Como ya he comentado algunas veces en mi casa no somos de frecuentar parques porque, normalmente, nos generan más problemas que alegrías. La razón es que, quizás por casualidad, cada vez que vamos nos topamos con niños que respetan poco a los demás niños y con sus padres, que, o no saben lo que están haciendo sus hijos o no lo quieren saber (o no les importa).
Entonces sucede que nos vemos tratando de que nuestros hijos no se hagan daño solos (no todas las estructuras son seguras, y más si no las conocen a fondo) y tratando de que los hijos de los demás tampoco les hagan daño. Por eso pregunto, ¿hasta qué punto tenemos que educar a los niños de los demás en el parque?
No decir nada
Al principio, por respeto, cuando veía que un niño molestaba a los míos, no respetaba turnos o nos quitaban las cosas optaba por no decirle nada al niño más allá del “esto es suyo, ¿se lo devuelves?”, y optábamos por seguir jugando evitándole(s) o buscando otro lugar donde estar más tranquilos.
Sin embargo, es una solución que no me satisface porque muchas veces acabas en otro lugar o columpio sin ser realmente justo para nuestro hijo (el que molesta es el otro) y porque el mensaje que acaba llevándose el otro niño, de hecho, es el de “si sigo comportándome así, el columpio es mío, el parque es mío… y después del parque, ¡¡el mundo entero!! ja ja ja (risa siniestra)”.
Haciendo lo que sus padres no hacen
Entonces, con el tiempo, acabé por empezar a hacer con los niños lo que sus padres no hacían. No hablo de echar bronca ni culpabilizar a nadie, sino simplemente de explicarles las cosas: “me parece que no te toca a ti, tendrías que esperar a que jueguen los que están antes”, “mira, mi hijo se aparta de ti… me parece que viendo cómo te comportas no quiere jugar contigo” y cosas por el estilo. No me gusta hacerlo porque no me gustaría que otros padres lo hicieran con mis hijos. Sin embargo, si sucediera porque mis hijos están molestando y yo estoy de cháchara por ahí, no tendría, creo, razón para quejarme.
Así he conseguido que algunos niños entren en razón y vean que por las buenas también se pueden hacer las cosas (porque incluso luego he velado porque a ellos les respeten el turno) y así he observado también que otros niños necesitan mucho más para siquiera poner en duda su modo de hacer las cosas o su manera de ser.
¿Hasta qué punto debemos educar a los niños de los demás?
Pues no lo sé, no sé responder. En teoría no deberíamos educarles hasta ningún punto, porque la responsabilidad de la educación de los niños es de sus padres. Sin embargo, en el momento en que la vida y los malos modales de un niño se cruza con la de mis hijos, y en el momento en que el otro hace uso de la fuerza, el insulto o la pillería (“soy tan pillo y espabilao que me cuelo y empujo como si el parque fuera mío”), el padre invisible debería aparecer para enseñar a su hijo que no es el modo correcto de vivir y convivir.
Como el padre invisible no aparece, cada cual que haga lo que considere mejor. Yo opto por intervenir y defender a mis hijos ahí donde ellos no son capaces de hacerlo, tratando de hacer que los demás les respeten y que respeten sus cosas. En cualquier caso, como digo, ahora lo hago menos, porque solo solemos ir a los parques cuando hay pocos o ningún niño. Suficiente tengo con educar a los míos.
Foto | Subewl
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