
Cuando un psicólogo te pregunta "¿Qué tipo de apego tienes (o tenías, en la infancia) con tus padres?", no está buscando una etiqueta rápida o una simple descripción de cómo era tu infancia. Lo que realmente quiere saber es: ¿cómo aprendiste a vincularte emocionalmente con las figuras que debían cuidarte?
Esa experiencia primera, según la teoría del apego de John Bowlby, se convierte en un modelo interno que condiciona cómo te relacionas hoy, en pareja, con amigos, con tus hijos e incluso contigo mismo.
En este artículo te cuento, como psicóloga, por qué hacemos este tipo de preguntas a nuestros pacientes y la valiosísima información que encontramos en sus respuestas.
La huella que deja el apego
Bowlby demostró que, desde que nacemos, nuestra supervivencia depende de un vínculo seguro con al menos una figura de apego. Si ese vínculo es predecible, protector y sensible a nuestras necesidades, nos sentimos seguros y libres para explorar el mundo.
Si es inconsistente, distante o abrumador, aprendemos estrategias para adaptarnos, muchas veces a costa de nuestras propias emociones. Y eso deja huella.
¿Por qué esta pregunta es tan importante para el psicólogo?
Esa pregunta es un punto de partida para entender cómo aprendiste a vincularte (o cómo es a día de hoy tu apego, si ha evolucionado), cómo gestionas tus emociones, qué esperas de los demás y qué crees que mereces en tus relaciones actuales.
Y es que el apego no es solo cosa de la infancia: es el molde invisible que sigue operando en la adultez, aunque no siempre seas consciente de ello.
Por eso, un psicólogo puede preguntarte directamente:
• "¿Cómo recuerdas la forma en que tus padres te consolaban cuando estabas triste?"
• "Si cometías un error, ¿cómo reaccionaban?"
• "Cuando necesitabas apoyo emocional, ¿te era fácil pedirlo?"
• "¿Cómo crees que esa relación ha influido en cómo te vinculas hoy con los demás?"
Pero también puede indagar de forma indirecta:
• "¿Cómo reaccionas cuando tu pareja se enfada contigo?"
• "¿Sueles confiar en que los demás estarán ahí cuando los necesites?"
• "¿Te sientes incómodo mostrando vulnerabilidad?"
Todas estas preguntas apuntan al mismo núcleo: descubrir qué mensaje emocional te dejó ese primer vínculo y cómo lo repites, adaptas o evitas hoy.
Posibles respuestas y lo que revelan: diferentes tipos de apego en la infancia y la adultez
Imagina cuatro personas, cada una con una historia distinta:
- Respuesta 1: "Siempre sentí que podía contar con mis padres. Me escuchaban, me consolaban sin hacerme sentir mal por llorar" (es decir, validaban sus emociones).
Esto es una señal de apego seguro. Esta persona probablemente aprendió que las relaciones son refugios seguros, que expresar emociones no pone en peligro el vínculo y que es legítimo pedir ayuda.
En la adultez, suelen confiar en los demás, gestionar bien sus emociones y construir relaciones equilibradas.
- Respuesta 2: "Mis padres me querían, pero muchas veces sentía que tenía que ser fuerte para no preocuparlos. Si lloraba, me decían que no era para tanto."
Aquí hay pistas de apego ansioso-ambivalente. El cariño estaba presente, pero era impredecible: a veces había consuelo, a veces invalidación. El niño creció hipervigilante, intentando descifrar cómo conseguir el amor.
De adulto, puede sentir una gran necesidad de aprobación, miedo al abandono o dependencia emocional. Sufren mucho la incertidumbre relacional.
- Respuesta 3: "No recuerdo a mis padres consolándome. Si algo me dolía, me decían que no era para tanto o me ignoraban."
Esto apunta a un apego evitativo. El niño aprendió que mostrar emociones vulnerables no servía de nada o era castigado, así que optó por la autosuficiencia emocional.
En la adultez, estas personas tienden a desconfiar de la intimidad emocional, evitan depender de otros y se sienten incómodas con el contacto emocional profundo.
- Respuesta 4: "A veces mis padres eran cariñosos y de repente explotaban o me asustaban. Nunca sabía qué esperar."
Este es un indicio de apego desorganizado. El niño se enfrenta a una figura que, a la vez que debería protegerle, es fuente de miedo o caos. No hay estrategia coherente para regular sus emociones.
En la adultez, esto puede traducirse en relaciones caóticas, conductas contradictorias (necesitar y rechazar al mismo tiempo) y mucha confusión emocional.
¿Por qué importa tanto en la terapia?
Porque el apego es el filtro con el que interpretamos el mundo emocional. Si creciste sintiéndote visto, seguro y querido, es más probable que hoy confíes en el amor y en ti mismo.
Si creciste dudando de si eras suficiente o si tus emociones eran demasiado, hoy puede costarte creer que te quieren por lo que eres. Y si el amor infantil fue fuente de miedo o amenaza, es posible que te muevas entre la hiperindependencia o la fusión total.
Por eso el psicólogo no solo quiere saber "cómo eran (o son) tus padres", sino cómo te sentías (y te sientes) tú con ellos. Tu narrativa emocional es la clave. Y en esa historia están las pistas para entender cómo te relacionas hoy, cómo te proteges o te saboteas, cómo eliges pareja o amigos, y qué patrones repites sin darte cuenta.
El apego se puede transformar
Hablar de apego no es culpar a los padres, sino entender la herencia emocional que todos cargamos. Y conocer tu estilo de apego es un primer paso para transformarlo: lo que aprendiste de pequeño te ayudó a sobrevivir, pero no tiene por qué definir cómo eliges vivir hoy.
Foto | Portada (Freepik)