Es en el hogar donde realmente comienza la educación musical del niño. Desde sus primeros días de vida – y aun, como ya comentamos aquí, desde el vientre de mamá – llegan a él una infinita variedad de ruidos y sonidos, provenientes del ambiente que lo rodea. Su oído se verá pronto impresionado por todo aquello, quizás antes que sus otros sentidos. Serán no sólo las voces de las personas que lo envuelven, sino también toda la sonoridad que hay en torno a él: pisadas que se aproximan o se alejan, puertas que se abren o se cierran, una canilla abierta, una cuchara que cae, una silla que se corre, el ruido de las llaves al colocarlas sobre un mueble.
Pero lo realmente terminante en esta primera etapa es la voz de mamá. Las mamás solemos hablar mientras lo cambiamos, al levantarlo y alzarlo en brazos, mientras lo bañamos, al expresar felicidad ante uno de sus balbuceos. Lo importante es que el oído del bebé escucha continuamente esa voz, que es la que más conoce, la que lo tranquiliza, lo arrulla y le transmite amor. Todo esto las mamás lo hacemos de manera intuitiva; utilizamos palabras muy particulares, entre habladas y cantadas, y muchas veces hasta inventadas, y la mayoría de las veces no nos detenemos a pensar en la importancia que estos contactos sonoros tienen para nuestro hijo.
¡Cuánto más cuidado pondríamos las mamás en este mundo sonoro, si supiéramos que contribuye a desarrollar la musicalidad de nuestros hijos!
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