Hemos hablado muchas veces de cuál es la posición más adecuada para dar a luz porque durante muchos años la posición imperante ha sido la de decúbito supino, más conocida como posición de litotomía o, hablando en cristiano, tumbada con las piernas p’arriba.
Esta posición se viene utilizando desde hace mucho tiempo en los hospitales y la hemos podido ver incluso en las películas, y ya no solo viendo mujeres parir en un hospital, sino en películas que muestran épocas ancestrales, donde las mujeres parían donde podían y lo representan, como digo, igualmente tumbadas.
Sin embargo, en 1882, Engelmann estudió a mujeres que parían sin la influencia de conocimientos ni “manías” occidentales y observó que la mayoría evitaba la posición de decúbito supino y que no adoptaban una postura concreta, sino que iban cambiando tantas veces como necesitaban hasta adoptar la que les parecía más cómoda, que a veces volvían a cambiar si consideraban necesario.
Las dudas acerca de la postura a la hora de parir empezaron a aparecer al observarse que en posturas en las que se aprovecha la fuerza de la gravedad los partos parecían ir más rápido y, sobretodo, que cuando la mujer podía decidir cómo ponerse su confianza como mujer y madre era mayor, se sentía más protagonista, más competente y el riesgo de depresión posparto era menor. En otras palabras, la mujer se sentía más partícipe del proceso cuando podía elegir cómo parir y menos cuando debía adoptar posiciones con tan poca libertad como la mencionada de litotomía.
Qué dice la evidencia científica al respecto
La evidencia que se tiene con respecto a las posiciones para parir es poco concluyente porque unas posiciones favorecen algunos aspectos a la vez que parecen empeorar otros.
Las posiciones en las que la mujer está en vertical o pariendo de lado, en comparación con la posición de litotomía, están asociadas a una menor duración del parto, menor necesidad de asistencia, una tasa menor de episiotomías, menor dolor durante la segunda parte del parto y menos alteraciones en la frecuencia cardíaca del feto. Sin embargo, estas posiciones se asocian a un mayor número de desgarros de segundo grado y a un mayor número de hemorragias posparto.
Las posiciones en las que la mujer se apoya en sus manos y rodillas (en cristiano, de nuevo, “a cuatro patas”) hacen que haya menos dolor lumbar y consiguen que las mujeres expliquen que es la posición más cómoda para dar a luz, que es la que provoca menor dolor perineal tras el parto y que gracias a ella el parto ha sido más corto (aunque no hay diferencias reales en cuanto a duración).
Cuando la mujer recibe analgesia epidural se ha observado que los partos duran menos cuando adoptan posiciones verticales (incluidas las posiciones de pie, de rodillas, en cuclillas o sentada).
La posición sentada, que es la que se suele adoptar con una banqueta de parto (es una banqueta abierta para que las manos de quien asiste el parto puedan llegar al bebé) protege el perineo de desgarros y proporciona un mayor confort y una mayor autonomía de la madre.
Entonces, ¿en qué quedamos?
Pues en que todas las posturas comentadas son buenas y válidas porque tienen sus beneficios, sin ser ninguna superior a otra de manera concluyente. Lo ideal es no quedarse con ninguna, sino aceptarlas todas como posibles candidatas y hacer uso de la que la mujer quiera en cada momento.
Habrá mujeres que prefieran parir de pie, porque su cuerpo les pide eso, y otras empezarán de pie para luego arrodillarse y apoyar las manos o preferir sentarse. Todo depende de cada mujer y de cada parto.
Es por esta razón que en la Guía de Práctica Clínica sobre la Atención al Parto Normal se recomienda “que durante el parto las mujeres adopten la posición que les sea más cómoda”.
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