La placenta es un órgano fundamental en el embarazo, ya que constituye la conexión vital del bebé con la madre. Su nombre proviene del latín y significa “torta plana”, refiriéndose a su apariencia en humanos. Es el único órgano temporal en el cuerpo humano que se forma durante el embarazo y cumple una función específica durante la gestación.
La placenta se empieza a formar en el mismo momento de la implantación del embrión en la pared uterina, acontecimiento que ocurre aproximadamente a la semana de haberse producido la fecundación. La placenta se desarrolla de las mismas células provenientes del espermatozoide y el óvulo que dieron desarrollo al feto.
¿Para qué sirve la placenta?
Su principal misión es la de transmitir los nutrientes al bebé. El nivel de flujo sanguíneo hacia el útero es de unos 500-700 ml por minuto. Gracias a esa sangre suministra al bebé oxigeno (funciona de “pulmón fetal”), nutrientes y hormonas. También se encarga de los desechos del bebé, sobre todo del anhídrido carbónico que hace pasar al torrente sanguíneo materno para eliminarlo. Luego, la madre elimina esos desechos a través de los riñones.
De modo que la placenta actúa como un filtro encargado de mantener estas sustancias nocivas alejadas del sistema orgánico de su bebé.
Otra de las misiones es la función endocrina, esto es, la fabricación de hormonas, entre ellas la gonadotropina coriónica humana, que es la que permita que el embarazo siga delante. Esta hormona es la que se mide en los tests de embarazo.
También sintetiza estrógenos u hormonas sexuales de tipo femenino, que juegan un papel muy importante en la implantación del embrión, el desarrollo de las mamas y lactógeno placentario, que controla el metabolismo materno y estimula el crecimiento del bebé.
Todas estas hormonas contribuyen a asegurarse de que el cuerpo de la mujer vaya atravesando los cambios apropiados durante el embarazo.
Si bien muchos microorganismos como bacterias, gérmenes o tóxicos no son capaces de atravesar la placenta, por lo que el feto está protegido durante una época en la que su sistema inmune no está maduro, la mayoría de los virus sí son capaces de atravesar o romper esta barrera.
¿De qué se compone la placenta?
La placenta está formada por un componente materno (que es una transformación de la membrana o mucosa uterina) y otra parte de origen fetal (trofoblasto). El lado fetal de la placenta está compuesto por cientos de vasos sanguíneos entrecruzados. En la evolución del trofoblasto se genera la placa coriónica con los distintos componentes placentarios.
La porción materna es la parte más externa de la placenta, en contacto con la pared uterina, por lo que se llama placa basal. Consiste en tejido embriónico así como tejido materno (la decidua basal con los vasos y glándulas uterinas).
¿Dónde se sitúa la placenta?
Una vez implantada y bien sujeta en la pared uterina, la placenta no se mueve. Puede desplazarse y cambiar de ubicación dentro del útero, ya que éste es como un globo que se hincha a lo largo de los nueve meses de gestación.
Normalmente la placenta está en la cara anterior o posterior del útero, sin interferir o taponar el cuello uterino que es por donde ha de nacer el bebé atravesando el canal del parto. Se le llama placenta previa cuando la placenta está insertada en la parte baja del útero.
La placenta previa puede ser oclusiva, si tapona por completo el cuello del útero o no oclusiva, si el taponamiento no es total.
¿Cuánto vive la placenta?
Como todo órgano, la placenta tiene un proceso biológico: nace, crece y muere. ¿Y hasta cuándo vive la placenta? Tanto como el embarazo: aproximadamente 40 semanas. Crece durante todo el embarazo, aunque en las últimas semanas del mismo se estanca.
A partir de las 41ª semana hay más riesgo de que no funcione correctamente y deje de transmitir los nutrientes que el bebé necesite para crecer, es lo que se denomina “placenta envejecida o vieja”.
Cuando acaba la gestación la placenta suele medir 1,5-3 centímetros de grosor y de 15-20 centímetros de diámetro y pesa alrededor de 450-550 gramos, sin tener en cuenta el cordón umbilical al que está unida.
El parto no finaliza hasta que la madre no expulsa la placenta, es decir, hasta la última fase del parto, llamada “alumbramiento”, en la que sigue habiendo contracciones.
Una vez que sea expulsada se deberá controlar que esté completa, ya que si han quedado restos en el interior del útero podrían presentarse complicaciones. Y además se controla el estado de la placenta la cual puede dar pistas sobre el estado del bebé.
La placenta, más que un órgano
A pesar de su apariencia bastante impresionante (dicen que algunos papás que presencian el parto sólo se marean cuando se expulsa la placenta), el culto por este órgano en distintas tradiciones y en diversas culturas da fe de su importancia.
En definitiva, la placenta es un órgano de vital importancia para el crecimiento y la protección del feto en el seno materno, pero su significado de “vida” y su simbología trasciende lo meramente fisiológico.
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