Los niños pueden estallar en rabietas cuando menos lo esperamos, sobre todo cuando son pequeños y su capacidad de verbalizar lo que sienten es todavía reducida. Todos sabemos que las rabietas son una parte normal de su desarrollo, pero lo cierto es que a veces puede resultarnos muy complicado manejarlas.
Si no sabes muy bien qué hacer o sientes que en ocasiones la situación te sobrepasa, te contamos qué es lo que NO debes hacer cuando tu hijo tiene una rabieta.
Ignorarle
Las rabietas son la forma que tienen los niños de expresar lo que les ocurre, ya que no todos tienen la capacidad de hacerlo verbalmente. Y es que poner palabras a sentimientos como la frustración, la rabia, la envidia, la nostalgia, la ansiedad... no es fácil, y por ello canalizan sus emociones a través del llanto o los berrinches.
Si en ese momento ignoramos su llanto o le damos la espalda, nuestro hijo recibirá el mensaje de que no nos importan sus sentimiento ni lo que le está ocurriendo. Es decir, se sentirá desplazado, rechazado, incomprendido y humillado.
Apartarle del grupo y dejarle solo
Todavía hay quien considera educativo 'el rincón de pensar' o 'el tiempo fuera', dos estrategias de modificación conductual que consisten en excluir al niño de la actividad que está realizando y apartarle en una esquina para que reflexione acerca de lo que ha hecho y modifique su conducta.
Además, hay que recordar que un niño que está teniendo una rabieta está actuando desde un punto de vista puramente emocional, por lo que es totalmente incongruente pretender "que piense o reflexione" sobre sus actos.
Castigarle
Los castigos no son métodos educativos, son dañinos para el desarrollo emocional del niño y para la construcción de una autoestima sana y fuerte, y afectan profundamente a la relación con nuestros hijos.
Pero además, si atajamos las rabietas mediante castigos estaremos ocasionando un profundo daño psicológico al niño, tanto a corto como a medio y largo plazo, además de hacerle creer que sus sentimientos no nos importan lo más mínimo.
Pegarle
A los niños no se les pega. Nunca. Jamás. Ni un azote, ni una bofetada, ni un zarandeo... Los castigos corporales dañan física y emocionalmente al niño, no corrigen ni mejoran su comportamiento y traen terribles consecuencias para toda la vida.
Gritarle
A menudo, los gritos no son vistos como una forma de violencia hacia el niño y los empleamos con demasiada frecuencia a la hora de educar. Pero los gritos, al igual que los castigos físicos y psicológicos, no son método educativos y perjudican seriamente al niño.
Además, es importante saber cómo reacciona el cerebro ante los gritos (se bloquea, deja de asimilar información y eleva los niveles de una hormona llamada cortisol, que es la responsable de provocar estrés, miedo e inseguridad), por lo que en ningún caso el niño podrá aprender sometido a estas condiciones.
Sermonearle
Cuando el niño está frente a una situación que le provoca frustración o estrés y que acaba haciéndole estallar en una rabieta, su cerebro se bloquea, pues la amígdala detecta una amenaza.
De este modo, el niño comienza a experimentar sensaciones físicas como latidos cardíacos acelerados, palmas sudorosas y músculos tensos (algunos niños incluso se autolesionan, fruto de esta ansiedad).
Por eso, por mucho que quieras razonar con tu hijo en ese momento, sermonearle o darle una charla sobre lo que está bien o lo que está mal, no va a escucharte. Es mejor esperar a que se calme brindándole apoyo emocional en los momentos de tensión, y después hablar de manera empática y respetuosa sobre lo ocurrido, enfocándonos en encontrar una solución positiva.
Etiquetarle o ridiculizarle
"Qué feo te pones cuando lloras", "llorar es de bebés", "eres un llorón", "llorar es de cobardes", "llorar es de niñas", "no me gustan los niños que lloran"... Son innumerables las frases que ridiculizan el llanto o al niño que llora.
Aunque muchas veces no somos conscientes de la gran carga emocional que llevan implícitas nuestras palabras y nuestras etiquetas hacia el niño, estas provocan un grave daño en su autoestima, causan frustración, ansiedad, incomprensión y un sinfín de sentimientos negativos que acaban afectando incluso a largo plazo.
Decirle que "no llore"
Los adultos cometemos el error de querer acallar cuanto antes la rabieta de los niños, bien porque nos duele ver mal a nuestro hijo, porque nos preocupa el qué dirán o porque sus preocupaciones nos parecen banales. Por eso, "no llores" suele ser lo primero que se nos escapa a los padres cuando nuestros hijos estallan en una rabieta.
Decirle que "no pasa nada" o "es una tontería"
Puede que a ojos del adulto, lo que ha hecho estallar a nuestro hijo en una rabieta sea algo completamente trivial. Pero en su mundo infantil y con su cerebro puramente emocional las cosas adquieren otra dimensión y son importantes para él/ella.
Por eso, si lo que buscamos es tranquilizar y contener a nuestro hijo durante una rabieta, no debemos invalidar ni minimizar sus sentimientos con con frases como "no es para tanto", "no pasa nada", "eso es una tontería"...
Chantajearle para que deje de llorar
El chantaje emocional es una forma de manipulación muy poderosa por la cual las personas cercanas y afectivas amenazan al niño, directa o indirectamente, para que haga o deje de hacer algo que a otros les molesta.
Hay muchas formas de chantajear a un niño para que deje de llorar; desde amenazándole con que vendrá la policía a por él o no irá después al parque, hasta engatusándolo con promesas o premios si deja de llorar. En todos los casos el chantaje somete al niño, le provoca miedo y le obliga a modificar rápidamente su comportamiento en base a una amenaza externa.
Decirle que "no le quieres"
Amenazar al niño con que alguien importante para él va a dejar de quererle si sigue llorando es la forma de chantaje emocional más cruel, terrible e inhumana que existe, además de ser completamente falso (los padres jamás vamos a dejar de querer a nuestros hijos, hagan lo que hagan).
Los niños necesitan saber que sus padres les aman de manera incondicional y que van a permanecer a su lado hagan lo que hagan.
Aunque no todos los niños son iguales, por lo general la fase de las rabietas suele tener lugar entre los dos y los cuatro años, coincidiendo con el momento en que comienzan a descubrirse como personas independientes capaces de manifestar su propia voluntad.
Por eso, si entendemos las rabietas como una parte más del desarrollo psicológico del niño, será más fácil no desorientarnos ni perder los nervios, y saber atender a nuestro hijo desde la calma y el sostén emocional que necesita.