¿Se porta mal?: reclamaciones disfrazadas

Son muchos los niños que hacen poco o ningún caso a los padres, que todo les parece mal, que tienen mal comportamiento casi desafiando a los padres y que acaban por ser sermoneados, castigados, reñidos, quizás hasta pegados y todo en pro de corregir un comportamiento del que los padres podemos ser culpables.

Sí, lo habéis leído bien. Cuando un niño se porta mal gran parte de la culpa es nuestra. Sé que la mayoría de consejos que recibimos cuando un niño tiene mal comportamiento provienen de la culpabilización del niño: “no le hagas caso, ignórale”, “siéntalo en la silla de pensar”, “quítale algo que le guste y dáselo cuando el comportamiento sea adecuado”, etc., sin embargo es muy posible que cuando se porta mal os esté reclamando algo, pero de manera disfrazada.

La verdad pura y sincera

A los padres nos gusta, nos encanta, que nuestros hijos sean sinceros, que no nos engañen, que nos digan la verdad. A ellos les gusta que nos sintamos bien con ellos, así que si la relación es correcta, si hay confianza y todo va bien, lo más probable es que no tengan reparos en ser sinceros.

De hecho, son tan sinceros que no tienen problema en pedir lo que necesitan o creen que necesitan: “¡Mamá ven!” o “¡Papá, vamos a jugar!”. Invitaciones que pueden ser aceptadas por los padres o no, cosa que varía mucho según sean los padres y según sean las circunstancias.

Si es el único hijo en la casa las probabilidades de que papá o mamá vengan son altas. Sin embargo, si papá y mamá son de los que piensan que los niños tienen que hacerse independientes y autónomos estando más rato solos quizás no acudan o accedan siempre a las peticiones de los niños.

Si en cambio hay más hermanos en casa y por lo tanto más trabajo en general las posibilidades de acudir a la llamada son menores, hecho que puede paliarse si los padres tienen claro que los niños necesitan de nuestro acompañamiento para, precisamente, desarrollarse y madurar, buscando la manera de acabar pasando tiempo por el niño que nos reclama.

Todo esto para decir que hay padres que acuden en cuanto pueden para estar con los hijos y hay padres que están tan ocupados con otras cosas que casi nunca acuden a las llamadas, respondiendo con un “ya voy”, “espera que ahora no puedo”, “luego…”, “déjame que ahora estoy ocupado”, etc.

Las reclamaciones disfrazadas

Los niños no son tontos, tienen dificultades para expresar cómo se sienten, pero no son tontos, y que no sepan verbalizar el malestar no significa que no se sientan mal. Para ellos recibir esas respuestas de “tú después” es como notar una sensación de vacío, una falta de importancia, de atención por parte de los padres, una sensación que parece mostrarles que ellos no son siempre lo primero, o que no lo son nunca, de hecho.

Si esto sucede pocas veces los niños pueden llegar a entender la situación. Si sucede muy a menudo, si notan ese rechazo enmascarado (que no tiene por qué ser consciente, ni mucho menos), los niños acaban por buscar otra manera de conseguir la atención que necesitan por parte de sus padres. Y como por el camino de la sinceridad las cosas no salen, lo intentan por el camino del disfraz, de las segundas, de las mentiras, con reclamaciones disfrazadas.

¿No es cierto que los adultos maquillamos las verdades para lograr nuestros propósitos? ¿No es cierto que ocultamos muchas cosas para evitar hacer daño o en beneficio propio, porque si decimos la verdad siempre y contamos demasiado nos sentimos expuestos? Pues los niños también aprenden a jugar a este juego, normalmente comportándose mal.

Con comportarse mal me refiero a rebelarse, decir no a todo, pegarnos cuando algo no va bien, pedir cosas materiales como si fueran supernecesarias, entrar en el juego de las amenazas y seguir con la acción para ver si somos capaces de cumplirlas, etc. Todo hasta que llega el día en que nos decimos: “no puedo más, ¿por qué se comporta así?“.

Están llamando la atención

Pues respondo, quizás me equivoque en algunos casos, porque vete tú a saber, pero seguro que en la gran mayoría el niño está simplemente llamando la atención. Sé que esto de decir que el niño está llamando la atención no tiene buena prensa, porque después de que alguien diga “mi hijo no hace más que molestar, parece que me está llamando la atención” alguien responde “pues no le hagas ni caso y ya verás como deja de hacerlo”.

Sin embargo, un problema no se arregla porque no le hagamos caso. El niño puede dejar de quejarse si realmente no atendemos a sus llamadas de atención, pero no por eso se sentirá mejor. Él seguirá sintiendo esa extraña sensación de vacío que no es capaz de explicar ni expresar (porque si lo fuera lo verbalizaría, pero al no serlo lo dice con sus actos) y en su interior todo seguirá igual.

Pero también puede no dejar de quejarse y seguir llamando nuestra atención. Entonces, e incluso al principio, tras preguntarnos “por qué se comporta así”, lo ideal no es ignorarle, sino todo lo contrario, hacerle más caso que nunca. Dedicarnos tanto como podamos a estar con él, incluso cuando esté haciendo otra cosa (en plan me siento a tu lado y te miro… y si quieres y me invitas a tu juego, compartimos este rato), dedicar tiempo a hablar con él, a decirle cuánto le queremos y cuánto ha cambiado nuestra vida desde que él llegó (digo yo que para bien), explicar con franqueza que no nos gusta cuando se comporta faltándonos al respeto, pero que pensamos que lo hace porque no hemos podido atenderle como merece… en definitiva, hacerle sentir importante en nuestras vidas, hacerle sentir entendido, tanto como lo es realmente para nosotros.

Hay que hacerlo, porque los niños lo necesitan para no sentirse solos. A los adultos también nos pasa… “ya sé que me quieres, pero dímelo más a menudo para no olvidarlo”. Ellos necesitan oírlo, pero sobretodo, sobretodo, necesitan sentirlo, porque aún son niños y aún se mueven más por emociones que por palabras.

Foto | Tabooze en Flickr
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