Los niños pueden estallar en rabietas cuando menos lo esperamos, sobre todo cuando son pequeños y su capacidad de verbalizar lo que sienten es todavía reducida. Todos hemos escuchado o leído alguna vez eso de que las rabietas son una parte normal del desarrollo infantil, pero es muy habitual que los padres nos 'bloqueemos' ante ellas y no sepamos cómo actuar.
Marta Prada, guía Montessori, educadora para familias de Disciplina Positiva y autora de la web Peque Felicidad nos ayuda a entender mejor las rabietas de los niños y a afrontarlas de una manera positiva y respetuosa.
Las rabietas son normales y forman parte del desarrollo del niño
Lo primero que debemos entender es que las rabietas infantiles son completamente normales y forman parte de un desarrollo natural y saludable.
La experta Montessori nos explica que "las rabietas se producen en una etapa en la que los niños y niñas viven muchos cambios en su desarrollo, tanto a nivel cerebral, como motor, autonomía o lenguaje. Todos estos cambios generan situaciones nuevas que deben aprender a manejar, y por tanto, también innumerables emociones que a veces, por falta de experiencia y de madurez en su corteza prefrontal, aún no son capaces ni de identificar ni de gestionar".
Y para ello necesitan nuestro apoyo amoroso y respetuoso, así como nuestra guía para ayudarles a entender lo que están sintiendo y cómo gestionar ese maremoto emocional de una forma positiva.
Tu hijo no te está manipulando cuando tiene una rabieta: no le ignores ni le grites
Marta nos cuenta que a menudo, los adultos vemos las rabietas de los niños como la máxima expresión de falta de autorregulación: "Nos preocupa que nuestros hijos canalicen sus emociones de esta manera en el futuro y también nos angustia vivir esas situaciones por la presión del entorno, el miedo al juicio, a la etiqueta o al rechazo".
Estas ideas preconcebidas pueden hacer que caigamos en dos grandes errores:
- Por un lado, creer que el niño que está teniendo una rabieta nos está desafiando y manipulando de forma consciente para lograr lo que quiere. Pero como ya hemos explicado, lo que sucede en su cerebro no es una respuesta racional y meditada, sino una forma inconsciente e inmadura de expresar sus emociones.
- Acallar la rabieta del niño a base de gritos o ignorándole.
"Muchos padres piensan que si ante la rabieta de su hijo reaccionan a base de gritos o ignoran su comportamiento, el niño aprenderá que esa vía no es la adecuada para lograr algo", explica la experta Montessori.
Las emociones no deben invalidarse o coaccionarse desde la violencia. "Las emociones deben acompañarse de forma positiva y respetuosa, para que los niños aprendan a transitarlas de forma sana durante el resto de su vida", apunta la experta.
"Cuando los padres ignoramos la rabieta o recurrimos a los gritos y la violencia para acallarla, causamos al niño miedo y estrés. Es cierto que muy probablemente logremos redirigir la situación, pero al mismo tiempo estamos enseñando un patrón de respuesta que nuestro hijo absorberá e integrará durante toda su vida".
En este sentido, Marta continúa explicándonos que cuando ese niño ya sea adulto y se encuentre ante dificultades o adversidades que le generen rabia, ira o frustración, "el patrón que habrá interiorizado durante la infancia será el de abandonar (sumisión) o el de perder los papeles con facilidad". Es decir, no sabrá actuar de forma positiva, asertiva y respetuosa con él mismo y con quienes le rodean.
Cómo acompañar la rabieta en tres pasos, según Montessori
Pero aunque puede que tengamos más o menos claro qué cosas no debemos hacer cuando el niño está teniendo una rabieta, no siempre es fácil saber cómo actuar de forma positiva. Por eso le hemos preguntado a Marta qué consejos daría a unos padres que se enfrentan a esta situación con sus hijos pequeños:
Estar presentes. Como decíamos arriba, abandonar al niño o darle la espalda en plena rabieta no es una opción: "Debemos hacer saber a nuestro hijo que estamos ahí para él y que lo amamos", aconseja Marta.
Conectar con sus necesidades. Marta nos explica que para que el niño desarrolle una inteligencia emocional sana, "necesita crear confianza con sus figuras de apego", y para ello es fundamental que nuestro hijo se sienta sostenido, comprendido y no juzgado.
"Debemos validar lo que siente el niño, empatizar con él y hablar de aquello que ha podido provocar la rabieta". Por ejemplo, podemos decirle "Hoy ha sido un día largo y hemos tenido poco tiempo para nosotros. Sé que tenías muchas ganas de verme y ha sido duro. Te entiendo".
Buscar soluciones. Cuando el niño cuenta con la presencia respetuosa y el apoyo de sus figuras de apego, le resultará más fácil aprender a gestionar esas emociones, autorregularse, y ya en frío buscar alternativas y soluciones a lo ocurrido.
Por eso, cada vez que los padres nos enfrentemos a una rabieta, la experta Montessori y educadora en Disciplina Positiva aconseja ver ese momento como una oportunidad para enseñarles a transitar la rabia, la frustración, la tristeza... "Cuando cambia nuestra perspectiva, cambia también la forma en la que lo vivimos y acompañamos".
No obstante, Marta también considera muy importante no culpabilizarnos cuando no actuamos correctamente, sino tomar conciencia de la situación y aprender de nuestros errores para mejorar en la crianza:
"Los padres necesitamos ser compasivos con nosotros mismos y pensar que no solo nuestros hijos están aprendiendo a canalizar emociones, sino también nosotros. Somos la primera generación tratando de romper patrones generacionales, estamos aprendiendo y haciendo un gran esfuerzo", puntualiza la experta.
"Así que si alguna vez nos equivocamos de puro agotamiento, tengamos paciencia con nosotros mismos y humildad con los niños para ser capaces de agacharnos a su altura y decirles: 'lo siento, antes te grité y sé que me necesitabas. No supe responder y sé que te asustaste. Voy a responsabilizarme para tratar de que no me vuelva a ocurrir. Discúlpame'.
Y es no podemos olvidar que los niños también aprenden viendo a sus padres fallar -como les ocurre a ellos-, pedir perdón, responsabilizarse de lo ocurrido y volver a intentarlo.