Entre hoy y mañana la mayoría de los niños recogerán sus boletines de notas en sus centros escolares y surgirán entonces en las casas momentos de alegrías y felicitaciones y también de algún que otro disgusto e incluso, reprimenda.
No nos engañemos: los padres aún seguimos pensando que las calificaciones del colegio son muy importantes para el futuro y la felicidad de nuestros hijos y estamos muy pendientes de ellas para saber cómo evolucionan. Es más, incluso llegamos a presumir de lo listo que es nuestro hijo “porque saca todos sobresalientes” o de “que no llega a más o es un auténtico vago” si trae algún que otro suspenso.
Por supuesto respeto la opinión de todos pero, como madre con hijos mayores, he comprobado que es un auténtico error etiquetarlos, porque como siempre en estos casos terminan actuando según lo que se piensa de ellos y no realmente cómo son o quieren llegar a ser.
No voy a negarlo: yo también caí en la trampa de las notas, pero por suerte es batalla pasada y tengo mis razones. Creo, que esta decisión les ha ayudado a ser más felices que, al fin y al cabo, es lo que perseguimos todos los padres.
Solo son números
Os aseguro que me ha costado entender que las notas solo evalúan, en el mejor de los casos y de forma subjetiva un trabajo puntual en un momento concreto, donde no se tiene en cuenta la situación personal o emocional que puede estar viviendo el pequeño, en ese momento concreto.
Y, por si fuera poco, refuerza la idea de que un suspenso es un error símbolo de fracaso y no una fuente de aprendizaje, necesario, imprescindible para la vida.
Para darme cuenta de mi equivocación hice un ejercicio de memoria: recordé mi infancia, la sonrisa de mi padre cuando traía buenas notas y su insistencia en que estudiara para “llegar a ser alguien en la vida”.
La presión por sacar buenas notas era tal que incluso tenía horribles pesadillas con ciertas asignaturas “para las que no estaba preparada” y llegué a odiarlas, por lo que me perdí la oportunidad de aprender y descubrirlas.
Intenté no repetir los mismos errores con mi hija, hacerla ver que valía mucho con independencia de las notas que trajera de clase. Pero tengo que reconocer que no lo conseguí: es más, lo hice todo al revés. Era una de esos niños que etiquetamos como “inteligentes”, “responsables” y sin ser consciente hice que mis “confío en ti”, “sé que puedes con lo que te propongas”, se convirtieran en un motor de autoexigencia en lugar del valor motivador que pretendían ser.
Sí, es cierto que sus notas han sido siempre magníficas, que estudia con becas increíbles, que resalta como estudiante y todos los profesores la adoran. Es, en resumen, la hija de las notas perfectas.
Pero eso, según me ha reconocido, no ha conseguido que sea más feliz y sí que siga provocándole ataques de ansiedad ante algún examen importante e, incluso, una inseguridad irreal ante los retos.
"Diviértete en el colegio. Te quiero"
Así que con su hermano, con el que se lleva siete años, he intentado cambiar de actitud, procurando no hablar nunca de él en referencia a sus estudios o calificaciones.
Con el fin de conseguirlo, desde infantil mi frase de despedida a la puerta del colegio ha sido “Disfruta. Diviértete en el cole. Te quiero”. Y aún hoy sigo haciéndolo, incluso teniendo exámenes todos los días.
Quizás sea por su carácter o por mi actitud, lo cierto es que su respuesta a la salida sigue siendo “genial” aunque después las notas del boletín no reflejen ese optimismo.
Y si alguien me pregunta cómo es, las notas nunca salen a coalición (aunque tengo que admitir que aún no ha suspendido). Es guapo, alegre, cariñoso, divertido, deportista, alto, guapo y también (tengo que reconocerlo) muy adolescente, con comportamientos muy desconcertantes.
Además, su nivel de curiosidad (en eso también se parece a mi hija mayor) es muy alto. Quizás tenga que ver mi forma de entender la enseñanza. Soy de la opinión de que no solo se aprende en el colegio, sino viviendo. Así que no faltan visitas a museos y exposiciones (desde historia a comics); asistencias a espectáculos (ópera para niños pero circo o canciones para niños); visitas culturales a edificios históricos y de arte, (pero también partes temáticos y de aventuras en familia)...
