Cuando hablaba ayer de que los discos de lactancia no son necesarios para todas las madres y en todas las circunstancias no pretendía generalizar en absoluto. A algunas mujeres, especialmente cuando salen de casa, les harán falta, aunque, como decía, cada una debe valorar si les hacen falta y cuando. No es cosa de ir chorreando leche.
Me he acordado de una anécdota que me sucedió durante mi lactancia. Yo trabajaba entonces en una oficina que coordinaba servicios médicos en otros países y había momentos de enorme tensión.
Además, yo tenía que dirigir un equipo de diez personas bajo mucha presión, teníamos llamadas de personas que necesitaban, por ejemplo, una ambulancia en Estambul porque a su padre le había dado un infarto, o repatriaciones de personas con graves dolencias en un avión que tenía que llevarlos de Roma a Buenos Aires en un estado realmente complicado. Y en el peor momento mi pecho decidió que las hormonas se ponían en marcha y me puse a chorrear leche.
Ya cuando mi hijo tenía casi un año, allí estaba yo, con cuatro personas en línea: el médico repatriador, el médico del hospital, el familiar y el seguro, sentada sobre la mesa agobiada pero intentando dar tranquilidad a todos, cuando mi cuerpo explotó de la presión con una subida inesperada de leche y, en verano con una camiseta y un sujetador sencillo, empecé a brotar como una fuente mojándome de leche hasta los pies.
Yo no usaba discos hacía tiempo, el flujo se había ya asentado y seguía extrayendo leche en la oficina, bueno, en el baño, todo hay que decirlo, pero bien que aquel día me hubieran venido bien. El vestido lució un nuevo estampado. Menos mal que solamente usaba mi voz para trabajar o el teclado, pues estar chorreando leche delante del público tengo que decir, que por muy natural que sea, me habría turbado mucho. ¿Os ha pasado algo parecido alguna vez?
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