Llevamos tiempo diciéndolo. El sarampión es una enfermedad en situación de extinción, es decir, en proceso de acabar con ella, gracias a la higiene, a la nutrición (aunque últimamente nos estamos nutriendo tirando a mal) y sobre todo a las vacunas, que se resiste cada vez más porque aún hay mucha gente sin vacunar.
Los brotes acontecidos en los últimos años son normales, porque se trata de una enfermedad contagiosa, y por tanto, es normal que existan hasta su extinción, pero lo que no es normal es que sean brotes tan numerosos que afectan a tantas personas.
EE.UU. alerta de ello: cada vez hay más casos de sarampión. Y es que hasta el 18 de abril han tenido 129 casos en brotes sucedidos en 13 estados, la mayoría en personas no vacunadas, siendo el mayor número de casos en los primeros cuatro meses de año desde 1996.
Por qué es importante la vacuna
La corriente antivacunas insiste en afirmar que la vacuna no ha tenido nada que ver con el descenso de los casos de sarampión desde que ésta entró en vigor y se empezó a administrar a la población. Nada más lejos de la realidad, ya que se estima que las vacunas han evitado (y hablo de todas las enfermedades) 732.000 muertes, 21 millones de hospitalizaciones y 322 millones de enfermedades entre los niños estadounidenses nacidos en los últimos 20 años.
Las cifras de sarampión no han hecho más que bajar desde la inclusión de la vacuna, con diversos brotes y repuntes cada cierto tiempo, pero siempre con una tendencia a la baja. En los últimos años se han producido nuevos brotes que, como digo, se consideran normales y lógicos, pero no tanto por el número de personas afectadas, demasiado elevado.
Algunos brotes se generan fuera del país
Sucede en EE.UU. y sucede en España. No es la causa principal, pero es una de las causas. Alguien viene de fuera con el sarampión y, al ser una enfermedad muy contagiosa, pronto encuentra personas y niños sin vacunar a los que contagiar, que de nuevo podrán contagiar a otras personas.
El Dr. Tom Frieden, director de los Centros de Control de Enfermedades (CDC), dice lo siguiente al respecto:
El sarampión sigue siendo muy habitual en muchas partes del mundo [...] Globalmente, cerca de 20 millones de personas contraen el sarampión y 122.000 fallecen cada año de la enfermedad [...] Un solo caso no diagnosticado en un hospital podría resultar en docenas de casos secundarios.
Más casos
Se comenta que en lo que llevamos de año se han declarado 129 casos de sarampión. En todo el año 2013 fueron 189 los casos totales y 220 en 2011, cuando se llegó al punto más alto de un brote que afectó también a nuestro país. La tendencia debería ser a la baja, ya que una vez pasado el brote, entre las personas vacunadas y las afectadas, la enfermedad tiene más dificultades para encontrar personas "contagiables". Sin embargo, como sigue habiendo mucha gente sin vacunar, y cada vez más niños, el control de la enfermedad se antoja imposible.
Sin miedo a la enfermedad
El sarampión no es la peor enfermedad del mundo, pero tampoco puede considerarse benigna. Es muy contagiosa, se extiende fácilmente y puede tener complicaciones serias. El problema es que suena lejana, como de la infancia, y muchas personas dicen eso de "yo la pasé y aquí estoy". Lo cierto es que no, no todos la pasamos, porque muchos ya estamos vacunados (o no) y lo que es peor, no todos los que la pasaron están aquí. Algunos murieron y no los tenemos en cuenta.
Antes de 1963, el sarampión provocaba cerca de 3 millones de casos al año en Estados Unidos. Provocaba 48.000 hospitalizaciones y 500 muertes. Por entonces no hacía falta convencer a nadie del peligro de la enfermedad, todos querían vacunarse. Ahora parece que es necesario que la enfermedad vuelva a extenderse y que vuelva a morir gente para que la gente se tome en serio de nuevo al sarampión.
¿La cultura del miedo?
Y aquí es donde los antivacunas dicen eso de "ya están, como siempre, tratando de inculcar miedo". Y es cierto. Pero no porque se pretenda asustar porque sí para que la gente se vacune, sino porque el sarampión es una enfermedad a la que debemos temer. Mientras no le tengamos miedo, mientras le hayamos perdido el respeto, seguirá campando a sus anchas haciendo de las suyas.
Es lo que hay y es una lástima, porque si fuera una enfermedad que uno coge, la padece y la sufre, porque un día decidió arriesgarse, a muchos nos importa poco. El problema es que uno la coge, la padece, la sufre, pero también la contagia a otras personas vacunadas y no vacunadas (sobre todo las segundas), y la mayoría de veces se trata de niños que, pobrecitos, no han tomado ninguna decisión: o no están vacunados porque sus padres no quieren o no lo están porque aún son pequeños para recibir la primera dosis, que se administra a los doce meses.
Vía | Medline Plus
Foto | Thinkstock
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