Hace tres días Lola nos habló de la cicatriz de la cesárea y de los tipos de sutura que se utilizan. Esto me hizo recordar lo que pasó hace más de cuatro años cuando nació mi primer hijo. Tras llevarse a cabo una cesárea le dijeron: “Tranquila, la cicatriz te ha quedado muy bien”.
Como veis, el tema no está relacionado con las suturas, sino con la cicatriz de la cesárea y sobretodo con el tipo de apoyo recibido cuando una mujer da a luz mediante una cesárea, cuando su intención o sus expectativas eran otras.
Todo empezó de madrugada cuando llegaron las primeras contracciones. Tras acudir al hospital por la mañana, pronto volvimos a casa a seguir esperando hasta que de nuevo, por la tarde, regresamos al hospital. La dilatación no era demasiado rápida, así que, hacia las ocho de la tarde, decidieron “ayudar” un poco con oxitocina sintética. Minutos después, como sucede en diversas ocasiones por causa de dicha oxitocina, Jon, el bebé, empezó a sufrir, a demostrar que no toleraba unas contracciones tan fuertes y seguidas y el monitor empezó a pitar.
Decidieron entonces que lo mejor era hacer una cesárea y llegaron a explicar que probablemente habría una vuelta de cordón que estaría provocando la pérdida de bienestar fetal. Todo esto sucedió estando yo fuera, ya que no me dejaron estar mientras ponían la anestesia epidural y las alarmas en el monitor aparecieron tan pronto como pusieron la oxitocina (minutos después de la anestesia).
Es decir, mi mujer entró sola para que le pusieran la epidural y estando sola le dijeron que sospechaban que había una vuelta de cordón y que iban a hacer una cesárea. “Empecé a temblar de miedo”, me dijo Miriam después. Se sintió sola, asustada y, pese a preguntar cómo iba todo, cómo estaba el bebé y qué pasaba solo recibía un “tranquila, túmbate, no te muevas”.
Le hicieron la cesárea, le enseñaron al bebé un momento y se lo llevaron para valorarlo, medirlo, pesarlo, limpiarlo, etc. a otra sala. Mientras tanto empezaron a suturar la herida de la cesárea de Miriam y, en el preciso momento en que necesitaba una mano amiga, un “cómo te encuentras”, un “qué puedo hacer por ti”, un hombro en el que llorar o, simplemente, una presencia silenciosa que mostrara estar dispuesta a escuchar, alguien le dijo: “Tranquila, la cicatriz te ha quedado muy bien”.
La frase no tiene mala intención, por supuesto. No es hiriente ni irrespetuosa, es, simplemente, inadecuada. Después de practicar una cesárea a una mujer sola, a la que apenas se le ha dado información y asustada, seguro que lo último que le importa en el mundo es lo bien que le va a quedar, estéticamente hablando, la cicatriz de la herida que se le acaba de practicar.
Las enfermeras, las matronas, los ginecólogos y todas las personas que conviven en un parto con la madre (también hay estudiantes a veces, si la madre lo permite) están ahí para ayudar en el parto si algo no va bien. Los protagonistas del momento son ella y su bebé y necesitan de unas manos rápidas, ágiles y sabias si el momento lo requiere, o de unas manos pacientes si todo va bien.
Además de todo esto, que se presupone, es necesario que el trato sea de confianza, de respeto, cercano y cálido, porque la mujer tiene que confiar en los profesionales y porque los profesionales pueden ayudar a la madre a sentirse mejor o como mínimo a hacerle sentir informada y partícipe. En muchos centros esto es así, pero en muchos otros no. Esperemos que poco a poco se humanicen más los partos y las mujeres tengan el poder que nunca debieron perder. Quizás así no tengan que conformarse con frases de ánimo acerca de lo bien que les ha quedado la cicatriz.
Foto | Flickr – Raphael Goetter
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