Los padres quieren siempre lo mejor para un hijo, esperan que sea guapo, inteligente, parecido a uno de los progenitores, que sea buen niño, etc.
Dependiendo de lo que los padres deseen para su hijo, existen unos mecanismos ocultos tras estos deseos, son mecanismos inconscientes pero reales. Puede existir perfectamente una necesidad de control sobre el niño.
Cuando se espera que sea muy inteligente, pensando que será en un futuro todo un cerebro, hay tras este deseo dos posibilidades, o los padres son ambiciosos o piensan que la única manera de que una persona se defienda de los golpes que depara la vida, es la inteligencia.
Puede darse el caso de que tu hijo sea un auténtico genio, esto es motivo de orgullo pero cada don tiene su lado negativo si no es adecuadamente encauzado, un pequeño genio tiende a ser excluido por el resto de los compañeros, ya que no se identifican con él. Además, puede darse el caso de que el niño se autoexcluya al sentirse superior, este hecho permite que el desarrollo afectivo del pequeño corra un grave riesgo. El desarrollo afectivo debe acompañar al desarrollo intelectual, pues de no ser así, puede volverse un rebelde e incluso un problema para lo que le rodea. No es bueno que los padres se pregunten continuamente si estimulan lo suficiente la inteligencia del pequeño, es tan o más importante el desarrollo afectivo, que permitirá encauzar la inteligencia y si es una mente portentosa, los padres se darán cuenta enseguida.
No hay que perder el norte, ser egoístas pensando en lo importante que es que un niño demuestre ser inteligente, “son nuestros genes los que residen en este cerebrito”, estar continuamente intentando potenciar y estimular la inteligencia del niño no es nada beneficioso para él ni para los padres.
Todo en su justa medida, un adecuado desarrollo y atención afectiva, una justa estimulación intelectual, esto es lo que permitirá que un hijo pueda desarrollar plenamente todas sus facultades.
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