La crianza puede ser preciosa, pero también es exigente. Educar, cuidar, ser ejemplo, enseñar, escuchar, sostener... son solo algunas de las cosas que conlleva criar a un hijo. Y aunque las hacemos con todo nuestro amor y deseo, no son siempre tareas sencillas. Es más, son cosas que pueden llegar a agotarnos, y es normal.
Y más, si la crianza se combina con el trabajo, las tareas del hogar... Cuando esto ocurre, y el agotamiento ya es extremo, puede que aparezca un síntoma como la irritabilidad; el hecho de "saltar a la mínima", de molestarnos por cualquier cosa...
Y esto hace que hagamos cosas que quizás nos hacen sentir mal, como gritar a nuestros hijos. Y sobre todo, nos impide disfrutar del proceso de crianza como realmente desearíamos. Te contamos qué hay detrás de todo este agotamiento y qué cosas puedes hacer para salir poco a poco de este estado.
La crianza: un etapa enriquecedora pero llena de retos
La crianza es una etapa de la vida que puede ser realmente hermosa y enriquecedora, llena de retos y primeras veces.
Sin embargo, también puede ser realmente agotadora; el día a día de los niños, cuidar sus rutinas, su alimentación, educarlos para que aprendan... y todo esto, a la vez que intentamos conciliar nuestra vida personal y laboral. Lo cual no es tarea fácil.
Cuando el agotamiento se traduce en irritabilidad
Así, hemos de pensar que no solo es la crianza, sino el trabajo, la casa, el buscar tiempo con la pareja, etc. Y es normal que, debido a tanto estrés, acabemos agotadas.
Y este agotamiento muchas veces se traduce en estar más irritables, más sensibles o en enfadarnos a la mínima. Hablamos de irritabilidad cuando nos referimos a un estado emocional en el que una persona tiene un temperamento explosivo y se molesta o enfada fácilmente.
Como consecuencia, las cosas pequeñas pueden conducir a reacciones hostiles (por ejemplo, gritarle a la familia o a los amigos).
De esta forma, no es que estemos enfadadas, sino que el agotamiento acaba haciendo que nos sintamos más irritables, y es algo totalmente normal.
El síndrome de burnout: cuando no podemos más
Cuando este cansancio se traduce en síntomas físicos (ansiedad, dolores musculares, fatiga, problemas para dormir...), cognitivos (dificultades para concentrarse, por ejemplo) y emocionales (tristeza, irritabilidad...), y todo esto se alarga en el tiempo, entonces es probable que padezcamos el síndrome de burnout.
Hablamos de un síndrome que tiene su origen en el ámbito del trabajo, pero que puede perfectamente instaurarse en el ámbito de la crianza y del cuidado de los hijos, ya que tiene sus mismas características, y su origen en el propio estrés.
¿Cómo saber si padecemos el síndrome de burnout?
A la hora de saber si padecemos este síndrome, es importante que estemos atentas a nuestros síntomas. Y a su duración. Y también, que observemos si nos estamos aislando de nuestro entorno, un síntoma también común.
Sin embargo, aunque no padezcamos el síndrome propiamente dicho (además, recordemos que no es un diagnóstico oficial), puede que nos sintamos agotadas igualmente, y que a raíz de ahí surja esa irritabilidad que comentábamos.
En estos casos, es importante que tomemos cartas en el asunto y que empecemos a cuidarnos y a buscar ayuda en el entorno. Esto no siempre es fácil. ¿Cómo lo hacemos?
Qué podemos hacer para cuidarnos y mejorar este agotamiento
1. Expresa lo que te ocurre, compártelo
Recuerda que no estás sola en esto (o al menos, que no debes pasarlo sola). Comunica lo que te pasa, que no estás enfadada, sino agotada. Explica por qué crees que te sientes así, cómo crees que pueden ayudarte...
2. Apóyate en tu pareja y en tu entorno
Ligado al punto anterior, te animamos a apoyarte en tu pareja y en tu entorno. No te sientas mal por pedir ayuda, no tienes que poder con todo tú sola.
Además, si estás en pareja, recuerda que la otra persona tiene el 50% de la responsabilidad de la crianza; no tienes que asumirlo todo tú.
3. Delega
Delega las tareas que puedas y no te cargues con todo. Organiza tu tiempo de tal forma que, aunque ahora lo veas imposible, puedas descargar un poco.
4. Suelta la culpa
Seguramente la culpa ha asomado en más de una ocasión; culpa por no llegar a todo, por sentirte "mala madre", por gritar a tus hijos o a tu pareja... Sin embargo, la culpa no te ayuda. Empieza a soltarla, a cuestionarla.
Y es que, lo que sí puede ayudarte a sentir mejor es la autocompasión; escúchate y reconoce que es normal que te sientas así. Valida tus emociones.
5. No intentes ser perfecta y llegar a todo
Como madre, y más si eres muy autoexigente, seguramente en alguna ocasión (o muchas) has intentado ser "la madre perfecta". Hacerlo todo y además, hacerlo bien.
Pero eso es imposible, y ni siquiera es necesario para que seas la mejor madre del mundo, porque ya lo eres. Intenta soltar poco a poco esa autoexigencia y empezar a priorizarte, a buscar ayuda. A aceptar que a veces te equivocarás, y que no pasa nada.
6. Busca momentos de autocuidado
Busca momentos para ti, para cuidarte (aunque esto no te quitará al 100% el agotamiento, puede ayudarte). Ni que sean 10 minutos al día. Cuida tu alimentación, tus rutinas y tu sueño.
Y date algún capricho de vez en cuando. Recuerda que tú también eres importante. ¡Te mereces autorreforzarte de vez en cuando!
7. Contrólate antes de explotar: utiliza técnicas de autocontrol
Es normal que a veces nos sintamos desbordadas, pero hemos de intentar evitar que las cosas nos saquen de quicio. Para ello, aprender a gestionar y controlar tus emociones es importante.
Aquí pueden serte de utilidad ciertas técnicas de autocontrol. Por ejemplo, cuando sientas que vas a explotar, puede ayudarte:
- Contar hasta 10 (o 100 si es necesario).
- Utilizar técnicas de respiración (pon atención a tu respiración, y que esta sea una respiración consciente y calmada; inspira por la nariz, exhala por la boca).
- No responder de forma explosiva.
- Reflexionar antes de pasar de 0 a 100 en un segundo.
- Tomarte un tiempo frente a un conflicto para pensarlo bien.
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