Los niños pequeños son puramente emocionales, y además, carecen de herramientas para regularse y habilidades sociales para comportarse según las normas. Por ello, es frecuente que tengan estallidos emocionales o rabietas como parte normal de su desarrollo normal, y es necesario que los padres sepamos acompañarles en esos momentos.
Pero admitámoslo: en ocasiones las rabietas de los niños también nos desbordan a los adultos, especialmente cuando suceden en público y sentimos las miradas de los extraños clavadas en nosotros.
¿Cómo mantener la calma y atender las necesidades de nuestro hijo sin ceder a la presión de las miradas, los juicios o el miedo al "qué dirán"?
Cuando nos dejamos llevar por el qué dirán, nos alejamos de las necesidades de nuestro hijo
Educar a un hijo es una carrea de fondo que empieza en el momento en el que nacen. Los padres tratamos de hacerlo lo mejor que podemos o sabemos, equivocándonos a veces y acertando otras muchas, pero siempre actuando movidos por el amor.
Por desgracia, el camino de la crianza y la educación de los hijos está plagado de interferencias que en demasiadas ocasiones nos hacen dudar de nosotros mismos y nos desconectan de nuestros hijos; ya sea debido a las expectativas inalcanzables que a veces nos ponemos los padres, a la influencia de nuestro entorno o a la presión que sentimos por el qué dirán los demás sobre nuestra forma de educar.
En este sentido, las rabietas o estallidos emocionales de los niños en un espacio público es una de las situaciones más comunes (y estresantes) a las que solemos enfrentarnos los padres.
¿Cómo manejar una situación que ya de por sí puede alterarnos, cuando sientes las miradas de otras personas que esperan curiosas tu reacción?
1) Céntrate en tu hijo
En primer lugar, es importante centrarnos única y exclusivamente en el niño y en las necesidades que demanda en ese momento. Si nos abstraemos de todos y nos olvidamos del "qué dirán", seremos capaces de mirar a nuestro hijo con conexión, averiguar que se esconde debajo de su conducta y acompañarlo y responder como necesita.
Por el contrario, si nos dejamos influir por el entorno o la vergüenza social corremos el riesgo de actuar pensando en los demás y no en nuestro hijo, y todo nuestro afán será callarlo para que no moleste, para que dejen de mirarnos, para no sentirnos juzgados...
En este sentido podríamos acabar recurriendo a los chantajes ("si te callas, te compro un caramelo"), amenazas y castigos ("como no te calles ahora mismo, te quedas sin ir al parque"), consentir sin estar de acuerdo, o decir frases que minimicen, anulen o ridiculicen las emociones del niño.
2) No le culpes ni te culpes
Es normal sentirnos desbordados cuando nuestros hijos también se desbordan (muy especialmente cuando lo hacen en un sitio público). Al fin y al cabo, la mayoría de nosotros no fuimos educados en emociones, por lo que carecemos de herramientas y habilidades que nos ayuden a enfocar estos momentos de forma positiva y respetuosa.
Ser conscientes de nuestras limitaciones y no culparnos si en ese momento no sabemos gestionar la situación como nos gustaría, nos ayuda a liberarnos de la carga mental y a valorar otras formas de actuar en un futuro.
Del mismo modo, tampoco debemos hacer responsable a nuestro hijo de los sentimientos que nos provoque su estallido emocional en público, pues solo nosotros somos responsables de sentir vergüenza, ira, frustración, rabia, enfado...
3) Apártate de la escena, si así lo necesitas
Para atender a nuestro hijo con conexión y respeto es necesario estar calmados. Hay padres/madres a quienes no les altera estar rodeados de gente o sentir las miradas de los demás escudriñando la escena, pero para quienes esta situación agrega aún más ansiedad, es recomendable apartarse.
No temas en coger a tu hijo en brazos y buscar un sitio más discreto donde podáis hablar y solucionar lo ocurrido. Lo mismo debemos hacer si estamos en un espacio público en donde los gritos puedan molestar a otras personas (por ejemplo, en una biblioteca, en la sala de un cine, en la sala de espera de un hospital...).
Lejos de miradas extrañas, a solas y en calma, te será más fácil conectar emocionalmente con tu hijo, sostenerle y acompañarle en esos momentos.
4) No te avergüences: los niños se comportan como niños
Lo hemos dicho en varias ocasiones: los niños no entienden de normas sociales, protocolos ni comportamientos en público. No tienen un botón que nos permita modular su actos según nos convenga a los adultos, y aunque algunos sean capaces de contenerse emocionalmente en determinadas situaciones, tarde o temprano pueden acabar desbordándose.
Somos los padres quienes con paciencia, amor y ejemplo debemos enseñarles a gestionar sus emociones y cumplir unos límites y normas que nos permitan vivir en sociedad de forma respetuosa.
5) No presupongas cosas sobre los demás
Ante una rabieta en público tendemos a pensar que el resto de personas nos está mirando, juzgando o criticando nuestra forma de actuar. Y aunque puede que así sea (ya sabemos que hay gente a la que le cuesta entender que los niños están desarrollándose y aprendiendo), también podría ocurrir justamente lo contrario.
Y es que quizá, muchas de esas personas que os rodean también sean padres y madres que se están sintiendo identificados con la escena, y que lejos de criticarte o sentirse molestas, están empatizando contigo y con tu peque.
6) Pide ayuda si la necesitas
En este sentido, seguro que más de una persona está dispuesta a echarte una mano si lo pides, no tanto en el sostén o acompañamiento emocional que tu hijo requiere (pues nadie mejor que tú para ofrecérselo), sino en otras cuestiones que puedan facilitarte el difícil momento.
7) Pregúntate: ¿por qué te importa tanto el qué dirán los demás?
Si tu hijo ha tenido rabietas en público alguna vez y reconoces sentirte abrumado cuando sucede, no está de más preguntarse por qué te ocurre y qué está en tu mano hacer para evitar que te afecte el qué dirán los demás.
En muchas ocasiones, la excesiva importancia que le damos a las opiniones de otros y el cómo estas llegan a afectarnos y a condicionarnos, esconde un problema de autoestima y falta de confianza en nosotros mismos.
Aprender a conectar con nuestro interior y con nuestro hijos por encima del juicio externo nos hace libres, y nos permite actuar como consideramos que debemos hacerlo sin importarnos nada más.