No a todo el mundo le tiene que gustar ser padre: de parejas que tienen hijos y luego se arrepienten

Dicen las estadísticas que cada vez hay más parejas que deciden no convertirse en padres: el 10% de las mujeres nacidas en 1955 no tuvo hijos, mientras que si miramos a las nacidas en 1965 nos vamos al 13-14%. Esta tendencia parece estar aumentando, siendo las causas principales la infertilidad (un porcentaje muy bajo de ellas), la inseguridad laboral y el deseo de, simplemente, llevar una vida de independencia económica y social sin tener que estar pendiente del cuidado y de la atención que uno o varios hijos requieren.

Así, nos encontramos con mujeres y hombres con hijos, porque quieren, mujeres y hombres sin hijos, porque no quieren, y un tercer grupo en el que encontraríamos a mujeres y hombres con hijos en que uno de los dos, o los dos, llegan a arrepentirse, algunos hasta el punto de hacerlo público, como ha sucedido estos días en Londres, donde una mujer ha explicado que siente que sus hijos han arruinado en cierto modo su matrimonio.

Todos los instintos pueden ser controlados

Con el fin de procrear y procrear, de perpetuar la especie como si esa fuera nuestra única misión en la vida, la naturaleza nos dotó de una serie de instintos que lo hicieran posible. En los animales se ve claramente, pero en nosotros no tanto porque nuestro raciocinio y las normas sociales son suficientes para controlar dichos instintos. Y todos son controlables, ya sea de manera voluntaria, ya sea de manera involuntaria, como consecuencia de vivencias pasadas.

¿Estoy hablando del instinto maternal, o del paternal, y del instinto de reproducción, si es que existen como instintos? Sí, de ellos hablo. Las mujeres (no todas) sí tienen épocas en las que desean ser madres, ven un bebé y sienten que lo necesitan, que quieren cuidarlo, que quieren sostenerlo en brazos. Si hasta mi mujer que tiene ya tres me dice a veces que le gustaría tener otro bebé, que el cuerpo se lo pide... los hombres, pues lo que digo, los hay que quieren ser padres, que les gustan los niños y que disfrutan muchísimo con ellos y les cuidan y tratan con mucho amor y cariño, pero de ahí a que el cuerpo les pida un bebé hay un trecho, claro.

Pero bueno, esto es algo de lo que podemos hablar en otro momento porque tampoco es el tema de hoy debatir sobre quién y quién no tiene instinto de tener hijos, sino dejar claro que ese instinto se puede controlar o bloquear, como todos los instintos, de manera voluntaria y también de manera involuntaria: una pareja puede decidir no tener hijos porque quieren dar prioridad a sus vidas, a su manera de vivir, a su trabajo, a sus relaciones interpersonales y una pareja puede decidir no tener hijos porque sienten que no serán capaces de cuidarlos o sienten que la vida tiene todavía mucho que ofrecerles como para dejar de recibirlo.

Hablo, en el segundo caso, de personas cuyas carencias podrían ser más o menos acusadas, y pueden no sentirse preparados. Tener un hijo es un acto que requiere de muchísima dedicación y que, en cierto modo, te anula (anula la vida que llevabas). Ya no puedes ser la misma persona disfrutando de los placeres de la vida, preocupada de recibir del exterior para seguir creciendo como persona o como cura para lamer tus heridas (la constante búsqueda de algo que sacie la sed de ser feliz, de completarte como persona porque te han hecho sentir incompleta). Eso se acaba porque de repente hay ahí una personita que necesita mucho más del exterior que tú y de repente cambia tu vida del recibir, al dar. Tienes que darle tu tiempo, tienes que darle tu cariño, tienes que colmar sus carencias y cubrir sus necesidades y claro, cuando estás acostumbrado a recibir, o cuando sigues esperando recibir algo, el dar puede ser muy duro.

