Los azotes no sirven para nada (I)

Hemos hablado ya en ocasiones de las consecuencias de los azotes, tanto a nivel emocional como físico en los niños, pero dejando de un lado esto e incluso la obvia implicación moral que supone usar la imposición por la fuerza y causar daño a un niño que depende de nosotros, hay otra cuestión, de índole puramente práctica que quiero abordar: los azotes no sirven para nada.

Podemos rastrear bastantes estudios que señalan, en contra de los filósofos del llamado “azote a tiempo”, que los delincuentes han sufrido generalmente tratos violentos en la infancia, aunque no queda clara la seriedad de estos.

Sin embargo, es evidente que el uso de la fuerza como método de imposición sobre un espíritu en formación deja huella, y una de las consecuencias de esta costumbre es que se justifique el uso de la violencia para lograr fines y que el fuerte pueda imponerse al indefenso.

Seguramente los padres que usan el cachete o el azote no lo hagan con una programación educativa lógica, sino como un recurso cuando todo les supera y no saben como actuar. En mi opinión, el haber recibido azotes de pequeño hace que se entienda más facilmente su uso o se pueda repetir, sin embargo, los niños que no han recibido azotes dificilmente lo verán como algo normal hacia sus hijos futuros.

Seamos sinceros, a nadie le gusta que le peguen, todos los niños se sienten doloridos emocionalmente ante este tipo de pérdida de papeles del adulto que debe cuidar de ellos.

No, a nadie nos gusta. Aunque, si nuestros padres lo hicieron nos va a costar mucho enfrentar la idea de que hicieron mal y que hay otras formas de educar más adecuadas. Pero las hay. Pegarle a un niño un azote significa que no tenemos ya recursos educativos. Es un fallo del adulto, un impulso que, de manera responsable, debemos aprender a controlar.

Lo de que los niños hacen perder los nervios no es excusa, digamos la verdad. A todos nos dan razones sobradas para perder los nervios muchos adultos, pero a ellos no les daríamos un azote para corregirlos y dudo mucho que de niños no se los dieran y por eso se comporten de mayores mal.

Pegar no está bien, eso lo sabemos todos, y sigue sin estar bien incluso si valiera para algo, porque, si así fuera, nuestros sistemas jurídicos lo incluirian como pena por delitos o los psicólogos lo usarían para sus terapias. Pero no se hace, porque ni es moral ni sirve para nada.

Además, negadme que os hartan a veces los vecinos, el señor que toca el pito en el atasco, el que adelanta de manera indebida, el que no se para en el semáforo, el jefe, ese compañero de trabajo que es enreda y critica, el que escupe por la calle o el que deja en la acera la caquita de su perro. Pero a ellos jamás les daríamos una colleja o un azote para corregirlos, entre otras cosas, porque nos jugamos de nos partan la cara.

Algo que los niños no pueden hacer. Y esa es la clave, a los niños se les dan azotes porque no pueden devolverlos, y´de ese modo, con la justificación de educarlos, corregirlos o de que nos han hecho perder los nervios, descargamos la rabia acumulada por todo lo demás.

No es sencillo aceptarlo, los adultos no queremos afrontar nuestros errores y debilidades, pero os aseguro que tener el valor de mirarnos directamente nos hace mucho más fuertes y nobles. Y, en el fondo, es lo que todos queremos mostrar con el ejemplo a los hijos. Todos tenemos limitaciones, pero también somos capaces de aprender y de dejar brotar el enorme amor que llevamos dentro.

Volveremos a esta cuestión, pues es una de las claves para entender que los azotes no son educativos, no sirven para nada, pues siempre tenemos que tener en la cabeza que nuestros hijos no serán pequeños siempre y que, cuando crezcan, cuando tengan 12 o 15 años, van a seguir necesitando de nuestra guia pero entones igual ya no aceptan que les pongamos la mano encima.

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