Creía que estos cinco hábitos me hacían feliz, pero me estaban amargando la vida

Creía que estos cinco hábitos me hacían feliz, pero me estaban amargando la vida
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En la búsqueda de la felicidad, a menudo adoptamos ciertos hábitos creyendo que nos llevarán a una vida más plena. Y no hablo de comer mejor, hacer más deporte o tener más vida social (algo que, dicho sea de paso, es positivo). Sino que hablo de hábitos más concretos y específicos que pensamos, nos hacen bien.

Sin embargo, a veces esos mismos hábitos pueden volverse en nuestra contra, dejándonos insatisfechos o incluso amargados. Aquí te comparto mi experiencia a través de cinco hábitos que, aunque parecen beneficiosos, pueden tener el efecto contrario. Y te explico por qué.

1) Perseguir la perfección en todo

Durante mucho tiempo, pensé que aspirar a 'hacer las cosas todo lo perfectas que pueda' me ayudaba en mis éxitos y en mi bienestar. Con esta mentalidad, me aseguraba de que todo lo que hacía, desde mi trabajo hasta la limpieza de la casa, fuera impecable.

En cierta manera, creía que si todo estaba perfecto, me sentiría mejor y más satisfecha con mi vida. 'Todo bajo control'. Pero la realidad fue muy diferente.

El problema de buscar la perfección es que es un objetivo inalcanzable. Siempre hay algo que podría haberse hecho mejor o de una manera diferente. Con el tiempo, esta mentalidad me dejó exhausta y frustrada, porque no importaba cuánto me esforzara: nunca estaba completamente satisfecha con los resultados.

Además, este hábito me robaba el disfrute del proceso, porque estaba tan concentrada en el resultado final que me olvidaba de vivir el momento.

2) Complacer a todo el mundo

Ser una persona amable y considerada es positivo, pero intentar complacer a todos puede ser una trampa. Durante años, creí que estar siempre disponible y decir "sí" a cualquier petición me haría querida y respetada por los demás. Sentía que, al hacer felices a los demás, también yo sería feliz.

Sin embargo, este hábito de poner a los demás por delante de mí misma empezó a pasarme factura. Decir "sí" cuando realmente quería decir "no" me llenó de resentimiento y agotamiento.

Poco a poco, fui perdiendo de vista mis propias necesidades y deseos, y terminé sintiéndome vacía. La realidad es que no podemos hacer felices a todos (¡y no pasa nada!), y que al intentar hacerlo, corremos el riesgo de perder nuestra propia felicidad.

3) Evitar el conflicto a toda costa

Otro hábito dañino para mi felicidad fue pensar que evitar los conflictos era la mejor manera de mantener la paz y la felicidad en mis relaciones. Siempre buscaba la manera de esquivar las discusiones, cediendo ante los demás y guardando mis sentimientos para mí misma. Creía que al hacerlo, mantenía la armonía y evitaba el estrés.

Nada más lejos de la realidad. Este hábito me llevó a acumular resentimientos y tensiones no resueltas. Evitar el conflicto no lo elimina; simplemente lo empuja debajo de la alfombra, donde sigue creciendo hasta que se convierte en un problema mucho mayor.

Aprendí que, aunque los conflictos pueden ser incómodos, enfrentarlos de manera constructiva es necesario para tener relaciones sanas y reales. Me dí cuenta de que, hablar honestamente sobre lo que me molestaba, ayudaba a resolver el problema y además, mejoraba la confianza con los demás.

4) Mantenerme ocupada todo el tiempo

En nuestra sociedad, estar ocupado se ha convertido en una especie de 'medalla de honor'. Pensaba que, si llenaba cada minuto de mi día con actividades, sería más productiva y, por ende, más feliz (o, de forma inconsciente, era una forma de evitar afrontar temas difíciles para mí).

Desde trabajar horas extras hasta llenarme la agenda de planes, me aseguraba de que nunca hubiera un momento de inactividad o de aburrimiento. Sin embargo, este ritmo frenético me dejó agotada y desconectada de mí misma.

Estar constantemente ocupada no me permitía disfrutar de la vida, reflexionar sobre mis emociones o simplemente descansar. En lugar de hacerme más feliz, esta hiperactividad me llevó a una sensación de vacío y agotamiento constante.

Aprendí que es vital hacer espacio en la agenda para el descanso y la reflexión, y que el tiempo libre no es tiempo perdido, sino una oportunidad para recargar energías y encontrar un equilibrio en la vida.

5) Aferrarme al pasado

Finalmente, otro hábito que creía que me hacía feliz pero que en realidad me estaba amargando la vida era aferrarme al pasado (aunque lo hiciera de forma inconsciente).

Pensar constantemente en "los buenos tiempos" o en lo que podría haber sido es algo que, en su momento, parecía reconfortante. Revivir viejos recuerdos, mantener contacto con personas que ya no forman parte de mi vida, o lamentar decisiones pasadas, me daba una sensación de conexión con algo que ya no existía. Era una melancolía dañina disfrazada de nostalgia.

Así, este hábito me impedía vivir plenamente en el presente. Aferrarme al pasado me hacía perder de vista las oportunidades y alegrías del momento. En lugar de avanzar, me quedaba atrapada en lo que ya no podía cambiar, lo que generaba en mí sentimientos, más que de nostalgia, de arrepentimiento y tristeza.

Porque no es lo mismo visitar el pasado, que quedarse a vivir en él. Y dejar ir el pasado es necesario para encontrar la felicidad en el aquí y ahora. Aprendí que, aunque es importante recordar y aprender de nuestras experiencias, la verdadera felicidad se encuentra al aceptar el presente y al poder mirar con esperanza el futuro.

Foto | Portada (Freepik 1 y Freepik 2; montaje propio)

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