Además, sé que admitirlo va a provocar críticas (respetables siempre) pero creo cien por cien en los viajes familiares como forma de aprendizaje, quizás al mismo nivel que la enseñanza académica. Así que sí, efectivamente mis hijos han faltado a clase algún día por ese motivo.
En una ocasión, no hace mucho, pedí reunión con su tutor para comunicarle que su alumno iba a faltar a clase una semana porque iba a realizar un viaje largo que implicaba más días que las vacaciones de Semana Santa. Así que le pedí que por favor se lo dijera a sus profesores para que pudiera adelantar lo que iban a dar en clase y así no quedarse atrás.
Su respuesta fue la de amenazarme con denunciarnos a Servicios Sociales porque estaba desatendiendo a mi hijo y podían apartarlo de mi lado por no llevarle a clase. Así que ahora, si surge la necesidad, no digo nada. Sé que no está bien, que no es un valor apropiado para regalar a mi hijo, pero también pienso que tengo derecho a educarle libremente, sin que los demás me juzguen.
Los padres también tenemos nuestra parte de responsabilidad y, aunque los boletines de notas puedan servirme de orientación para ver cómo le evalúan, no marca qué es ni cómo es.
Y si resulta que al final suspende o que no aspira a ser astronauta o presidente del Gobierno, tampoco pasa nada. ¿Cuántos adultos conocemos que fueron malos estudiantes de pequeños y ahora tienen un trabajo que les gusta, familia y amigos que les quieren y se sienten triunfadores?
Porque al final esa es mi meta: que mis hijos consigan lo que persigan, que se sientan arropados, que sean buenas personas. Será entonces cuando se sientan unos triunfadores y no unos fracasados por no haber respondido a las expectativas de los demás y no sacar buenas notas en su vida académica. Porque todos tenemos derecho a equivocarnos, a tropezar y volver a levantarnos y más aún durante la infancia.
Por eso, cuando veo a mi sobrina mayor de solo ocho años agobiada por sacar buenas notas en los exámenes que tiene a diario, me enfado. ¡Es tan pequeña para exigirla tanto! ¿Qué pretenden inculcarla en su centro? ¿Que se recompensa al niño que saca buenas notas y fomentar que se esfuercen con exámenes constantes para recibir la aprobación externa, de reconocimiento, de aplauso y admiración?
Qué pena me da pensar que tanto ella como sus compañeros puedan estar interiorizando que son queridas en función de lo que hacen y no de lo que son. Están educándoles en la idea de que si suspende es un fracaso un fracaso así que no puede hacerlo para no decepcionar al mundo, lo que provocaría que dejaran de quererla.
Por suerte, los padres aún estamos a tiempo de evitarlo. Así que cuando nuestros hijos nos entreguen hoy o mañana el boletín de sus notas, podemos recordar qué valores queremos inculcarles. Si premias la tenacidad, el esfuerzo o la pasión por hacer algo, estoy convencida de que la importancia de sus calificaciones son relativas.
Deberíamos ser capaces de mirar a nuestros hijos por encima de sus logros académicos, sin que interfieran en nuestro vínculo con ellos. Quizás no estaría mal que en lugar de aplaudir o castigar por sus logros y decepciones, les empujemos a esforzarse para llegar a lo que realmente le interesa, a entender el porqué y para qué estudian, y a no aprender que la vida se explica con números.
Y si aún así dudas, piensa en todos los genios o figuras sobresalientes de la historia que fueron clasificados de pequeños como malos estudiantes, o incluso en personas cercanas que sin sobresalir en clase han llegado a alcanzar las metas que se han propuesto en su vida y disfrutan con su profesión.
¡Por cierto! Un último apunte. Quizás no todos los viajes sean instructivos, pero todos enseñan: piensa en ese maravilloso tiempo compartido entre padres e hijos.
Fotos | iStock
En Bebés y Más | Diez cambios en la educación que nuestros hijos necesitan y merecen, Ayudar a los niños a hacer los deberes: cuándo los padres podemos apoyar y cuándo es mejor dejarlos solos