Con mi primer hijo cometí el tremendo error de desear que creciera demasiado pronto. Estaba tan emocionada con mi nuevo papel de madre, que ansiaba que el tiempo pasara rápido para ir descubriendo nuevas etapas y experiencias junto a él.
Así, cuando aún lactaba soñaba con el inicio de la alimentación complementaria, cuando gateaba ansiaba que comenzara a caminar, y cuando emitía sus primeros balbuceos no podía dejar de imaginar cómo sería el momento en que dijera 'mamá' por primera vez.
Pero cuando cumplió los tres años, algo en mí cambió. Fue como una bofetada de realidad que me hizo darme cuenta de que su etapa de bebé había acabado y yo me la había pasado más preocupada por conseguir que alcanzara nuevos hitos cada vez, que por disfrutar de los momentos que me regalaba.
Una reflexión personal
Cuando echo la vista atrás y pienso en aquellos primeros meses como madre primeriza, no puedo evitar sentir cierta nostalgia por lo tremendamente rápido que viví aquella etapa. No en vano, si pudiera volver al pasado tengo claro lo que le diría a aquella madre joven, inexperta y deseosa de vivir experiencias futuras en lugar de disfrutar de su presente.
Pero es que era tan feliz con mi bebé y había deseado durante tanto tiempo convertirme en madre, que cuando por fin cumplí mi sueño tuve la necesidad de vivir a marchas forzadas todas aquellas escenas y momentos que mi mente había recreado una y otra vez.
Por fortuna, la vida me ha dado una segunda y tercera oportunidad que he disfrutado conscientemente, con todos mis sentidos y sin mirar el reloj. Una segunda y tercera maternidad en las que no he buscado 'quemar etapas' demasiado rápido, y en las que la paciencia, la observación y el dejar fluir han sido mis principales mantras.
Cada bebé conquista los logros a su debido tiempo
Estimular a un bebé es bueno -siempre que se haga de forma respetuosa-, pero hemos de tener cuidado y no volcar en nuestros hijos las prisas por aprender, evolucionar y conquistar nuevos logros. Es fundamental dejarles espacio para disfrutar de su crecimiento, sin presiones ni objetivos elevados.
En este sentido, un bebé que crece en un entorno amoroso, con padres que le proporcionan seguridad y cariño, y con una estimulación positiva y adecuada, alcanzará todos los hitos de manera natural y respetuosa, sin necesidad de tener que "enseñarle" a hacerlo.
Por contra, un bebé que crece sin estímulos, sin contacto materno o desatendido, no crea las conexiones neuronales necesarias para un correcto desarrollo, y esto le afectará durante toda su vida. Porque es en estos primeros años cuando las sinapsis o conexiones entre las células nerviosas superan de largo las de un adulto.
Esto significa que el apego seguro cobra un lugar primordial en los primeros meses y años del bebé: esa apuesta por la confianza, la creación de unos vínculos seguros y estables con nuestros niños, puede que no les ayude a caminar antes, pero hará que su desarrollo social y emocional sean mejores.
A medida que nuestros hijos van creciendo también es habitual pensar en que si no los estimulamos correctamente ni les ofrecemos todo tipo de actividades y extraescolares, se aburrirán, sus notas serán más bajas o no lograrán tener un buen futuro laboral. Por eso, es fácil caer es una sobreestimulación que les quite momentos de ocio y disfrute, cuando lo realmente importante en los primeros años de vida es el juego libre como fuente inagotable de aprendizaje.
En definitiva, el juego libre, el respeto a los tiempos y el crecer en un entorno lleno de amor y atenciones hará que el bebé se desarrolle correctamente y alcance hitos según su propio ritmo, y sin la necesidad de tener que acelerar el tiempo.
Todo llega, y por propia experiencia te digo que eso de vivir demasiado deprisa acaba pasando factura a largo plazo, cuando echas la vista atrás y te preguntas: "¿en qué momento creciste tanto, bebé?"