Los niños, en principio estás más predispuestos a la felicidad que los adultos. La felicidad no es innata. Se compone, según Martin Seligman, padre de la psicología positiva, de tres factores: predisposición biológica (los genes nos inducen entre un 25% y un 50% a ser optimista o pesimista), circunstancias vitales y control de la voluntad.
Lograr que un niño sea feliz no es una tarea que requiera grandes esfuerzos; los principales ingredientes es hacerlos sentirse queridos y necesarios, potenciando sus capacidades, su personalidad y no sus carencias, en una ambiente seguro, confortable y disciplinado.
Por otro lado no todo debe ser color de rosa. Tienen que aprender que para conseguir cosas hay que esforzarse, enseñarles a superar las adversidades con éxito es una fórmula para aumentar su autoestima. Los amigos y los juegos son ingredientes gratis para ayudarles a crecer y ser feliz.
Los padres muchas veces nos hacemos la pregunta: ¿Será feliz nuestro hijo? Hasta los dos años un bebé que sonríe, que es activo, explora su medio y tiene buena salud, es un bebé feliz. A esta edad le dan miedos los extraños y no quiere separarse de sus padres. Necesita figuras de apego que le proporcionen seguridad y bienestar. Entre los dos y seis años un niño que es feliz a esta edad, ríe a menudo, siente curiosidad por su entorno, quiere comunicarse y relacionarse y tiene capacidad de autodominio. Necesita cariño, pero también límites. De los seis a los doce años tiene una idea más elaborada de sí mismo y de su entorno. Le gusta divertirse y aprender, sentirse respectado, querido y escuchado. Un niño feliz sabe tolerar las frustraciones, tiene un autoestima alta, no presenta problemas de comportamientos, va bien en clase y le gusta tener amigos.
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