Mis consejos navideños: La guerra de la gamba

Pues si, debo confesarlo, cuando era pequeña me agobiaba en Navidades, como ya os contaré más adelante. Pero cuando nació mi hijo las cosas no mejoraron, y en buena parte la culpa era de esos familiares empecinados en darle al bebé todo lo que no debía comer. Por eso mi tercer consejo navideño lo titulo: La guerra de la gamba que se suma a mis anteriores consejos para sobrevivir a la Navidad en familia.

Las comidas familiares pueden convertirse en un momento muy desagradable si nos vemos presionados continuamente y criticados sobre la crianza. Y a más contacto y más personas con las que tenemos contacto escaso, más posibilidad de problemas. Uno habitual es la comida del bebé o del niño pequeño. Parece que nadie sabe nada sobre nutrición infantil, alergías o ritmo de incorporación de los alimentos.

Mi consejo navideño de hoy tratará sobre como evitar o minimizar los daños cuando los familiares aprovechan estas fechas para intentar que nuestro hijo coma cosas que no le convienen o que, directamente, no son adecuadas para su edad.

Esa costumbre de meterse en nuestra crianza

Sois muy afortunados si vuestra familia respeta vuestras decisiones y estilo de crianza. Si no os ha pasado nunca no podéis imaginar el agobio que supone encontrar que, en cada reunión navideña, os convertiréis en objeto de críticas, chanzas y chantajes a vuestro hijo por cuestiones como el pecho, el sueño, los berrinches o la comida.

Y vamos por la comida. La Navidad es tiempo de banquetes. Parece que el mundo fuera a acabarse mañana y que, si no reventáis comiendo, estáis haciéndoles un feo. Los adultos podemos sobrellevarlo con dignidad, pero cuando hay un bebé ya no valen tanto la contemplaciones.

Aunque se ofendan u os pongan verdes el bebé no debe comer tocino, ni gambas, ni mantecados, ni tomar cocacola. Si no tiene la edad adecuada y no lo ha comido nunca no debe catar el pescado, ni los fritos, ni los dulces navideños, ni los frutos secos.

Razones para darle al bebé una gamba

Lo mínimo es que tenga una indigestión, lo peor, una reacción alérgica. No hay que ser un genio para darse cuenta, digo yo, pero parece que hay familiares que, sea por la razón que sea, consideran que hay que darles algo que no queremos que les den. No hay motivo alguno para que un bebé coma gambas o cualquier otra cosa inadecuada aunque sea Navidad.

Poniéndome en lo mejor, diría que es ignorancia. Antes, sin duda, se acostumbraba a dar alimentos antes que ahora. Vamos, que por dar, a los niños a los diez años les daban un poco de vino y no “pasaba nada”. Si admitimos que la única razón es la ignorancia puedo ser amable, pero firme, en mi consejo de no ceder.

Pero cuando unos padres dejan claras sus normas alimentarias, si la familia insiste en retarlos o ningunearlos, creo que hay un problema de base: la falta de respeto como marco de la relación. Y por eso no hay que pasar. No debéis permitir que os infantilicen o se burlen de vosotros, aunque lo hagan vuestros padres o esa famosa tía abuela Paca a la que hace un año que no tratáis. Ni un paso atrás. Los bebés no comen gambas.

Si las comidas familiares navideñas son el momento en el que familiares más o menos cercanos: padres, suegros, hermanos, cuñados o tíos, aprovechan para meterse con vosotros, cuestionaros, burlarse o hacer comentarios ofensivos es momento de plantearos que tipo de relación es la que tenéis con ellos y si es una verdadera relación enriquecedora.

Al final, la guerra de la gamba maldita va a revelaros cosas que tarde o temprano hay que ver: si vuestra familia os respeta o si necesitáis dejar claros los límites, con asertividad o, en último caso, con antipatía, para que os respeten.

Estrategia: límites claros a los adultos

La primera estrategia es la de ser claros. Muchas veces los padres, especialmente si son jóvenes o primerizos, necesitan marcar su propio espacio como familia y adultos competentes. Por temor a un disgusto o por un mal entendido respeto a los mayores a veces les cuesta dejar claro que los padres son ellos y que van a criar a sus hijos como ellos decidan, igual que los otros lo hicieron.

Cuanto más tarde dejemos eso claro más crece el conflicto y la intromisión y más duro puede llegar a ser el enfrentamiento. Así que hacedlo pronto para no tener que ser desagradables. No es necesario pelear, pero si marcar un terreno propio con asertividad. Es muy importante tener en cuenta esto para reforzar la autoestima de nuestros hijos y su confianza en nosotros.

Frente común de pareja

Si sois una pareja es importante hablar previamente de los límites, las normas y la flexibilidad de estas, para que podáis presentar un frente común. Siempre será mejor pactar que sea el miembro de cada familia el que tome la palabra. Es más facil que el hijo responda a sus padres que a sus suegros, aunque todo depende un poco de la dinámica familiar y del carácter. Sea como sea, es imprescindible un frente común en la pareja.

Estrategia: resistencia pasiva

La segunda estrategia es la de la resistencia pasiva. No pelear si no atienden a las explicaciones, simplemente velar por el niño y no despegarnos de él, manteniendo una vigilancia constante para que ningún gracioso aproveche un despiste para darle algo que no queremos que coma. Mejor ir de padres sobreportectores que terminar con un niño enfermo o con un enfado monumental.

Tercera estrategia: el pediatra lo dice

El tercer recurso, aunque no me guste, es infalible, la autoridad. Si os cuestionan mencionad al pediatra y hasta inventar una tendencia a la alergia. Suele ser muy efectivo aunque de para que critiquen al pediatra y a vuestra credulidad. El médico tiene, al fin y al cabo, mucho más predicamento que vosotros, simples papás primerizos y cabezotas.

No ir

El penúltimo recurso es el de limitar o evitar las reuniones familiares. Sin más negociaciones. Hay veces que no se puede, y si no se puede, no se puede. Antes de tener una pelea, antes de que el niño tenga que escuchar comentarios contra vosotros o que os amarguen la cena, no id. En serio que se puede.

Hay excusas, como que los niños se acuestan pronto o mejor, sin excusas, decir que no vais a poder ir sin mucha más explicación. Al final eso, a veces, permite que no termine la cena de Nochebuena como una batalla campal. Seguro que comprendéis lo importante que es tranmitir un ambiente de confianza con vuestros hijos, que son la prioridad primordial.
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Y el último recurso es lanzarle la bandeja de langostinos y aplastarselos en el peinado a los suegros o a los padres o a ese familiar desagradable de turno. Yo debo confesar que me quedé con las ganas y no quiero que lleguéis a desearlo, por eso espero que mi tercer consejo navideño os ayude a evitar la guerra de la gamba.

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