A lo largo de esta semana los niños de España han vuelto al colegio después de casi tres meses de vacaciones. Muchos niños han entrado contentos por ver de nuevo a sus amigos y contentos porque en el colegio se lo pasan bien, pero muchos otros se muestran apáticos al volver, sin ganas ni alegría.
Se calcula que entre un 5 y un 8 por ciento de los niños muestran el llamado síndrome postvacacional, que no es más que la manera de decir, en bonito, que hay niños a los que el colegio no les apasiona demasiado y que tardan un tiempo en acostumbrarse, resignarse o en empezar a sacar jugo al tiempo que pasan en él.
Cuáles son los síntomas
Los síntomas son los típicos de aquellos adultos que vuelven de las vacaciones y relatan que "qué pocas ganas tenía yo de venir hoy, con lo bien que he estado sin trabajar", es decir, tristeza, apatía, fatiga (están cansados solo de caminar hacia el colegio), falta de concentración en clase, irritabilidad y, en general, todo lo que se puede sentir cuando haces algo que no te apetece.
¿Puede solucionarse el síndrome postvacacional?
A nadie le gusta ver a sus hijos entrar al colegio con cara de "voy a pasar aquí unas cuantas horas porque no me queda otro remedio" y ver que ni aprende demasiado, ni disfruta demasiado con ello.
En muchos niños se trata de simplemente eso, del cambio de unas vacaciones en las que no había obligaciones, había mucho tiempo libre y mucho juego a un tiempo en el que suena el despertador, te separas de mamá y papá por un tiempo prolongado y juegas a lo que, más o menos, dice la profesora que hay que jugar (y a veces ni se juega, que hay que escuchar...). Pasados unos días empiezan a reacostumbrarse a la rutina conocida y empiezan a encontrar la manera de disfrutar del tiempo en el colegio.
Para otros niños, en cambio, el síndrome postvacacional se alarga tanto en el tiempo que deja de ser postvacacional, para ser algo que podría denominarse como inadaptación escolar: el niño no encuentra su sitio en clase, ni con los compañeros y además de desmotivado y decaído puede llegar a mostrar otros síntomas como dolor de cabeza, dolores de estómago, etc., que suelen ser intentos infructuosos de quedarse en casa que, aunque a muchos padres y maestros les hace hasta gracia ("no le hagas caso, lo que tiene es cuento"), son síntomas de que está pasando algo y una alarma para que hagamos algo.
Es decir, en muchos niños el mismo paso del tiempo hará que el síndrome postvacacional se supere (digamos en una o dos semanas) y en muchos otros niños no se soluciona a base de costumbre, sino que hay que buscar alternativas para solucionarlo.
El año que mi hijo se inadaptó al colegio
No, no me he equivocado, he dicho inadaptó y es correcto. Os quiero explicar este caso personal porque muchas veces la vivencia es transferible a otros niños y quizás así se puede entender por qué muchos niños actúan de tal manera y ver qué puede hacerse al respecto.
Mi primer hijo, Jon, empezó el colegio sin ir a la guardería en P3 (párvulos de 3 años). Lloró el primer día al salir y esa fue la última vez que lo hizo en todo el curso. Nos encantó ver que lo pasaba bien, que le gustaba el colegio, que disfrutaba con sus compañeros y ver que se había adaptado tan bien.
Sin embargo, al llegar P4, todo dio un giro de 180º y Jon se inadaptó, o lo que es lo mismo, el colegio dejó de gustarle (probablemente porque él había cambiado al crecer). Al principio pensamos que era simplemente el cambio de estar de vacaciones a empezar el cole (síndrome postvacacional), pero la cosa empezó a enquistarse, pasando el tiempo sin que tuviera ningunas ganas de entrar en clase.
Hubo días que en la puerta del colegio lloraba y demostraba abiertamente (muy abiertamente, podéis imaginar) que no quería ir. Muchos de esos días decidió mi mujer (que le llevaba sola por las mañanas) desandar el camino andado y regresar a casa con él.
En este punto es donde retomo el tema de "solucionar el síndrome postvacacional" o "solucionar la falta de adaptación al colegio". Lo retomo porque las soluciones que se suelen dar suelen girar alrededor del ser positivos y del "tranquilos, que con el tiempo...". Vamos a hablar de ello:
"Actitud positiva para que el niño tenga actitud positiva"
Siempre que veo recomendaciones para que los niños vayan contentos al colegio me encuentro con este consejo que dice que si los padres tienen una actitud positiva el niño irá contento a la escuela.
No es que sea mentira, pero tampoco es verdad. Está claro que si yo le digo al niño "jolín, qué mierda, mañana tienes que ir al colegio, con lo poco que me gustaba a mí de pequeño", el niño tendrá menos ganas de ir al colegio que nadie, porque yo lo estoy viendo como algo negativo y aburrido. Sin embargo no está tan claro que diciéndole "qué guay, mañana vas al colegio otra vez, con lo que a mí me gustaba de pequeño, qué bien lo vas a pasar", el niño vaya a ir más contento.
