Criar un hijo es uno de los trabajos más desafiantes que existen. Además de alimentarles, criarles, y toda esa enorme lista de cuidados básicos de los primeros años, tenemos que asegurarnos de prepararles para ser personas autosuficientes, amables, enseñándoles todo lo necesario para que sean seres humanos buenos y felices.
Por supuesto, como en cualquier trabajo, queremos hacerlo bien. Hacemos los posible por prepararnos e informarnos para tomar las mejores decisiones, cuidando que su crecimiento y desarrollo vayan por buen camino. Pero a veces, en esta travesía llamada maternidad/paternidad, podemos caer en ser demasiado exigentes o ver las cosas solo con mirada de adulto.
Hoy quiero compartir una reflexión que nace de una pregunta que he aprendido a hacerme, derivada de mi experiencia con la crianza y la convivencia con pequeños humanos: ¿es mal comportamiento o solo es un niño siendo niño?
El desafío de ser niño
Los niños no nacen sabiendo de normas o reglas establecidas por la sociedad, que aunque necesarias, pueden llegar a ser limitantes para ellos. Nosotros, por ejemplo, sabemos de respeto, espacio personal, prudencia, sentido común y muchas otras cosas más. Pero un niño -aún- no.
Por ello, en su inocencia e ingenuidad, los niños pueden hacer muchas cosas que como adultos vemos "mal" o podemos percibir como mal comportamiento, cuando la realidad es que no las hacen por rebeldía ni por molestarnos o enfadarnos. Simplemente las hacen porque son niños.
Que nosotros ya no saltemos en la cama o que no juguemos con la comida, por mencionar un par de ejemplos, no quiere decir que el que ellos lo hagan sea algo negativo o se estén "portando mal". Solo son niños descubriendo el mundo. Jugar, bromear y experimentar es una parte esencial e indispensable de la infancia.
Desde luego, con esto no me refiero a darles un pase libre para que hagan lo que quieran ni que dejemos de corregirles o educarles cuando sea necesario. Pero si aprendemos a ver más allá de la superficie y recordamos que nosotros tampoco nacimos sabiéndolo todo, podemos disfrutar aún más la vida con ellos.
Dejemos que nuestros hijos jueguen, bailen y canten como lo que son: niños. Que brinquen de alegría cuando algo les hace felices, que alcen la voz cuando celebran algo, que se ensucien cuando juegan y que pongan a prueba sus habilidades experimentando y probando cosas nuevas.
Que se equivoquen y aprendan de sus errores. Que saquen el máximo provecho de esa curiosidad y alegría propias de la infancia. Y si de paso nos unimos a ellos y disfrutamos el momento, todos ganamos.
Foto de portada | Vlada Karpovich en Pexels