Sufrí el síndrome de las piernas inquietas y era horroroso. Así logré controlarlo y dormir plácidamente

El síndrome de las piernas inquietas (SPI) es, según la Sociedad Española de Neurología, una enfermedad bastante común, ya que se estima que su prevalencia alcanza al 5-10% de la población adulta y al 2-4% de los niños y adolescentes europeos.

Sin embargo, está altamente infradiagnosticada: algunos estudios apuntan que solo un 10% de los casos estarían diagnosticados. En mi caso, es algo que conozco muy de cerca, porque lo viví en carne propia. Y lo cierto es que sentir cada noche este síndrome al tumbarte en la cama con la esperanza de descansar no fue nada fácil.

El hormigueo, la necesidad incontrolable de mover las piernas y la ansiedad por no poder dormir… puede ser horroroso. En este artículo te comparto mi experiencia desde lo personal: cómo logré controlarlo y, finalmente, dormir plácidamente.

Eso sí, recuerda que esta es mi experiencia, y que siempre recomendaremos acudir a un médico especializado para que analice tu caso en concreto y te ofrezca un tratamiento 100% personalizado.

La odisea del insomnio al sufrir el síndrome de piernas inquietas

Si has sufrido el síndrome de las piernas inquietas, sabrás de lo que hablo. Esa sensación que empieza justo cuando te dispones a dormir: un hormigueo o malestar en las piernas que solo desaparece cuando las mueves.

El problema es que ese alivio es pasajero. En cuanto vuelves a quedarte quieto, la molestia vuelve, y así una y otra vez. Pasan las horas, te das vueltas en la cama, y cada noche parece una batalla perdida contra el insomnio.

Recuerdo noches en las que, agotada por el día, me tumbaba en la cama y mi mente me pedía dormir, pero mi cuerpo no colaboraba. Mis piernas parecían tener vida propia. Después de horas de moverlas, masajearlas e incluso caminar por el pasillo, el agotamiento mental y físico era tal que me desesperaba. Y además, me despertaba al día siguiente como si hubiera hecho una maratón.

¿Qué estaba ocurriendo en mi cuerpo? Factores implicados

En mi caso, sabía que el SPI está relacionado con el sistema nervioso y la dopamina, un neurotransmisor que influye en el control del movimiento. La falta o disfunción de dopamina puede desencadenar estos síntomas.

Además, factores como el estrés, la falta de hierro o incluso la genética pueden aumentar el riesgo. Entender esto fue clave para poder poner en práctica una serie de acciones  que me ayudaran a controlar el problema.

Cinco acciones que me ayudaron

Después de mucho tiempo lidiando con este infierno nocturno, decidí hacer ajustes tanto a nivel médico como en mi estilo de vida. Aquí te cuento los pasos que me ayudaron a transformar esas noches de insomnio en horas de descanso:

1) Tomar suplementos de hierro y magnesio

Un análisis de sangre reveló que tenía los niveles de hierro ligeramente bajos. Esto fue un punto clave, ya que la falta de hierro afecta la producción de dopamina. Empecé a tomar un suplemento de hierro bajo prescripción médica, y también incluí magnesio, que ayuda a relajar los músculos.

2) Hacer ejercicio moderado

Aunque estaba acostumbrada a realizar ejercicio intenso, descubrí que este podía empeorar los síntomas del SPI. Así que opté por ejercicio moderado, como caminar o practicar yoga suave. Esto ayudó a mantener mis piernas activas durante el día y redujo el malestar nocturno.

3) Tener una buena rutina de sueño

El cuerpo necesita una rutina clara para saber cuándo es hora de descansar, por lo que, implementé una hora fija para acostarme y levantarme, incluso los fines de semana. También apliqué otras pautas de higiene del sueño, como crear un ambiente relajante en el dormitorio, con poca luz y evitando pantallas antes de dormir.

4) Evitar la cafeína y el alcohol

Aunque me costó, reduje la ingesta de cafeína por las tardes y eliminé por completo el alcohol por la noche, ya que ambas sustancias pueden empeorar los síntomas del síndrome de piernas inquietas.

5) Practicar técnicas de relajación

Por otro lado, practicar técnicas de relajación antes de dormir, como la respiración profunda o la meditación, me ayudó a calmar la mente y a reducir el estrés, que, como hemos visto, también juega un papel importante en la intensidad de los síntomas.

Encontrar el equilibrio y la paciencia

Como os podéis imaginar, esto no fue un cambio de la noche a la mañana. De hecho, al principio, las mejoras eran sutiles. Sin embargo, con el tiempo, estos ajustes empezaron a dar sus frutos (por lo que, deberás tener paciencia).

Mis piernas dejaron de sentirse tan inquietas, y aunque de vez en cuando aún tengo alguna noche difícil, el alivio es evidente. Dormir dejó de ser una tortura. Y eso fue lo más importante para mí: recuperar, en cierto modo, el control sobre mi cuerpo y mi descanso.

Foto | Portada (Freepik)

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