Para entenderlo bien, suelo hablar de mochilas vitales. La mochila de vida. Todos tenemos nuestra mochila que se va llenando de experiencias y que se va completando a medida que nosotros maduramos como personas. Lo ideal es ser padre o madre cuando sentimos que la mochila ya está lo suficientemente llena como para poder cerrarla durante un tiempo y dedicarte a llenar la de tu bebé. Si aún la sentimos vacía, puede ser nuestro bebé quien la llene o puede que no sea él y que aún queramos seguir con la vida que llevábamos. Entonces hay un conflicto, porque es difícil estar pendiente de la mochila de tu bebé si además estás pendiente de la tuya. Esas son las carencias de las que hablo, las que vale la pena conocer para ser capaz de tomar una decisión correcta: "Ep, yo no me veo preparado para ser padre, todavía. Aún siento que tengo mucho por hacer: o esperaré por si algún día veo que sí es el momento, o quizás más adelante decida no tener hijos". Y está bien. Estará bien, porque no a todos nos tiene que gustar tener hijos.

Sentir que tus hijos están arruinando tu matrimonio

Hace dos días pudimos leer en el Daily Mail la historia de Kate Morris, una mujer, madre de dos hijos de 14 y 11 años, que quiso explicar que siente que el tener hijos ha condicionado en demasía su vida con su pareja, y que echa de menos, demasiado, la vida que ambos tenían cuando eran jóvenes. Una vida en la que viajaban, vivían aventuras, disfrutaban el uno del otro y saboreaban lo que cada nuevo día les ofrecía que dio un giro de 180º en el momento en que tuvieron a su hijo. A partir de ese momento se convirtieron en padres y nada más se supo de esa pareja, pues sus temas de conversación pasaron a ser acerca de su hijo, y eso cuando hablaban de algo, porque la mayoría de veces se limitaban a darse órdenes o explicar el uno al otro lo que faltaba por hacer.

Kate Morris con su familia

Y contó que le gusta tener hijos y que lo da todo por ellos porque ambos tuvieron unas infancias muy duras, él huérfano desde los 8 años y ella en un internado desde los 11, y no quiere que sus hijos sientan esas carencias. Sin embargo, añade que ya está, que ellos ya han tenido sus dos hijos y que en cambio parece que siguen necesitándoles, que se han apoderado de sus vidas y que a veces se siente como si contara los días esperando a que crezcan y se hagan independientes. Como además no tiene ningún apoyo familiar en este sentido, siente que un poco de ayuda le habría venido bien para, de vez en cuando, algún día, poder dejar a los niños con alguien y ella y su marido hacer algo solos.

Algo parecido desveló hace unos años Corinne Maier cuando describió en su libro "No Kid. 40 buenas razones para no tener hijos" por qué preferiría no haber tenido los dos hijos que tuvo:

Si no tuviera (hijos), ahora mismo estaría haciendo la vuelta al mundo con todo el dinero que he ganado con mis libros [...] estoy de arresto domiciliario, obligada a hacer comidas, a levantarme a las siete de la mañana cada día, a preguntar lecciones estupidísimas y a poner lavadoras para unos niños que me consideran su criada.

Y es una pena. Es una pena arrepentirte de tener hijos porque en realidad la culpa no es de ellos. Ellos no han cambiado. Ellos son como siempre han sido, dependientes en mayor o menor medida según la edad, y de diferente manera si ya son más mayores. Pero tampoco quiero decir con ello que la culpa es de los padres, y que para eso no haberlos tenido, porque tampoco se les puede culpar de sus sentimientos (si acaso, se les puede culpar de hacerlo público, de hacer saber al mundo entero que tus hijos te estorban, porque puede ser muy duro para un niño saber que tus padres se están haciendo conocidos por no quererte).

Si no los quieres, no los tengas

Claro, esto sería lo ideal, poder tomar decisiones con respecto a tu vida sin la presión social de tener que hacer lo que todo el mundo espera que hagas: estudia, sácate una carrera, encuentra un trabajo, una pareja, id a vivir juntos, tened hijos, formad una familia y a vivir.

Si no lo haces así empiezan las presiones: "que cuándo vas a trabajar, que ya toca", "que cuándo te vas a echar novio/a, que ya tienes una edad", "que cuándo vas a tener hijos, que se te pasa el arroz". Y si dices que no vas a tener hijos aún hay quien dice "¿Cómo? ¿Por qué no? ¡Si son lo más bonito del mundo!", y te tachan de egoísta.

