Hace algo más de un año os expliqué, en una entrada, que Aran, mi hijo mediano que para entonces tenía 3 años y llevaba unos meses en P3, iba al colegio solo cuando quería.
Hoy vuelvo a hablar de él, un año después, cuando está haciendo P4, para explicar que ya no hace falta preguntarle cada mañana si quiere ir al colegio o no, porque va contento cada día, tanto, que hasta trata de entrar el primero a la clase cuando suena el (horrible) timbre de llegada.
Por qué acabamos tomando la decisión de preguntarle cada mañana
Está todo explicado en la entrada anterior, pero os hago un resumen rápido. Digamos que, siendo una solución que tiempo atrás no habría tomado ni loco, porque preguntarle a un niño si quiere ir al colegio suena absurdo, pues los niños, por norma general, con tres años no quieren ir, vimos que era la única opción plausible para todos en mi familia.
La adaptación no la llevó demasiado bien. Muchos niños se fueron adaptando con mayor o menor suerte, pero Aran no quería ir nunca. Llantos cada mañana, malestar, agarrarse a nosotros antes de entrar, etc., alguna mañana incluso acabamos por dejarlo con las lágrimas en los ojos, animándole para que entrara y con esa sensación de estar traicionándole y traicionándonos, por no atender su malestar.
"Enseguida se queda tranquilo y pasa la mañana muy bien", nos decía su profesor. Sin embargo, por la tarde, ya en casa, nos liaba unas marimorenas de cuidado. Era su manera de soltar la rabia, el malestar y toda la tensión que se guardaba en las horas de colegio para hacernos saber, con todo ello, que no estaba bien, que cada mañana sufría, que no quería ir al colegio, que allí no estaba a gusto y que nosotros, en vez de hacerle caso y escucharle, le estábamos dejando en contra de su voluntad.
Hablamos con el profesor, por si tenía alguna receta mágica, pero él solo decía que "a ver, es que aquí está muy bien", como si lo único importante fuera eso y no lo mal que estaba luego por las tardes, vomitando los nervios como podía. No llegó la solución que esperábamos y nosotros, como padres, nos sentíamos cada vez peor. Pensamos en sacarlo del colegio, porque total, para ir descontento y pasarlo mal, pues "ya irá otro año".
Ya con esa decisión en mente, en la recámara, optamos finalmente por buscar un punto intermedio: "que vaya si quiere, y que no vaya si no quiere". Y así se lo hicimos saber. Una de tantas mañanas nos dijo que no, con mayúsculas: NO, y ese día, por fin, le dijimos que vale, que si no quería no tenía que ir.
Se sorprendió porque por fin le habíamos escuchado y por fin tuvimos en cuenta sus deseos. Se sorprendió y ese día no fue, pero a partir de ese día, cuando le preguntábamos, iba la mayoría de los días. Vamos, que al final iba un poco menos que cuando iba obligado, pero iba cuando quería.
Así pasó el curso, con días en que quería y días en que prefería quedarse en casa. Su profesor nos dijo que no estaba de acuerdo con la medida que habíamos tomado, ya que estaba perdiendo el hilo de lo que otros niños aprendían y que si iba al colegio de manera tan inconstante era difícil trabajar con él y a veces estaba perdido.
No nos importó. Preferimos que fuera perdido por no ir, pero que cuando fuera estuviera contento y convencido de ir que no que estuviera perdido por ir, estar mal allí, no atender lo suficiente o tener que hacer las cosas sin ganas o forzado, simplemente porque toca.
Y ahora, como digo, la mar de contento
Ha pasado un año, más o menos, ha cambiado de curso y Aran va feliz y contento cada mañana. Tiene un año más, asume que el colegio es el lugar al que van la mayoría de niños, lo ve como una cosa más que tiene que hacer y aunque algún día dice que no le apetece ir, va sin que tengamos que decirle nada especial porque lo hace como cualquiera decimos un lunes que ese día no nos apetece ir al trabajo. No apetece, pero vamos sin que nadie nos diga "ya, pero tienes que ir".
Con esto no quiero decir que a todos los niños haya que dejarles decidir cada mañana, a los tres años, si ir o no ir al colegio. Primero porque es posible que no haya mucha gente que pueda optar cada mañana por quedarse con su hijo en casa y segundo porque, aunque a mí me parece la mejor opción si un niño no quiere ir, a otro padre, madre o niño puede irle mejor otra solución.
Lo que trato de explicar es más o menos lo mismo que dije cuando expliqué que Jon, con 6 años, dejó de dormir con nosotros, que muchas veces, cuando no se fuerzan las cosas, todo coge el cauce normal igualmente.
Si lo hubiéramos forzado, si hubiéramos hecho hincapié cada día en que fuera al colegio porque "hay que ir", sabiendo él que mamá y Guim, el pequeño, se quedaban en casa, es muy posible que ahora también fuera todos los días sin rechistar, y quizás incluso contento, pero quién sabe si aún ahora seguiría reprochándonos, de manera indirecta, que en su día no le escuchamos ni tuvimos en cuenta su opinión.
Sin embargo lo hicimos, no hicimos caso a quien nos recomendaba que no hiciéramos semejante rareza, y ahora Aran va al colegio como todos los niños. Y nosotros estamos tan contentos porque sabemos que, en ese sentido, no tiene nada que echarnos en cara y, lo que es más importante, nosotros no tenemos nada que echarnos en cara.
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