El hombre que salvó la vida de miles de mujeres

El hombre que salvó la vida de miles de mujeres
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Hubo un hombre que salvó la vida de miles, de millones de mujeres. Un héroe que con su inteligencia, con su perseverancia y finalmente con su misma vida, demostró algo que los científicos de su época negaban.

Se llamaba Ignaz Philipp Semmelweis y nació en Hungría en 1818. Murió en 1865 en un último gesto desesperado para demostrar la validez de su teoría. Solamente, años más tarde, los descubrimientos de Louis Pasteur, explicarían científicamente que había tenido siempre razón.

Era médico en el Hospital de Viena y asistía estremecido a las altísimas cifras de fallecimientos de las mujeres que eran atendidas en sus partos en el Hospital. Le llamó la atención que el problema apenas se presentaba en las madres que daban a luz en su casa o en la calle. Muchas madres fallecían por "fiebre puerperal", con intensos dolores y despidiendo un olor fétido.

El médico comienza a investigar y llega a una sencilla conclusión: las mujeres son infectadas por los propios doctores que las atienden, especialmente por los estudiantes que han estado realizando previamente autopsias. Su recomendación es también sencilla, hay que lavar manos e instrumental para evitar los contagios.

Sin embargo no se habían hecho descubrimientos en microbiología que avalaran su tesis, por lo que sufrió el rechazo de sus colegas y fue expulsado de la profesión. En aquellas circunstancias escribiría una carta abierta en la que denunciaba lo que estaba sucediendo.

Una carta que, salvando las distancias, debería ser leída por todos los científicos y médicos para no olvidar que siempre, siempre, nos queda mucho que aprender y que las nuevas ideas se pueden revelar ciertas aunque al comienzo puedan parecer locuras.

"Me habría gustado mucho que mi descubrimiento fuese de orden físico, porque se explique la luz como se explique no por eso deja de alumbrar, en nada depende de los físicos. Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho... ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. ¡Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias..."

Semmelweis perdió la razón, nunca sabremos si por desesperación. Relataba como la campanilla que anunciaba una muerte se convertía en obsesiva. ¿Quién no perdería la razón, no solamente por sentirse perseguido, sino ante la impotencia de no lograr salvar miles de vidas humanas?

Tras años de internamiento mejoró. Y entonces hizo su último gesto heroico. En el pabellón de anatomía forense se acercó a un cadáver que estaba siendo estudiado. Lo abrió con un bisturí y luego se hizo una herida con él. Poco después falleció con los mismos síntomas que aquellas mujeres que trató toda su vida de proteger, demostrando la veracidad de todo cuanto defendía. Un hombre valiente que salvó la vida de millones de mujeres. Más información | Semmelweis Society

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