Hace unos años me encontré con una conocida. Yo iba con mi primer hijo en el cochecito. Hacía tiempo que no nos veíamos y ella es mayor que yo, así que se sorprendió un poco al verme con un niño, me dio la enhorabuena y claro, el tema parece que se centró un poco en eso cuando me explicó que ella no tenía ninguno y que había decidido con su pareja no tener. Yo le dije que "Bueno, si los dos lo sentís así...", porque aunque a mí me pareció una historia triste, lo importante no era lo que yo pensara, sino lo que ella pensara, y en cierto modo me sentí mal porque insistió un poco en las razones para no tener hijos, como justificándose. Muy probablemente yo era la enésima persona a la que sentía que tenía que explicar su decisión y ni yo era nadie para juzgarla, ni nadie en realidad era nadie para hacerlo, pero seguro que muchos lo hicieron.

Y pensé entonces en cuántas parejas han tenido hijos sin estar realmente convencidos de ello, simplemente por presión, en cuántas mujeres tenían pensada una vida que se truncó porque tuvieron un bebé que no buscaban en realidad, en cuántos hombres tienen hijos simplemente porque sus mujeres quieren, y a ellos ni les va ni le viene (no tengo los datos, pero creo que esta última es la situación más frecuente).

Y ahí es donde quiero llegar, que no a todo el mundo le tiene que gustar ser padre o ser madre y ante una situación así, vale la pena ser honesto, sincero con uno mismo y tomar la decisión más pertinente. Quizás valga la pena no tener hijos si su llegada va a suponer un problema para todos.

¿Y esto no vendrá todo de un problema social mayor?

Probablemente, porque que cada vez haya más hombres y mujeres que preferirían no tener hijos es algo que no nos incumbe (cada cual que haga lo que prefiera) pero cuyos motivos sí podemos tratar de entender. ¿Por qué sucede? Bien, yo no soy antropólogo, solo una persona que se fija un poco en las cosas, que medita sobre ellas y que a veces llega a conclusiones acertadas y otras veces mete la pata hasta el fondo. Quizás lo que viene a continuación sea una de esas veces en que acierto, pero quizás sea una de esas veces que no (así que si alguien tiene una teoría mejor, que me la explique, que a mí me encanta tratar de entender este extraño mundo en el que vivimos).

Creo que sí. Creo firmemente que todo responde a un problema social mayor, a un funcionamiento global tan errático, tan capitalista, tan individualista, tan egoísta, que tiene efectos secundarios devastadores.

Esto da para muchas horas de conversación y muchas líneas, así que me será complicado sintetizarlo, pero lo voy a intentar: hemos creado, o han creado para nosotros, un mundo en el que el éxito de las personas ya no se mide por la calidad humana, sino por lo productivo que puedes llegar a ser o, mejor dicho, por el dinero que puedes llegar a conseguir, o llegar a mover. Se admira a los que más tienen y no a los que más valen. Se admira al que asciende en su trabajo. Se admira a los hombres en las altas esferas y el trabajo en casa, el cuidado de los niños, ha quedado relegado al olvido, denigrado, sin importancia, hasta tal punto que se delega en terceras personas.

En esa lucha feroz por el éxito, se ha integrado a la mujer en el sistema capitalista masculino de manera que ahora no solo los hombres compiten entre sí, sino también con las mujeres para ascender, conseguir notoriedad, independencia económica, éxito, y mientras tanto, las cosas que más nos llenan son un coche cada vez más lujoso o potente, una casa cada vez más grande y un viaje cada vez más lejano. Ese es el ocio de hoy en día, así se disfruta: conociendo sitios lejanos, llevando ropa cara, teniendo decenas de zapatos, el móvil más caro, el coche más bonito, siendo independiente, etc. ¿Las cosas cotidianas? Han quedado casi en el olvido porque es lo de siempre, lo que todo el mundo puede tener, y eso, claro, no te hace especial ni diferente.

