La leche materna es el alimento ideal para el bebé: cubre sus necesidades durante los primeros meses de vida y complementa su dieta hasta al menos los dos años, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). No obstante, y a pesar de que su composición se va adaptando a las necesidades del niño, llega un momento en el que es preciso introducir alimentos complementarios de forma progresiva, para afianzar una nutrición variada y equilibrada.
La puerta de entrada a la alimentación complementaria
Los cereales para bebés, junto a la fruta, son uno de los primeros alimentos que rompen la exclusividad de la leche por múltiples razones. En primer lugar, responden a las necesidades nutricionales del bebé en esta etapa, en la que crece a un ritmo más acelerado que en el resto de su vida. Así, esta excelente fuente de energía proporciona hidratos de carbono, proteínas, minerales como fósforo o potasio y vitaminas del grupo B (ácido fólico incluido) que favorecen el desarrollo de una microbiota próxima a un perfil adulto.
¿Dé dónde vienen? Son el fruto de vegetales de la familia de las gramíneas, como el arroz, avena, maíz, trigo, cebada, centeno, espelta, etc. Resultan fáciles de digerir y menos susceptibles de provocar alergias. También son un vehículo óptimo para el aporte de hierro en la dieta del lactante. De hecho, algunas firmas como Hero Baby, ofrecen a los padres un variado surtido de cereales especialmente pensados para nuestros pequeños, enriquecidos con hierro y calcio y listos para preparar biberones o papillas fácilmente.
Además de las razones nutricionales o metabólicas, debemos tener en cuenta que los cereales tienen un sabor suave y una textura y consistencia semisólidas, ideales para la aceptación de sólidos por parte del bebé al comienzo de la alimentación complementaria. Después iremos incorporando frutas y verduras, carne de ave, yemas de huevo... Siempre en texturas semisólidas y blandas y elaborados de la forma más natural posible: fruta fresca troceada, cocina al vapor o cocciones sin sal ni azúcares añadidos.
Por último, cabe valorar una razón de peso a la hora de inculcar unos hábitos saludables en el niño y futuro adulto. Y es que algunos estudios indican que el período de alimentación complementaria es absolutamente clave en la configuración de las preferencias y hábitos alimentarios del bebé.
¿Cuándo está preparado el bebé?
La Asociación Española de Pediatría (AEP) señala que hacia los seis meses suele darse la "maduración necesaria a nivel neurológico, renal, gastrointestinal e inmune" para comenzar con la dieta complementaria a la leche, si bien puede variar ligeramente de un niño a otro. De hecho, la comunidad médica apunta que se han de cumplir estos requisitos:
- El bebé se mantiene sentado por sí solo, sin apoyo en la espalda: indica que puede tragar de forma segura.
- Muestra interés por la comida: la sigue con la mirada, hace intención de cogerla con las manos, etc.
- Ha desaparecido el reflejo de extrusión: ese "mecanismo de seguridad" por el cual expulsaba los objetos de su boca con la lengua.
- Es capaz de coger la comida y llevársela a la boca, señal de que está preparado para gestionar alimentos diferentes a la leche.
Como decimos, estos requisitos suelen darse en torno al medio año, pero debemos tener en cuenta que entraría dentro de la normalidad que nuestro bebé se demorase algo más en adquirir estas destrezas. En cualquier caso, la leche materna, o en su defecto la de fórmula, debe seguir siendo el sustento principal hasta los doce meses.
¿Por qué no debemos adelantarlo o atrasarlo?
Según los pediatras, el riesgo más claro de adelantar la alimentación complementaria en el bebé es la posibilidad de atragantamiento (incluso con papillas). Aunque la AEPED también advierte de que favorecería un aumento en la incidencia de las gastroenteritis agudas y las infecciones respiratorias.
En el lado opuesto, muchos padres afrontan con miedo la introducción de alimentos diferentes a la leche, lo que les lleva a retrasar la alimentación complementaria. En este sentido, los pediatras también advierten de las posibles consecuencias de una introducción tardía: carencias nutricionales (hierro y zinc), aumento del riesgo de alergias e intolerancias alimentarias, peor aceptación de nuevas texturas y sabores y mayor posibilidad de alteración de las habilidades motoras orales. Por tanto, la AEPED desaconseja demorar la introducción más allá del séptimo mes.
¿Cuáles son los cereales más aconsejables?
