Los 1.000 primeros días en la vida de un niño son cruciales para su futuro desarrollo. En este periodo las neuronas del niño forman nuevas conexiones a una velocidad asombrosa, entre 700 a 1.000 por segundo, un ritmo que nunca se volverá a repetir. Es por ello, que todo lo que ocurra en su vida en esta etapa tendrá un efecto determinante en su salud física y mental.
Pero además de procurar a nuestro hijo todos los cuidados que necesita, ¿qué más podemos hacer los padres para potenciar su desarrollo en estos primeros tres años de vida?
Los primeros 1.000 días para el cerebro del niño
Durante los primeros tres años de vida, el cerebro del niño se desarrolla a gran velocidad, adquiriendo el lenguaje y las destrezas sociales y emocionales que necesitará para su etapa adulta.
Como padres, debemos cubrir no solo sus necesidades fisiológicas sino también las psicológicas, y en este sentido adquiere una especial importancia el vinculo entre padres (o figuras de referencia) y bebé, pues la forma en que los niños son criados o atendidos en los primeros años puede influir en su funcionamiento cerebral durante el resto de su vida.
¿Y cómo podemos fortalecer ese vínculo para nutrir su cerebro?
- Con caricias, abrazos y besos, pues está demostrado que criar con cariño y respeto genera oxitocina que ayuda al niño a crecer tranquilo, relajado y confiado al sentirse amado. Esto repercutirá en un mayor deseo de explorar su mundo, aprender, disfrutar y relacionarse mejor con su entorno, algo que repercutirá positivamente en su etapa adulta.
Además, es importante recalcar que aunque sea muy pequeño y creamos que no se entera, el bebé necesita que lo acaricien y le miren a una distancia a la que él también pueda verte y con una voz suave. Los masajes son también una excelente forma de fortalecer el vínculo mediante el contacto físico.
- Reaccionando a sus emociones, pues una interacción adecuada entre padres e hijos ayuda a los niños a regular sus emociones, especialmente en estos primeros 1.000 días, en los que su cerebro del niño es más permeable y está más abierto a la influencia del entorno.
En este punto cobra una especial importancia atender de inmediato el llanto del niño, pues el cerebro y e estrés no son buenos compañeros. Y es que cuando el niño percibe una amenaza (del tipo que sea) generará cortisol, una hormona que se mantendrá en niveles elevados si la amenaza persiste, es decir, si el entorno o el tipo de crianza no es el adecuado.
Interactuando y hablando, aunque creamos que es muy pequeño para entendernos, pues hacerlo no solo le ayudará en la adquisición del lenguaje y mejorará su desarrollo verbal, sino que le ayudará a comenzar a crear una base sólida para sus relaciones futuras.
Aportándole seguridad y confianza, de manera que el niño crezca en un entorno estable en donde sus padres actúen como sus guías y protectores. Y decimos "los padres" porque por lo general, la relación más intensa emocional y físicamente hablando es la que el niño tiene con ellos, especialmente con su madre. Este vínculo de apego provocará la aparición de una serie de sentimientos que harán que crezca sabiéndose importante para alguien y, por tanto, favoreciendo su seguridad y autoestima.
Aportando un equilibrio entre libertad y límites, de modo que el niño sea libre para avanzar en la vida y tomar elecciones, pero tenga unos límites claros y lógicos que le enseñen que su libertad acaba donde empieza la de los demás, y que no puede desearse para los demás lo que uno no desearía para sí mismo.
La importancia del juego. Jugar no sólo es un derecho del niño sino que a través del juego libre aprenderán a conocer y a interactuar con el mundo que les rodea, perfeccionarán su psicomotricidad y lenguaje y, en definitiva, repercutirá positivamente en su desarrollo cognitivo, social y educativo.
La alimentación también juega un papel fundamental
Es lógico pensar que que el niño crezca fuerte, sano y pueda desarrollarse correctamente, su alimentación debe ser la adecuada. Pero en este campo, la importancia de esos 1.000 primeros días comienza desde el momento de su concepción, pues la dieta materna juega un papel fundamental en el desarrollo y la salud del niño.
De este modo, la madre debe mantener unos hábitos de vida saludables y vigilar que su alimentación sea adecuada y equilibrada, con el fin de asegurar todos los micronutrientes y macronutrientes que el bebé necesita para formarse y crecer.
Una vez que el bebé haya nacido, la OMS recomienda lactancia materna exclusiva durante sus seis primeros meses de vida, e incluso la reconoce como un derecho que tanto los niños como las madres deberían tener. Cuando el niño comience con la alimentación complementaria es importante procurarle una variedad de alimentos saludables que incluyan calorías, proteínas, ácidos grasos polinsaturados, vitaminas y minerales, además de atender a las necesidades nutricionales específicas de cada etapa.
Y lógicamente, al hilo de todo lo mencionado anteriormente, la correcta alimentación del niño debe tener lugar en un entorno seguro y respetuoso, pues recordemos que la base de todo es criar con amor, respeto y responsabilidad.
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