A menos que decidas permanecer soltero o soltera eternamente, hay una verdad prácticamente ineludible: en algún momento de tu vida tendrás una suegra. Terroríficas para algunos y como una segunda madre para otros, el tema de las suegras siempre genera debate.
En mi situación en particular, he tenido dos suegras "serias y oficiales" de mis dos matrimonios, y la experiencia con cada una de ellas fue muy distinta. Puede sonar exagerado, pero con esto he podido confirmar que el problema en la relación suegra-nuera no soy yo.
¿Son ellas o soy yo?
Esto no trata de culpar a las suegras ni de imponer sobre ellas todas las razones por las que no hay una buena relación. Nadie es perfecto, y muchas veces el problema surge de nosotros mismos o de los prejuicios que podamos tener. Por eso creo que, como en cualquier relación, habremos de intentar ser flexibles y cordiales con la otra persona.
Es natural y esperado que en cualquier relación haya diferencias en la forma de pensar y actuar, y la relación suegra-nuera indudablemente no es la excepción. De hecho, es uno de los vínculos que tiene fama de ser complicado debido a las diferencias entre formas de pensar, especialmente después de la llegada de los nietos.
Pero a pesar de que es normal que haya algunas incompatibilidades al relacionarnos con ellas, lo cierto es que hay casos en los que, por más que intentemos llevarnos bien, simplemente no es posible. Y aquí es donde surge para muchas la gran interrogrante: ¿son ellas o soy yo?
Porque la relación con nuestras suegras también importa y la buena o mala convivencia que llevemos con ellas puede llegar a tener un gran impacto en nuestra vida personal o de pareja y, si ya tenemos hijos, hasta en la crianza.
De suegras... a suegras
Sin entrar en muchos detalles (y porque esto no va de quejas ni de hacernos la víctima), lo cierto es que la relación con cada una de mis dos suegras no podría ser más distinta. No vamos a estereotiparlas como "buenas" o "malas" suegras, sin embargo hay que reconocer que hay unas con las que es fácil entenderse y llevarse bien, pero con otras, no tanto.
En mi caso, con una de ellas la comunicación siempre fue un impedimento: era difícil llevar una conversación más allá de una charla mínima y cordial, pues la cantidad de cosas y formas de pensar en las que diferíamos era bastante larga, haciendo que nuestras conversaciones terminaran tan pronto como comenzaron. Sumado a esto, era el tipo de persona que no respetaba los límites de los demás, una situación que sin duda molestaría o incomodaría hasta a la persona más paciente y que cuando ya hay nietos hace todo aún más tenso.
Hay una gran diferencia con mi segunda suegra. Con ella es muy fácil tener una dinámica agradable e incluso familiar y de confianza, gracias a que ambas respetamos mucho la personalidad y opinión de la otra, inclusive cuando ésta última es opuesta en algunos temas. Es una relación en la que hay apertura para escuchar a la otra parte, sin juzgarla y entendiendo que cada quien toma sus propias decisiones y debemos respetarlas.
Basándome en estas dos experiencias, puedo decir que aunque es importante hacer autoreflexión y reconocer cuando hay algo de nuestro lado que podemos mejorar -porque no todo va a ser culpa de ellas-, hay casos en los que simplemente no nos queda más que aceptar que el problema no somos nosotros, sino ellas. Y por ello no hay que minimizar el hablar con nuestra pareja de este y otros temas complicados antes de iniciar una vida juntos.
Foto de portada | La madre del novio