Seguro que lo habéis vivido en primera persona o bien en tercera persona, cuando encuentras a tu pareja en ese estado. Es el momento en que llegas a casa, donde está tu familia, y te encuentras la casa hecha un desastre, los niños revolucionados y empiezas a buscar al adulto que debería estar con ellos y por ellos en todos los rincones.
"¡¿Hola?! ¿Cariño?", y tras hacer un barrido por el piso, sorteando objetos, juguetes y niños, le encuentras haciendo algo que no toca. No está agotado (o agotada), tiene algo de energía, pero no la está destinando a lo esperable. Igual está haciendo comida, está en el ordenador tranquilamente, o viendo la televisión. Entonces le preguntas "¿Has visto la que tienen liada los niños?". Y responde: "Yo ya paso".
A veces ni siquiera hace falta que se haya quedado solo con los niños. Podéis estar los dos en casa y los niños liándola igual, y estar ocupada y pedir que haga algo para que todo no acabe en caos y que te dé la misma respuesta: "Yo-Ya-Paso".
Es el momento válvula de escape
Si le preguntas a un purista de la educación, a un psicólogo, a un pedagogo (si me preguntas a mí sobre la teoría), dirá que es un gran error educativo, porque los niños reciben un mensaje contradictorio: en algunos momentos sus padres les explican lo que pueden y no pueden hacer y velan por que los niños no se pierdan el respeto entre sí y respeten el hogar, sus juguetes, etc. y en otros momentos se contradicen no interviniendo cuando sería necesario o cuando, en otras circunstancias, sí lo hacen.
Bien, vale, la teoría la sabemos todos, yo creo. Pero como no somos máquinas basadas en la acción-reacción, sino personas con nuestro trabajo, nuestras responsabilidades, nuestro estrés, nuestra falta de sueño y nuestro nivel de paciencia variable, que unos días es eterno y otros días ha llegado al límite a la hora de haberte despertado, nos permitimos desconectar el cerebro y abstraernos unos instantes, probablemente como válvula de escape.
Que hay días que piensas que la presión atmosférica está muy elevada, o que los astros se han alineado de manera que tus hijos solo tengan malas ideas, y mientras uno está haciendo algo en un sitio, otro inicia otra cosa en otra, y mientras actúas en un rincón, algo sucede en el contrario... y se pelean, y les separas, y les das una alternativa, y les explicas que hablen y no se peguen, que busquen soluciones, y las encuentran, pero sales 30 segundos de su campo visual y oyes gritos otra vez, y vuelves, y actúas de nuevo, y te quedas un rato con ellos, y se calman, y cuando sales 30 segundos de su campo visual oyes algo que sucede en otro rincón de la casa y te acercas y es el pequeño que ha decidido que es un buen momento para inundar el lavabo, y cuando ya lo has fregado y recogido todo vuelves a donde están ellos, que aún tiene energía suficiente para discutir de nuevo o para decidir que tienen hambre, abrirte el armario y ponerse a comer lo primero que pillan, y se pelean, porque solo hay un yogur de fresa que lleva semanas en la nevera, ya caducado, y en ese momento lo quieren todos. Y si tienes perro, no esperes que te avise. Estará con ellos, relamiéndose feliz, como si se celebrara su cumpleaños comiendo cualquier cosa que hayan dejado.
O pasar de todo, o transformarte en Hulk
En Hulk, o en Hulka (que sí, que existe). Hay días que sí, que te pones verde, creces de tamaño hasta romper una lámpara con la cabeza y quedarte en gayumbos tras destrozar tu ropa y empiezas a comportarte de un modo inexplicable. Gritando desde un "¡basta!", hasta un "¡no puedo más!", pasando por un "¡pero qué hacéis!" o un "¡estaos quietos de una vez!". El corazón se acelera, empiezas a sentar a los niños para tenerlos controlados y a recogerlo todo como alma que lleva al diablo con una agilidad y efectividad pasmosa, hasta que lo tienes todo presentable y les miras con unos ojos bien abiertos y tono amenazante para decirles "y ahora os ponéis a ver la tele o a jugar a algo tranquilo, que tengo cosas que hacer".
Pero hay días que no, que ya no te queda energía para la transformación y lo único que se pone verde es tu cerebro. Verde como una lechuga. ¿Tú has visto una hoja de lechuga comunicarse eléctricamente con otra hoja de lechuga? ¿No? Pues lo mismo pasa en tu cabeza. Las neuronas dejan de trasmitir, el cerebro entra en "modo ahorro de batería" como el móvil o "modo seguro" como el ordenador... ese modo en el que puedes hacer lo básico: mover los ojos, balbucear, ir a mear sin salirte fuera del retrete, caminar unos pasitos o sentarte y destinar toda la energía a una única tarea: mirar la tele o mover el ratón.
Tras la desconexión, hay que reiniciar
Lo dicho, es un momento en el que el cerebro se desconecta para evitar la explosión. Sientes que, o lo haces, o se te va a freír, y entre tener una lechuga o empezar a sacar humo por las orejas optas por lo primero. Te das unos minutos, unos instantes, un ratito, un mirar la tele, un "vamos a ver qué se cuece en Facebook" o un "voy a mirar el correo". Porque te irías a dar un paseíllo, pero en esos momentos el riesgo de acabar caminando por la carretera entre los coches es demasiado elevado, como elevado es el riesgo de dejarles solos: mala idea.
Y así hasta que de repente finaliza el reinicio, vuelves en ti y te levantas. Con suerte los niños han acabado de quemar sus últimos cartuchos de energía y ahora están tranquilos. Sin suerte, siguen dale que te pego pero tú llegas un poco renovado, capaz de poner un poco de orden a ese caos.
Que sí, que por desaparecer ahora está todo mucho peor, pero era eso o morir en el intento.
¿Les das mensajes contradictorios a los niños? Pues claro, como contradictorios son ellos por naturaleza, que tan pronto están tratando de ahorcar a su hermano con las manos como están jugando juntos a cualquier juego. Que tan pronto están llorando como riendo. Que tan pronto están saltando en el sofá como están tumbados como si hubieran caído del piso de arriba.
Son contradictorios y nosotros, los padres, también. Y humanos, muy humanos, e imperfectos, y como criar a nuestros hijos no es lo único que hacemos en la vida y no son ellos la única fuente de estrés, acabamos por necesitar una solución para no acabar saltando por la ventana. ¿Que quizás no es la mejor? Seguro que no, pero hasta que demos con otra, algo es algo.
Quizás, cuando encontremos la solución definitiva ellos ya habrán crecido y ya no se comportarán como pequeños torbellinos que arrasan con todo lo que se interpone en sus caminos.
¿Pero de verdad no hay nada más que hacer?
Que sí, que hay otras soluciones. Puedes estar con ellos, por ellos, promover juegos juntos, buscar actividades físicas donde quemen energías, bajar al parque, etc. Todo ello ayuda a que luego en casa estén más tranquilos. Pero aún así, esos momentos llegarán. Todo eso pasará y tú, por lo que sea, perderás la paciencia. No digo que sea una solución, no os estoy recomendando el "Yo ya paso". Solo os estoy diciendo que, si alguna vez habéis llegado a ese punto, tranquilos y tranquilas, no estáis solos, muchos hemos llegado también.
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