Si hay una verdad absoluta sobre la vida, es que ésta está en constante cambio. Podemos mantenernos fieles a nuestros principios y tener las mismas metas generales durante años, pero siempre habrá algunos cambios o ajustes conforme vamos creciendo y madurando.
Así, lo mismo sucede con las cosas que suelen hacernos felices en cada etapa de la vida: si los juguetes nos daban horas de diversión y entretenimiento en la infancia, encontramos que en la adolescencia y adultez esto proviene de otras cosas.
Aunque todavía me quedan un par de años para llegar a los 40, puedo notar que mis intereses y preferencias han cambiado bastante con el paso del tiempo. Y definitivamente las cosas que me hacían feliz a los 20, no son ni serán las mismas que a los 40.
Las cosas que priorizaba en mi juventud
En mis veintes, aunque ya era oficialmente una persona adulta, las cosas que me interesaban estaban más inclinadas hacia lo que la mayoría de los jóvenes les atrae, como la convivencia social, los viajes, las nuevas amistades, las metas académicas...
A pesar de que la adolescencia es la etapa en la que formamos y establecemos nuestra identidad, en los 20 todavía realizamos mucha experimentación: tenemos hambre de comernos al mundo, de conocer todo lo que sea posible y de explorar todo lo explorable.
En ese entonces, casarme y tener hijos era algo que apenas comenzaba a pasar por mi mente -al menos durante los primeros años- y mis metas estaban enfocadas a terminar mi carrera, aprender todo lo que pudiera sobre la vida y viajar siempre que tuviera la oportunidad.
Fue una época en la que hice muchas amistades, disfruté salir de fiesta, ir a reuniones, así como estudiar en otro continente y hacer amigos de todo el mundo, abriendo mi mente a culturas diversas y diferentes a la que había conocido toda la vida.
En definitiva, los 20 fueron -al menos en mi caso- una década en la que descubrí nuevos intereses pero en la que también pude cimentar aún más mi identidad y en la que comencé el camino para conocerme mejor.
Las cosas que me hacen feliz en mi adultez
Ahora que estoy más cerca de los 40 que de los 30, puedo notar cómo mis prioridades han cambiado - aunque debo admitir que varias de las cosas que me hacían feliz a los 20 aún siguen vigentes.
Por un lado, todavía me atrae mucho viajar y conocer sitios nuevos y otras culturas, a pesar de que ya no lo hago con la misma frecuencia que antes. Pero lo de hacer muchas amistades nuevas ya no suena tan atractivo: con el tiempo uno se da cuenta que, aunque puedes conocer a muchas personas, en cuanto a amistad es mejor calidad que cantidad.
Esto no quiere decir que estoy negada a conocer personas nuevas, ¡nada de eso! Simplemente me he vuelto muy selectiva en cuanto a mis amistades y las situaciones en las que invierto mi tiempo, porque ahora me conozco mucho mejor que a los 20 y porque las responsabilidades de la vida adulta tampoco dejan mucho tiempo libre.
Por otro lado, y esto me viene sucediendo casi desde que entré en la treintena, estar en mi hogar es algo que hace infinitamente feliz, pues he logrado convertir un departamento en un lugar acogedor, lleno de todas esas cosas y personas que valoro y me dan felicidad.
El placer de quedarse en casa y de tener una conversación profunda con una buena amiga, por ejemplo, son cosas que aprendemos a apreciarlas con la edad, así como el pasar tiempo a solas, ya sea leyendo, pintando y jugando juegos de mesa o videojuegos.
Escribiendo todo esto quizás sueno un poco ermitaña, pero la verdad es que conforme nos hacemos mayores aprendemos el valor de los pequeños placeres, y la tranquilidad es algo que va volviéndose prioridad y que da mucha paz y satisfacción. Pero eso sí, mi curiosidad y hambre por aprender no han desaparecido (y probablemente no lo harán nunca).
Foto de portada | Megan Bucknall en Unsplash