Y en esa diferenciación, en esa búsqueda del éxito, en esa evolución del modo de vivir muchos se han distanciado tanto que se han quedado en ese constante estado de "mochila medio vacía", y lejos del calor humano de una familia o de unos amigos que, de hacer falta, te ayudarían con tus hijos, pero que tampoco están porque ellos probablemente estén también tratando de llenar sus mochilas. Nos hemos quedado sin familia que nos ayude a cuidar de nuestros hijos porque ahora los hijos son de sus padres y esto ya no es como en esas épocas en que los niños se pasaban el día en la calle y al final se educaban solos o los educaban entre todos: los mayores, los primos, sus tíos, las abuelas. Los niños iban a todas partes y su entorno era tan inmenso como era su red familiar. Ahora apenas hay red, muchas veces, porque nos alejamos de nuestros padres para iniciar nuestra propia vida y el entorno de los niños es su colegio y el de las actividades a las que los apuntamos y los llevamos. Somos, al final, esclavos de su tiempo y de sus agendas, y esto no todos los padres lo digieren bien. ¿La culpa? De todos un poco. De permitir que el capitalismo haya conseguido que sea el trabajo lo que honre a una persona y no su calidad humana, y de creer que las mujeres han sido por fin liberadas después de una gran lucha, por haber conseguido entrar en el mercado laboral, ese que, por haber sido creado por y para los hombres, no tiene compasión alguna y no sabe de conciliación familiar. Ese que hace sufrir a los niños, que se quedan sin padres, ese que hace sufrir a las madres, que aunque han sido "liberadas" resulta que ahora tienen el doble de trabajo, el de casa y el de fuera y ese que hace sufrir a los padres (a algunos), que quieren estar en casa también, pero no pueden.

Y todo gira de una manera y a una velocidad que es normal que haya efectos colaterales: personas que lo pasan fatal porque tienen sus mochilas casi llenas y preferirían cuidar de sus hijos y personas que lo pasan fatal porque tienen sus mochilas casi vacías, preferirían dedicar más tiempo a sus trabajos y a tratar de llenarlas, pero no pueden porque tienen hijos.

¿Cómo lo solucionamos?

No sé si hay manera, pero lo de tratar de lamernos las heridas y lo de atender a nuestra mochila vital para llenarla cuanto antes es una buena solución. Así podremos cerrarla y dedicarnos a ayudar a nuestros hijos a llenar las suyas, con tiempo, cariño, diálogo, juegos, etc. Si les excluimos de nuestras vidas porque seguimos preocupados (en demasía) por seguir recibiendo, no haremos sino traspasar nuestras carencias, porque ellos se sentirán del mismo modo, faltos de amor, faltos de referente, faltos de alguien que les acompañe en el camino y les haga sentir queridos y plenos. Y si no se sienten así (que es como no nos sentimos nosotros en nuestra infancia tampoco), si todo ello les perjudica de algún modo en su autoestima y en su seguridad, crecerán con esa sensación constante de que siempre falta algo con lo que serán felices. Y cuando lo consigan se darán cuenta de que no era eso, de que es otra cosa. Y al conseguirla verán que aún no son felices, que necesitan algo más. Y entrarán en ese círculo de la búsqueda constante de una felicidad que nunca llegará, porque el problema no está en el exterior, sino en ellos mismos, en esa mochila medio vacía que lo estará siempre, a menos que cambien su manera de ver la vida o que encuentren qué es lo que de verdad necesitan para ser felices. Solo entonces podrán, si lo desean, tener hijos y romper con esa cadena, con esa transmisión de infelicidad que llevamos tanto tiempo contagiando a nuestros hijos, generación tras generación y cuyos efectos se magnifican cada vez más, al hacerse la pelota cada vez más grande, mayor la oferta de ocio instantáneo, menor la paciencia y la espera, mayores las posibilidades de lograr una pseudo-felicidad transitoria y de desconectarnos, cada vez más, de nuestra esencia, de nuestra humanidad, de nuestra manera de ser empática, comunicativa y solidaria.

En nuestras manos está, pero no pinta nada bien. ¿Mientras tanto? Lo dicho: que cada persona haga lo que sienta que tiene que hacer. Nadie tendría que tener hijos si siente que será infeliz con ellos.

Fotos | iStock
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