Todas y todos tenemos carencias, heridas y traumas, vivencias dolorosas que hemos ido incorporando en nuestra historia de vida. Todo esto va llenando nuestra mochila de vida emocional. Sin embargo, no todas estas vivencias, o traumas, los hemos integrado, es decir, no todos están sanados del todo.
Nos referimos a esos asuntos pendientes que se quedan en el inconsciente pero que siguen ahí, y que un día, ante un comentario, un olor, un recuerdo... aparecen con más fuerza y nos producen pequeñas punzadas de dolor.
Y aparecen, sobre todo, cuando nos convertimos en papás y mamás. Porque la maternidad y la paternidad nos ponen cara a cara, continuamente, con nuestro niño interior, con esa parte que está con nosotros desde que nacemos y que crece con nosotros, alimentándose de las experiencias de la vida. Pero, ¿realmente estamos en paz con este niño interior?
Hablamos de por qué es importante hacer las paces con ese niño interior antes de tener hijos, pero también, de por qué lo es seguir cuidándolo después, durante toda la vida.
Nuestro niño interior: ¿quién es?
El niño interior es un concepto que nace de la Terapia Gestalt y que se refiere a la estructura psicológica más vulnerable y sensible de nuestro “yo”. Se forma fundamentalmente a partir de las experiencias, tanto positivas como negativas, que tenemos durante los primeros años de la infancia.
Cuidamos a nuestro niño interior cuando le escuchamos, cuando le damos lo que necesita, cuando le (nos) queremos. Y no lo hacemos tanto cuando negamos lo que nos pasa o cuando queremos "enterrar" los traumas que ese niño pequeño, que llora dentro de nosotros, ha ido acumulando con el tiempo.
La maternidad (y paternidad) nos conecta con nuestro niño interior
Convertirnos en padres y madres es un auténtico reto que nos pone cara a cara con nuestro niño interior; implica, en cierta manera, revivir nuestra infancia en los ojos de nuestros hijos. Y en este proceso de crianza proyectamos miedos; salen a la luz heridas de nuestra propia infancia que quizás aún no están resueltas.
Hablamos por ejemplo de problemas con nuestros padres o hermanos, decepciones siendo adolescentes, historias de rechazos o abandonos, miedo a la soledad...
Al reconectar con nuestra infancia a través de nuestros hijos, conectamos con nuestro niño interior (el que siempre está ahí, pero que ahora se hace más presente), y el cual nos reclama, quizás porque en su día no supimos escucharle o darle lo que nos pedía.
Curar las heridas de la infancia
Curar las heridas de la infancia puede ayudarnos a afrontar mejor la maternidad o paternidad, ya que esta etapa vital vuelve a (re)abrir estas heridas.
Por un lado, es ideal poder afrontar estas heridas, pero por el otro es algo que no tiene fecha, porque es un proceso que dura toda la vida (siempre podemos estar revisándonos, acudiendo a un especialista cuando lo necesitemos...) y porque, además, muchas veces no logramos detectar estas heridas antes de la maternidad.
Y es normal, tampoco debemos sobreexigirnos. Quizás no llegamos a tiempo antes de la maternidad. Lo importante es ser conscientes de que esas heridas ahí están, y que tarde o temprano, deberemos escucharlas. Por lo tanto, deberemos atenderlas en algún momento, por nosotros y también por nuestros hijos.
Por qué es importante sanar ese niño interior
Es importante sanar esas heridas porque de esta forma, vamos vaciando nuestra mochila emocional, lo que nos procura bienestar y nos libera.
Y además, esto nos permite encarar la maternidad de forma más "limpia", sin condicionantes del pasado (aunque siempre existan, no serán tan intensos). Por otro lado, este trabajo interior nos permitirá también:
- Detectar esas carencias, errores, heridas... Lo que favorece nuestro autoconocimiento. Nos puede ayudar preguntarnos; ¿cuáles han sido? ¿Están superadas o aún duelen? ¿Por qué?
- Intentar no repetir ciertos errores, patrones o dinámicas disfuncionales con nuestros hijos.
- Liberarnos del rencor, en caso de que esté; perdonarnos a nosotras mismas y a nuestros seres queridos (o personas del pasado).
- Cultivar nuestra autoestima a través de la aceptación incondicional.
Qué hacer con esas heridas antes de tener un hijo
Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla, ya que cada persona deberá transitar su propio proceso, pero sí es importante que reconozcas esas carencias en ti, que aceptes que están ahí, porque eres humana. Por otro lado, si estás pensando en tener un hijo o estás embarazada, puede ayudarte ir a una psicóloga o psicólogo de adultos.
Aclaramos en este punto que no siempre es necesario acudir a un terapeuta, y que podemos trabajar estas heridas de otras formas (fomentar el autoconocimiento puede ayudar mucho en este sentido, el invertir tiempo en nosotros, la introspección...), aunque si hemos tenido un trauma grande o algo que sentimos que no nos permite avanzar, la ayuda de un terapeuta puede ser muy positiva.
Y volviendo a cómo podemos empezar a sanar, también te ayudará el hecho de pensar en aquello que te decepcionó siendo niña, o en aquellos momentos en que te hicieron daño. Pregúntate; ¿qué necesita esa parte de mí para sanar? Compártelo con tu terapeuta.
Ten en cuenta que al trabajar nuestras propias heridas antes de tener un hijo, evitamos en parte reproducir con ellos esos patrones tóxicos que quizás nosotros vivimos con nuestros padres.
Recordar también los momentos felices
Por otro lado, rememora también los momentos felices de tu infancia. Recuerda cómo fueron, cómo los viviste y el impacto positivo que tuvieron en ti. Esto también te ayudará a conectar con tu niña interior y a saber cómo puedes volver a hacer que se sienta así de feliz. O incluso, cómo puedes hacer feliz a tu hijo.
Nuestra salud emocional, nuestra responsabilidad
Lo que está claro es que, aunque un bebé, un hijo, es una bendición que puede llenar nuestra vida de amor y alegría, y así lo hace, su función no es sanarnos de traumas pasados. No ha venido al mundo para eso. Y es que esa responsabilidad es únicamente nuestra.
Por ello, ajustemos nuestras expectativas a la hora de decidir convertirnos en padres y madres. ¿Qué esperamos de nuestras criaturas? Su única "misión" debería ser encontrar su propia felicidad, y la nuestra, amarlos y cuidarlos siempre, procurando que encuentren esa felicidad.
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