Los niños, el amor y el materialismo

“Mamá, ¿tú me quieres?”, le preguntó la niña mientras acababa con el yogur.
“Claro que te quiero, hija, mucho. ¿No ves qué habitación tienes? ¿No ves cuántos juguetes tienes? Yo nunca tuve una habitación así, ni tuve tantos juguetes como tú”, respondió su madre señalando con la mirada hacia la habitación de la pequeña.
“Ya mamá, tienes razón. Entonces, ¿por qué te enfadas cuando, pidiéndote que me des tu amor, te pido que me compres algo?”

Tengo tres hijos y ello hace que conozca las jugueterías de mi ciudad y que las haya pisado en diversas ocasiones. Son muchas las veces que he podido ver a niños pidiendo cosas, una tras otra, y a madres o padres negándose, una tras otra: “no, que ya tienes una en casa”, “no, que te has portado mal”, “no, que…”.

Siempre me he preguntado por qué esos niños piden tan insistentemente algún regalo y por qué los míos apenas piden nada y si piden se conforman con una breve explicación de por qué ese día no vamos a comprar nada (otros días sí les compramos, ojo). La conclusión a la que llegué un buen día es que los niños piden porque les enseñamos a pedir.

No son muchos los padres que pueden decir que pasan mucho tiempo con sus hijos o que están por ellos cuando éstos les llaman. Los trabajos con horarios poco amigables para las familias, el que tengan que pasar muchas horas en la guardería, los consejos educativos que recomiendan que no les “mimemos” demasiado y mil factores más (padres que no saben relacionarse con sus hijos y casi les evitan, padres que no tienen paciencia, padres que prefieren estar haciendo otra cosa a estar con sus hijos, etc.) hacen que muchos niños se sientan solos, faltos de padres.

Esto hace que busquen maneras de ahogar esa soledad y, cuando no hay padre o madre para jugar, uno acaba echando mano de lo que sea: “Papá, mamá, ya que vosotros no podéis estar conmigo, llenando mi tiempo, dadme cosas que lo llenen“.

Por otro lado, son muchos los padres que, a pesar de pasar poco tiempo con ellos, son conscientes de que sus hijos les echan de menos en muchos momentos y acaban por recurrir a los regalos para paliar las carencias afectivas, algo así como comprar su amor con juguetes.

El problema es que si compramos el amor de nuestros hijos, si nos tranquiliza conseguir una sonrisa con un regalo a cambio de las horas que no hemos pasado con ellos, ellos se acostumbrarán a no estar con nosotros y a pedirnos los objetos que sacian, por un tiempo, su sensación de soledad.

Y digo problema porque crecerán y se convertirán en lo que muchos adultos de hoy en día somos: “Comprar y comprar diciendo que responde a una necesidad” (que diría Reincidentes).

Foto | Dplanet en Flickr
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