Para quienes todavía creen que un azote, nalgada o cachete a tiempo es un buen método de crianza, la ciencia viene a rebatir esta teoría en base a una investigación llevada a cabo durante nada menos que cinco décadas.
En el estudio, realizado por expertos de la Universidad de Texas en Austin y la Universidad de Michigan, y publicado en Journal of Family Psychology, participaron más de 160.000 niños siendo el análisis más completo hasta el momento. El mismo concluye que los azotes no funcionan para educar a los niños, y además que tienen efectos negativos para ellos.
Los azotes no corrigen
No sólo eso, sino que cuanto más se les pegue a los niños, más probabilidades hay de que desafíen a sus padres y experimenten un mayor comportamiento antisocial, agresividad, problemas de salud mental y dificultades cognitivas.
Hay potentes razones por las que jamás se debe pegar a los niños, entre ellas que no es un método educativo, que daña su personalidad, y entre otras cosas porque es delito. Pero si faltaba una comprobación rigurosamente científica, los autores del estudio aseguran que las nalgadas o azotes (que se definen como un golpe con la mano abierta en el trasero o las extremidades) se asocian significativamente con 13 de los 17 ítems que examinaron, todos en la dirección de resultados perjudiciales.
“La conclusión del estudio es que estos golpes aumentan la probabilidad de una amplia variedad de resultados no deseados para los niños. Las nalgadas por lo tanto hacen lo contrario de lo que los padres por lo general quieren que haga”, dice Grogan-Kaylor.
Lo más probable es que utilizar el maltrato como herramienta de disciplina tenga efectos negativos tanto a corto como a largo plazo, en vez de los planeados por los padres. Los niños que han recibido azotes se portan peor que los niños que no los han recibido.
Efectos negativos a largo plazo
No sólo vieron que los azotes no consiguen un efecto positivo a corto plazo, sino que también analizaron los efectos a largo plazo entre los adultos que fueron azotados de niños.
Cuanto más fueron azotados, más propensos eran a exhibir un comportamiento antisocial y experimentar problemas de salud mental. También fueron más propensos a apoyar el castigo físico hacia sus propios hijos, que pone de relieve una de las principales formas en las que las actitudes hacia el castigo físico se transmiten de generación en generación.
Según un informe de Unicef de 2014, hasta el 80 por ciento de los padres alrededor del mundo azotan de vez en cuando a sus hijos, pero afortunadamente cada vez hay argumentos más contundentes para que la sociedad empiece a tomar conciencia de los efectos negativos de pegar a los hijos, aunque "sólo sea una nalgada".
Más información | Journal of Family Psychology
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