Recién acabado el primer trimestre de colegio de mi hijo Aran, de tres años, quiero explicaros un poco cómo hemos llegado al punto de dejarle cada mañana y cada mediodía la decisión de ir o no al colegio y, evidentemente, contaros qué opiniones hemos recibido de nuestro entorno más o menos directo.
Si hace un tiempo alguien me dijera que me iba a ver cada mañana preguntándole a mi hijo de tres años si quiere ir al cole diría que “ni loco”, que “no dejaría esa decisión en sus manos”, sin embargo así es y, lo que es más increíble del asunto es que, respetando sus decisiones diarias, somos todos más felices.
La adaptación fue un desastre
En su día os hablé de la adaptación de Aran. Los primeros días fueron relativamente bien, teniendo en cuenta que no llegaba muy convencido pero que se quedaba tranquilo después de algunos juegos. Sin embargo, unos días después las normas se endurecieron un poco y ya no nos permitían entrar con él a clase, siendo la despedida más rápida.
Quizás por esta razón o quizás porque pronto vio que esto de ir al cole era una cosa que iba para largo el tema empeoró. No quería quedarse, entraba, pero lloraba llamándonos y, a pesar de los cientos de besos, abrazos y de aplazar la entrada en la misma puerta, no conseguíamos que entrara contento. El tema era aún más dramático si tenemos en cuenta que no se queda al comedor, llegando a producirse dos separaciones traumáticas por día.
El pobre lo debía de estar pasando mal, porque había tardes que, digamos hacia las 19 o 20 horas, preguntaba si iba al colegio. Tan desorientado andaba que creía que en cualquier momento iba a ir. Los despertares eran igual de horribles: “¿hoy vamos al cole?”, preguntaba antes siquiera de abrir los ojos. Tras nuestro “sí” empezaba a llorar con bastante desespero.
En casa lo pagaba con nosotros
Entonces la gente (y el profe) empezó a aconsejarnos que no alargáramos la despedida, que era peor, que le dejáramos y nos fuéramos y claro, uno ya está medianamente curtido en estas batallas y tiene una filosofía un poco diferente de la vida, así que decidimos que no, que eso sería peor y que ganas de que la cosa aún empeorara no había, porque luego en casa lo pagaba con nosotros.
Estaba nervioso, todo le parecía mal, hacía las mil y una y bastaba que dijeras “sí” para que él hiciera “no” y que le dijeras “no” para que hiciera “sí”. Hasta llegamos a hablar con el profesor por si en el colegio tenía también ese comportamiento y él restó importancia porque “no, no, aquí está genial”, haciéndonos entender que no teníamos que hacer nada especial porque aunque le costaba entrar, luego se quedaba bien.
Sin embargo teníamos claro que B era producto de A, es decir, que lo que sucedía en casa era resultado de lo que sucedía en el colegio, de quedarse ahí donde no se sentía seguro, de pasar horas en un sitio con gente con quien no tenía confianza (si la hubiera tenido habría mostrado su malestar también allí) y sobretodo de ver que, pese a que él no quería, nosotros seguíamos dejándole en allí cada mañana y cada tarde. Por primera vez en su vida, su padre y su madre habían dejado de respetar su decisión en algo importante.
Pensando en sacarle del cole
Así que viendo el percal llegamos a valorar la posibilidad de sacarle del colegio. No podíamos seguir viendo sufrir a nuestro hijo por ir al cole con tres años para que hacer cosas que tranquilamente podía hacer en casa. Entonces decidimos buscar un punto intermedio, por si la cosa se “medio resolvía”, llevándole sólo de mañana y evitándole así la separación de mediodía.
Esto nos dio mucho aire, y a él también, porque hacía el camino hacia el colegio (Miriam iba con los tres) y Jon se quedaba en clase, pero él no lo hacía. Ella le preguntaba si quería entrar y él siempre respondía que no. Sin embargo, por las mañanas, lo llevábamos con mayor o menor fortuna pero en general mejor al explicarle que por la tarde, si no quería, no hacía falta que fuera.
Dejándole decidir siempre
La cosa fue mejorando, por las mañanas entraba bastante bien y por las tardes se quedaba siempre en casa, pues decía que no quería ir. Entonces una mañana se levantó con un tremendo “NO”. No quería, era tratar de vestirle y desistir por verle luchando para evitar el pantalón.
Lo vimos claro: “papá y mamá, me dejáis decidir por las tardes si quiero ir al cole o no, veo que volvéis a tenerme en cuenta, que os importa mi opinión, que hemos recuperado nuestra relación de confianza… sin embargo, ¿qué pasaría si os dijera que por la mañana no quiero ir?”. Y respondimos lo que quería oír: “vale Aran, si no quieres ir no vayas”, y se relajó al instante porque efectivamente, esa mañana no fue al colegio.