Los gustos y aficiones de cada persona son propias de cada uno. Yo puedo crearle unas expectativas diciéndole que será muy chulo, que lo pasará muy bien y que jugará con sus compañeros como si fuera un Happy Park y que luego el niño al llegar se de cuenta (o lo sienta así) de que hay compañeros que no juegan, sino que pegan, que los juegos no le gustan demasiado y que al fin y al cabo, no parece tan chulo.
Por eso, como los gustos y preferencias no son transferibles, a mí no me gusta crear expectativas sobre lo bonito e idílico que será (de hecho a mí nunca me gustó el colegio, así que le mentiría si le dijera que es maravilloso), así que suelo limitarme a desear que lo pase bien y a explicar lo que pasará, sin adornos: "mañana empieza el colegio, volverás a ver a tus compañeros, ojalá puedas jugar mucho y ojalá lo pases bien. Seguramente os enseñarán muchas cosas nuevas, así que si hay algo que te gusta o te parece interesante, luego por la tarde me lo cuentas y buscamos más información para aprender más" (no en tono aburrido, sino poniendo énfasis en la última parte, la oportunidad de aprender un montón de cosas y aprovecharla para aprender juntos).
Como digo, así les adelantas lo que va a pasar y explicas un deseo de que lo pase bien (luego lo puede pasar bien o no, tú sólo lo deseas) y además les explicas que habrá novedades, muchas cosas que aprender y que, de aquello que le guste, se puede hablar después y profundizar, que es una manera de motivarles para que quieran aprender.
"Tranquilos, que el tiempo todo lo cura"
Es cierto, el tiempo todo lo cura y a medida que los niños crecen aprenden a vivir en el mundo que les ha tocado vivir. Pero el tiempo puede ser muy corto o muy largo, y no es plan de esperar y esperar si un niño lo está pasando mal, más que nada porque es absurdo llevar a un niño a la escuela, día tras día, mes tras mes, para que allí lo pase mal, no se relacione, esté triste y no aprenda. Para eso que se quede en casa.
Vuelvo ahora al caso de mi hijo, porque los días que Miriam volvía a casa con el niño, sobretodo la primera vez, la reacción de los profesionales del colegio fue curiosa (para nosotros) pero típica: "eso no lo podéis hacer. El niño tiene que ir al colegio, porque si llora en la puerta y os lo lleváis, él sabrá que para no venir no tiene más que llorar".
Dicho de otro modo, si el niño llora en la puerta y lo llevamos a casa, cada vez que no quiera venir llorará porque sabrá que consigue lo que quiere. Y yo pregunto: "¿Y? ¿Dónde está el problema?" Bajo mi punto de vista un niño va al colegio para aprender a vivir, para aprender a respetar y para aprender cosas. Un niño que entra triste, enfadado, desmotivado y que no se siente respetado difícilmente aprenderá nada de ello.
En ese momento los colegios suelen quitarse la responsabilidad (ellos lo hacen muy bien) y nos pasan la bola a los padres (que lo hacemos mal por escuchar a nuestros hijos). Así que nosotros, en aquel momento, decidimos devolverles la pelota, dejándola de nuevo en su tejado: "Si el niño llora y no quiere entrar quizás es porque aquí no estáis consiguiendo que tenga ganas de venir... tratad de motivarlo más, haced cosas que le gusten, buscad por dónde ganároslo para que quiera venir".
Nosotros en casa, los padres, podemos hacer mil cosas y explicar mil batallas para que los niños quieran ir al colegio a aprender. Si luego entran y allí y les desmotivan, nuestro trabajo en casa se convierte en misión imposible. A partir de nuestras palabras empezaron (empezamos) a buscar posibles soluciones, a individualizar el trato, para que allí viera que podía divertirse, que podía aportar algo y, poco a poco, gracias a que iba creciendo y madurando, pero sobretodo gracias a que supieron encontrar la manera de motivarle, Jon iba más contento al colegio.
Concluyendo
El síndrome postvacacional puede ser cosa de unos días porque los niños pierden de repente la libertad de las vacaciones y porque pierden de vista, además, a sus padres, con los que han estado mucho tiempo. Si conseguimos que vayan motivados al colegio y si en el colegio consiguen motivarles, puede quedar en anécdota de unos pocos días. Si además luego en casa tratamos de pasar mucho tiempo con ellos, para que sigan teniendo ese tiempo con nosotros del que han disfrutado en vacaciones, la cosa irá aún mejor.
Ahora bien, si esto no sucede, el niño puede ver alargado ese proceso convirtiendo el colegio en zona hostil, transformándose más en una lacra para su desarrollo que en una ayuda. En ese momento, si el niño está triste, apático, o si empieza a tener dolores de cabeza o de barriga, es cuando más caso hay que hacerle (contrariamente al consejo habitual de "no le hagas caso, que te está tomando el pelo") para lograr reconducir una situación que no le beneficia en absoluto.
Fotos | footloosiety, Vale en Flickr En Bebés y más | El síndrome postvacacional, también en los niños, Vuelta al cole: claves para sobrellevarla sin estrés, Niños más irritables y apáticos con la vuelta al cole, Consejos útiles para hacer la vuelta al cole más llevadera