Hay veces que no puedes más, pero quejarte de tu hijo no te va a ayudar en nada (ni a él tampoco)
A veces la paternidad nos supera. A veces estamos “hasta el gorro”. A veces necesitamos desfogar y le damos salida a ese malestar... quejándonos: que si el niño no hace caso, que si es que es un despistado, que fíjate qué cansado es ser madre o padre... Quejas. Quejarse tiene su utilidad, pero también un montón de consecuencias negativas, sobre todo si nos quejamos de nuestros hijos y peor si encima lo hacemos delante de ellos.
Cuando nos quejamos de nuestro hijo
Hay quien hace de la queja un estilo de vida. Hay quien cree que decir esto o aquello de su hijo ante terceros puede ser hasta gracioso... Pero la realidad es que es algo desagradable que puede tener consecuencias en el peque.
No, no es que ahora no podamos expresar lo que sentimos. Te explico: verbalizar aquello que no nos gusta o que nos hace sentir mal es positivo: guardarse las cosas nunca fue una buena estrategia (lo que se guarda debajo de la alfombra al final se convierte en una montaña con la que tropezaremos sí o sí).
Pero de ahí a darle formato de queja y más hacerlo delante de los propios niños, hay un trecho... Un trecho poco saludable.
Cuando un niño escucha a sus padres quejarse de él lo vive como un total y absoluto fracaso, porque el hecho de que se esté verbalizando algo negativo suyo y que, además, se lo estemos transmitiendo a terceros, hace que el efecto negativo de la crítica (porque esto es una crítica) se potencie.
Se sentirán ridiculizados y lo que es peor, no entenderán por qué papá o mamá dicen eso de ellos. El poder de aprendizaje que tiene explicarles las cosas y el mostrarles qué esperamos que hagan se diluye completamente cuando lo que hacemos es quejarnos. La queja es algo vacío a nivel funcional, pero lleno a nivel de consecuencias negativas.
Vamos a intentar ponernos en su lugar para imaginar cómo deben sentirse cuando hacemos esto:
Imagina que estás en una reunión con muchas personas. Allí están tus amigos, compañeros de trabajo, familia... Y entonces escuchas cómo tu pareja, tu madre o tu mejor amiga, les habla a los demás de lo desastre que eres con la puntualidad y lo harta que está de que llegues tarde. Todos te miran mientras esa persona narra todo un repertorio de veces en las que tu impuntualidad le ha molestado. Y tú sin poder hablar. ¿Cómo te sentirías?
Reflexión: ¿no te parecería más productivo, más respetuoso y más sano para tus emociones, el que esa persona te comentara esto en privado y te diera la oportunidad de explicarte y cambiar tu conducta? Pues eso es lo que hacemos muchas veces con nuestros hijos cuando nos quejamos de ellos... delante de ellos.
Ni en privado ni en público
Sí, justo en el párrafo anterior decía que es mejor hablar de esto en privado, pero ojo, que ahí es donde está la clave: una cosa es hablar en privado con nuestro hijo, educar, darle información acerca de cómo nos hemos sentido en un momento dado acerca de su conducta... y otra muy diferente es quejarnos de él.
La queja no da opción a que el peque aprenda nada positivo, directamente lo convierte en receptor, en objeto de crítica, y eso es muy, muy, poco recomendable.
Como padres queremos que nuestros hijos sean autónomos, que tengan una buena autoestima y que sean capaces de gestionar su vida, ¿verdad? Pues quejarnos de ellos, en público o en privado. es una estrategia que va exactamente en dirección contraria a esto.
Como niño, si tengo que escuchar cómo se quejan de mí sin poder hacer nada...
- Aprenderé que he de quedarme quieto mientras me critican.
- Que es posible que el que me critica tenga razón.
- Que su opinión es importante y que mide mi valía...
- ... y asumiré que he de aguantarlo, sin rechistar.
¿Esto es lo que queremos que aprendan nuestros hijos?
Y por si fuera poco, además les enseña una estrategia que no funciona:
Si los peques nos ven quejarnos van a asumirlo como una conducta útil, y la van a replicar. Si nosotros nos quejamos por sistema del trabajo, ellos se quejarán del cole, si nos quejamos del atasco se quejarán del rato tan largo que llevamos en la cola del súper... ¿Y de verdad te parece productivo para ellos? ¿Les sirve de algo quejarse o solo hace que se sientan peor?
Para nosotros tampoco es positiva la queja
Verbalizar nuestro malestar, decirlo en voz alta, es algo sano. Guardarnos aquello que nos hace sentir mal solo sirve para potenciarlo y para generar una “bola de nieve emocional” cada vez más grande, cada vez con más frustración.
La pareja, el trabajo, nuestros hijos... el día a día es complicado y hay veces, como decía, que necesitamos “soltarlo”. Bien, no pasa nada por ello.
Sin embargo una cosa es externalizar nuestro malestar y otra muy diferente es quejarnos sin filtros. La queja, cuando es solo eso, queja, al aire, es algo poco funcional, no nos ayuda en nada. Podríamos pensar que nos ayuda a desahogarnos, vale, correcto, verbalizar siempre es positivo, pero...
En muchas ocasiones detrás de una queja lo que hay es una demanda real, una necesidad que ha de ser cubierta. El problema es que quejarnos de nuestro hijo, un niño que no tiene capacidad de entender ni gestionar esa queja, solo consigue hacerle daño. Porque no, nuestro peque no va a cambiar su conducta solo porque nos ha escuchado quejarnos.
Así que la próxima vez párate y tómate un minuto antes de quejarte. ¿Tiene solución la cosa? ¿Qué podemos hacer para mejorar la situación? Piensa un momento en el impacto que van a tener tus palabras en tu hijo. ¿Pasamos de la queja? ¡Bravo!
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