Esa misma tarde Miriam se quedó a cuadros cuando al llegar al colegio, esperando recibir otro no por respuesta, Aran dijo que sí se quería quedar (quien te entienda que te compre, se suele pensar, pero al parecer para él era más importante nuestra respuesta que el hecho de ir o no ir). A la mañana siguiente fue de nuevo sin problemas y por la tarde prefirió quedarse en casa.
Opiniones diversas que hemos recibido
Sabedora la gente de que Aran no iba muy bien al colegio se han sorprendido muchísimo estos días al preguntarnos “qué tal va al cole” porque lo habitual es recibir un “bien, ahora ya bien” o un “aún va mal, pero bueno, a ver si pronto mejora la cosa” y nuestra respuesta es “bien, los días que quiere ir, va bien”, respuesta que ampliamos explicando que al final hemos decidido dejar la decisión en sus manos.
Entonces, lógicamente, todo el mundo nos ofrece su opinión (es lógico, es muy raro dejarle al niño la decisión de ir o no al cole… yo mismo he explicado al principio que hace unos años diría “ni loco”), basada sobretodo en dos verdades que parecen inmutables: “si le dejas elegir nunca querrá ir al colegio” y “los niños tienen que ir al cole, porque a mí tampoco me apetece ir a trabajar, pero tengo que ir”.
Verdades que no lo son tanto
Parecen inmutables, pero no lo son, porque ni siquiera son verdades del todo. Si les dejas elegir puede suceder como con Aran: unos días quiere ir y otros no. Unos días va y otro no, pero la mayoría de días sí va. Esta última semana, de hecho, ha ido todos los días de mañana y tres tardes, entrando siempre contento. Es decir, de diez entradas a clase, pudiéndose haber librado de las diez porque él decide cuándo ir y cuándo no ir, sólo ha evitado dos.
Habrían sido tres seguras si hubiera querido porque este miércoles se levantó también con otro “NO”. Le dijimos que vale, que se quedara en casa, y cuando yo ya estaba llamando al mayor para irnos, Aran dijo de repente: “¡esperadme, que yo también voy!”. Entonces me armé de paciencia porque ya nos íbamos y ahora había que vestirle corriendo, y en cuanto estuvimos nos fuimos para el cole. Qué tío, tenía claro que se quedaba en casa y en el último momento cambió de opinión… quién le ha visto y quién le ve.
En referencia a la otra verdad, no es cierto que no puedas quedarte en casa sin ir a trabajar. Si una mañana te levantas con un gran “NO”, puedes no ir. Ahora bien, lo más probable es que haya consecuencias. Si un adulto es conocedor de los problemas que puede tener por no presentarse en el trabajo no veo por qué no puede quedarse en casa los días que no quiera ir. Pero está claro, nadie hace eso porque nadie quiere sufrir un despido, nadie quiere ser expedientado y a nadie le gusta que tu jefe te cante las cuarenta porque esa mañana, tras apagar el despertador, te diste cuenta de que no te apetecía ir.
Entonces lo extrapolamos a los niños y les decimos: “tú también tienes que ir al colegio igual que yo voy a trabajar… a mí me gustaría no ir, pero no puedo, tengo que ir, así que tú también”, como si ellos también sufrieran unas consecuencias por no ir. Pero, ¿cuáles son las consecuencias? ¿Le van a echar del colegio? ¿Le va a bajar la media en las notas y no podrá estudiar la carrera que quiere?
Es absurdo, ¡si a los tres años ni siquiera es obligatorio ir al colegio! (hasta primaria, de hecho, nadie te diría nada si no escolarizaras a tu hijo). Por eso, creo que la responsabilidad de ir al trabajo no es comparable con la resposabilidad de ir al colegio.
Al colegio hay que ir contento
Además, decimos que “a mí tampoco me apetece, pero tengo que ir” y es cierto, necesitamos un sueldo a fin de mes, pero su comida no depende de que vayan o no al colegio, por lo que “tienes que ir al colegio, aunque no quieras” es muy discutible. Al colegio se va para aprender a ser persona, para aprender a estar con otros niños y para aprender cosas. Aprender es algo que va muy ligado al estado de ánimo. Si te diviertes, si te involucras y si recibes y vives de manera activa las novedades las aprenderás muy fácilmente. Si en cambio te sientes engañado, dolido, fuera de lugar y estás alerta para protegerte y defenderte, difícilmente aprenderás demasiadas cosas.
Por eso siempre digo que un niño tiene que ir contento y motivado al colegio, o no aprenderá demasiado, y por eso no me preocupa mucho que mi hijo me diga que no quiere ir al colegio y que no vaya. No me preocupa porque sé que el día que va lo hace porque quiere y no porque le obligamos y para mí vale más que vaya un día motivado que diez llorando. Y como además no va un día, sino que va la mayoría de días por propia voluntad, ni te cuento.
Otra lección de uno de mis hijos. Ya he perdido la cuenta.
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