La nutrición de los hijos es uno de los temas que más preocupan tanto a padres y madres primerizas como experimentados, pues aunque en principio todos los alimentos que se comercializan legalmente son aptos para el consumo, las investigaciones y avances en salud marcan una tendencia que pocos quieren desoír. Recogemos a continuación algunas de las pautas con mayor consenso sobre la introducción de los cereales.
En el mercado encontraremos cereales infantiles sin gluten (arroz y maíz principalmente) y con gluten (trigo, cebada, espelta, avena y centeno). Según la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPAP), los cereales sin gluten están indicados a partir de los cuatro meses, siempre con el visto bueno del pediatra y cuando no se da la lactancia materna en exclusiva.
Si bien las recomendaciones anteriores consideraban que retrasar la introducción de los cereales con gluten podía evitar alergias, en la actualidad se aconseja ofrecérselos al bebé a partir de los seis meses y, si es posible, mientras se mantenga la lactancia materna.
Pasada esta primera barrera, todos hemos tomado conciencia de la importancia de los alimentos naturales o mínimamente procesados, y también es la línea que se está marcando en alimentación infantil. En los cereales infantiles, se ha declarado la guerra a los azúcares añadidos, a los que las voces autorizadas empiezan a sumar los producidos durante el proceso de hidrólisis, como la glucosa.
Asimismo, la OMS ensalza el grano sin procesar, también conocido como grano completo o integral, pues es como se obtiene el máximo poder nutritivo de los cereales. Ya sea en forma de grano entero, molido, roto o en copos, conserva la proporcionalidad de sus principales componentes y sus aportes nutricionales: endospermo (que concentra la mayor aportación de hidratos de carbono y proteínas), salvado (proporciona fibra, vitaminas, minerales y antioxidantes) y germen (con lípidos, vitaminas y minerales).
Pese a los beneficios de los cereales integrales, entre los que podemos mencionar su contribución a evitar el sobrepeso gracias a su mayor contenido en fibra (efecto saciante) y su índice glucémico (IG) más bajo que los de las versiones refinadas, su consumo es reducido. La razón: posiblemente un sabor natural que no ofrece al bebé el estímulo más dulce -pero menos saludable- de los procesados.
En este sentido, marcas como Hero Baby han querido sumarse al impulso de lo genuino, saludable y natural lanzando una nueva gama de cereales infantiles con 0% azúcares añadidos ni producidos (salvo la variedad con miel) gracias a la eliminación del proceso de hidrólisis (o dextrinación). A grandes rasgos, este consiste en añadir enzimas al almidón durante la elaboración industrial para obtener pedacitos pequeños; pero, al romperse, se producen azúcares.
Recientes investigaciones que confirman que los cereales no hidrolizados no dificultan la digestión y los hidrolizados pueden incidir en la consecución de unos malos hábitos primando los sabores dulces, han llevado a Hero Baby a presentar la nueva gama. También enriquecen sus recetas con hierro, calcio y vitaminas para prevenir posibles carencias. Si quieres descubrir gratis el sabor más natural de los cereales Hero Baby, puedes hacerlo desde este enlace y entrar, además, en el sorteo de un viaje de familia.
Cómo educar en una alimentación saludable
La mejor manera de inculcar unos hábitos saludables en nuestro bebé es comenzar desde sus primeros meses de vida. Según la OMS, la lactancia materna exclusiva previene enfermedades como la diabetes tipo 2, la obesidad y el sobrepeso en los niños y adolescentes.
Más allá de los seis primeros meses, debemos fomentar la interacción del pequeño con los diferentes sabores (dulce, salado, ácido y amargo), ya que, "si acostumbramos al paladar a sabores ácidos, como algunas frutas, o amargos, como algunas verduras, su consumo será mayor a lo largo de la vida". Del mismo modo, la exposición a diferentes sabores durante la etapa de apertura a la alimentación complementaria podría disminuir el riesgo de rechazo a probar nuevos alimentos, tal como señala la AEPED.
Entre las recomendaciones de los pediatras para garantizar una dieta variada y equilibrada en nuestro bebé figuran la de optar por el consumo de fruta entera en lugar de zumos, reducir la ingesta de sal (menos de 1 g al día hasta el año y 2 g hasta los tres años) y evitar los azúcares añadidos y libres. La Asociación Española de Pediatría recuerda también que es importante "respetar las señales de hambre y saciedad del lactante [...] sin forzar a comer o distraer".
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