Creo que no hay ninguna experiencia que pueda ponernos a prueba tanto como lo hace la maternidad. Si bien es cierto que con ella aprendemos muchas lecciones de vida, también es algo que nos hace cuestionar nuestras capacidades y tambien, luchar cada día por ser mejores.
Pero aunque sé que cada experiencia en la maternidad es diferente, en mi casi me he dado cuenta que no existe una maternidad perfecta, y simplemente debemos hacerlo lo mejor posible y aprender a dejar que todo fluya.
El deseo de hacer las cosas bien
Cuando nos convertimos en madres por primera vez, no solamente nos llenamos de alegría e ilusión. Tras la emoción de esos primeros momentos, comienza la segunda parte: la planeación, en la que suelen aparecer los miedos y dudas de esta nueva aventura que estamos por iniciar.
Incluso desde el embarazo podemos vivir toda una montaña rusa de emociones, desde positivas como un: "¡será increíble!", hasta algunas que no lo son tanto y nos hacen sentirnos angustiadas, como: "¿estaré lista para ser madre y hacer bien las cosas?"
Y finalmente, cuando llega nuestro bebé, nos esforzamos por hacerlo todo lo mejor posible, con miedo de primerizas, pero siempre dando nuestro esfuerzo más grande, tratando de seguir o de imitar aquellos consejos que nos garantizan tener éxito o ser lo mejor para nuestros hijos.
Al seguir este camino, la maternidad puede volverse no solamente agotadora, sino estresante, pues el querer hacerlo todo a la perfección o "de la mejor manera" hace que nos sobreexijamos y vayamos al máximo en nuestras capacidades.
Sin embargo, con el paso de los años, me he dado cuenta que si bien es bueno intentar hacer las cosas bien y aprender a ser mejores, debemos ser conscientes que no existe la perfección en la maternidad no existe. Y deberíamos relajarnos más.
Aprender a fluir en la maternidad
Es muy normal que al inicio deseemos hacer las cosas al pie de la letra, leyendo todos los consejos de maternidad y dándole lo mejor a nuestros hijos. Pero si no nos relajamos y aprendemos a dejar fluir las cosas, podemos convertir esta experiencia de vida en un agobio.
Lo admito, aprender a fluir no es tan fácil, ¡especialmente cuando se trata de nuestros hijos! Como madres y padres, siempre de los siempres deseamos lo mejor para ellos y hacemos lo posible por ser buenos en este importante papel.
Recuerdo que durante mis primeros años de madre, me sentí culpable durante mucho tiempo por algunas cosas que no salieron como yo lo esperaba y permití que el no haberlo logrado tal y como se supone que era mejor para mi hija me causara estrés.
Comencé a intentar compensar aquellas cosas que en principio no resultaron como lo quería, y empecé a exigirme mucho más como madre. Cuidaba mucho seguir aquellos consejos de disciplina o de salud para que mi hija creciera de la mejor forma posible.
Pero la realidad es que no existe un manual para ser una buena mamá y cada niño es diferente, por lo que muchas veces la teoría no funciona para todos. Algunos habrán tenido una lactancia natural, mientras que otros no lograron establecerla nunca.
Lo mismo con ciertas formas de crianza o corrientes de disciplina. En algunos hogares la disciplina positiva y no usar pantallas les habrá dado resultados geniales, pero en otros simplemente no fue lo mejor para la dinámica familiar. La realidad es que en cuanto a crianza nadie tiene la verdad absoluta.
Cada familia, cada madre y cada niño es un mundo. Incluso entre hermanos, lo que funcionó o salió bien para uno, pero no resultó igual en el caso de otro, no significa que solo con uno hayamos tenido éxito o con el otro hayamos fracasado.
Pero esto es algo que solamente se aprende con los años, cuando adquieres experiencia suficiente con la maternidad y la crianza, y te das cuenta que la perfección no existe, que también es bonito aprender de los errores y que en muchos casos, lo mejor es simplemente disfrutar el momento.
Al final, los recuerdos son los que se mantienen
Ahora sé que dejar fluir las cosas ocasionalmente es lo mejor para todos y no va a suceder nada malo si nos relajamos un poco y nos enfocamos en disfrutar más. No dejamos de ser buenas madres ni nuestros hijos crecerán "inadecuadamente" solo porque no seguimos uno que otro consejo de maternidad.
Aunque está muy bien querer ser mejores, debemos ser conscientes de que la perfección no existe y debemos aprender a disfrutar más del camino. Así que hagamos las cosas lo mejor posible, pero sin caer en agobios ni preocupaciones.
Después de todo, los niños crecen rápido y lo que se queda en su memoria es el tiempo que pasamos con ellos, así como el cariño y la atención. Al final, lo que realmente importa es que ellos sean felices, y les criemos para ser personas amables, completas y dichosas.
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