aparecer en cualquier momento', y ahora su sistema nervioso no sabe cómo relajarse.
¿Qué hacer?
Practicar técnicas de relajación como mindfulness puede ayudar a calmar el sistema nervioso y desactivar ese "radar constante".
3) Dificultad para poner límites: "Siempre digo que sí"
Carmen, de 40 años, tiene una agenda llena porque no sabe decir "no". Temiendo el rechazo o la desaprobación, accede a favores, reuniones y compromisos que no desea cumplir.
¿Por qué ocurre?
Un niño que crece en un entorno donde sus necesidades no son valoradas aprende a priorizar las de los demás para sentirse aceptado. En la adultez, esto se traduce en relaciones desequilibradas y agotamiento emocional.
¿Qué hacer?
Aprender a identificar los propios límites y practicar respuestas asertivas, como: "No puedo ahora, pero gracias por pensar en mí".
4) Autosabotaje: "Tengo miedo al éxito"
Algunos adultos que vivieron traumas en la infancia desarrollan miedo al éxito o a la felicidad. Por ejemplo, Ana obtiene un ascenso en el trabajo, pero a los pocos meses comete errores evitables (de forma inconsciente) porque, en el fondo, no cree que lo merece.
¿Por qué ocurre?
Crecieron en entornos donde la alegría era efímera o donde el éxito era castigado o ignorado. Ahora, su mente asocia lo bueno con la posibilidad de perderlo.
¿Qué hacer?
Trabajar en la autocompasión y reflexionar sobre creencias limitantes con la ayuda de un terapeuta. Recordar que merecen lo que han logrado es fundamental.
5) Fuerte necesidad de control: "Si lo controlo, no me harán daño"
Marcos, de 35 años, revisa los horarios de sus amigos cuando planean una salida para asegurarse de que todo esté bajo control. Incluso elige el restaurante para evitar sorpresas desagradables.
¿Por qué ocurre?
El caos o la imprevisibilidad de su infancia les enseñó que el control era la única forma de sentirse 'seguros'. Ahora, necesitan que todo esté bajo su dominio para evitar revivir ese sentimiento de desamparo.
¿Qué hacer?
Practicar la tolerancia a la incertidumbre mediante ejercicios graduales, como dejar que otros tomen decisiones pequeñas, puede ayudar a liberar esa necesidad constante de control.
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