Cuando hablamos de amniocentesis, siempre ronda el fantasma del riesgo de aborto. Pero, sin pretender minimizar, realmente el riesgo de pérdida fetal es muy bajo.
Se estima entre un 0,2 y un 0,5% las posibilidades de padecer un aborto espontáneo después de la punción, lo que supone uno de cada 200 casos. Cifra apenas superior a los casos de aborto espontáneo natural.
Cierto que las estadísticas no sirven de consuelo a la pareja que sufre un aborto, pero es una práctica cada vez más extendida con un alto margen de seguridad.
¿Cúando se realiza una amiocentesis?
La amniocentesis es una prueba prenatal común en la cual se extrae una pequeña muestra del líquido amniótico que rodea al feto para analizarla.
Suele realizarse en mujeres con factores de riesgo como antecedentes familiares, mayores de 35 años o ante sospecha de defectos cromosómicos en el feto. En todo caso, muchos creen que el beneficio de confirmar el diagnóstico es mayor al riesgo.
Entre el 1 y el 2% de las amniocentesis que se realizan provocan pérdidas de líquido amniótico o de sangre. Y un mínimo porcentaje también conlleva el riesgo de padecer infecciones urinarias.
En ocasiones excepcionales puede suceder que la punción sea dificultosa y la muestra extraída no sirva para ser analizada, por lo que se debe realizar una segunda punción, pero las posibilidades de que eso ocurra son mínimas.
Según un estudio realizado en Canadá, el riesgo de aborto es mucho mayor en amniocentesis realizadas en el primer trimestre comparado con las hechas en el segundo trimestre. Reveló también un aumento en el riesgo de pie torcido en la amniocentesis temprana.
Hoy en día, la experiencia de los profesionales, una buena mano y los avances tecnológicos hacen que esta prueba de diagnóstico prenatal sea cada vez más segura, pero no exenta de riesgo.
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