El castigo forma parte de la educación desde hace mucho tiempo. En la televisión, por ejemplo, está tan normalizado que es habitual ver a los protagonistas de las series de televisión juveniles quedarse sin poder salir durante semanas por hacer tal o cual acción.
La gran mayoría de los adultos de hoy en día los hemos sufrido, a menudo por cosas que habíamos hecho sin querer, a menudo por cosas que ni siquiera habíamos hecho y a menudo por conductas que sí podrían considerarse inadecuadas.
Las razones de los castigos son tan dispares que muchas veces se viven como injustos y, si nos detenemos un poco a pensar en ello, podemos afirmar que los castigos son poco educativos y que pueden provocar consecuencias negativas.
Qué es un castigo
El castigo se podría definir como aquella acción realizada por una persona que provoca aversión o desagrado en otra y que tiene como finalidad eliminar o corregir una conducta o comportamiento molesto o inadecuado.
Los más frecuentes son:
- El tiempo fuera: prohibir al niño permanecer en el lugar o contexto donde ha exhibido una conducta considerada molesta o inapropiada (enviarlo a dormir, a su habitación, a la silla de pensar,…).
- La retirada de reforzadores o estímulos positivos: prohibir cosas que le gustan al niño (ver la TV, ir al parque, salir a jugar con los amigos, etc.)
- El castigo físico: que, como ya hemos hablado a menudo, no tiene nada de educativo.
El castigo es aparentemente eficaz
Es posible que la causa por la que el castigo permanece como herramienta educativa sea su aparente eficacia e inmediatez para controlar o detener el comportamiento inadecuado o quizás simplemente sigue vigente porque fuimos educados así y por lógica natural tendemos a actuar tal y como actuaron con nosotros.
En cualquier caso castigar a un niño no es la mejor manera de educarlo. Mediante el castigo, pese a que la conducta se extingue de manera puntual, la raíz del problema no se soluciona y son muchos los niños que, pese a haber sido castigados por una conducta, siguen haciéndola cuando pueden o cuando creen no ser vistos.
En otras palabras, los efectos del castigo son momentáneos. El castigo no provoca el desaprendizaje del comportamiento que se desea modificar ni ofrece una alternativa más adecuada y ello hace que la conducta tienda a repetirse.
Efectos secundarios del castigo
Emplear castigos como medida habitual de corrección provoca pérdida de confianza del niño hacia los padres o educadores, daña la autoestima del niño, que llega a desvalorizarse (sobretodo si piensa que no merece el castigo), se produce estrés, tensión y agresividad e incluso provoca el uso de la mentira o el engaño para evitar el castigo.
Muchos niños acaban distanciándose de sus padres y les “castigan” a ellos negándoles la comunicación y generando rabia y necesidad de venganza (no siempre consciente).
Muchos otros acaban perdiendo la espontaneidad y la creatividad (¿la niñez?) y se convierten en niños inseguros, temerosos y dependientes de la persona que lo castiga, pues evitan tomar decisiones que puedan ser erróneas y que puedan originar un nuevo castigo.
La importancia del día a día
“Empezad la disciplina a temprana edad. Aclarad muy bien las reglas y reforzadlas de inmediato y con consistencia. Reforzad la obediencia con caricias y frases como: ¡Muy bien! ¡Qué bien lo has hecho! Y después de disciplinarlo, dile que le quieres y que lo haces por su propio bien”.
Estos consejos, que muchas personas aplaudirían, compartirían y verían necesarios para criar y educar a los niños, no provienen de un libro de educación para niños, sino de un Manual para entrenar al Doberman Pinscher (probablemente ya desfasado, pues incluso los consejos para educar a los perros pasan en la actualidad por evitar los castigos.
Con esto quiero decir que llevamos demasiados años educando a los niños como si fueran perros, es decir, buscando la obediencia ciega, el “que sepan quien manda”, el “ésta es mi casa y aquí mando yo” y el “que vean que la vida es dura”.
La diferencia es que la naturaleza de los perros es ser serviciales y obedientes, pero la de los niños es ser libres.
Los diferentes estilos de educación
En la educación autoritaria, esa que se dice ahora que deberíamos recuperar los padres, los niños no tienen ningún derecho.
En la educación permisiva, esa en que los padres dejan que sus hijos hagan literalmente “lo que quieran” (que ni siquiera recibiría el nombre de educación, pues no se está educando), el niño tiene todos los derechos.
En una educación más democrática, donde reina la comunicación y el respeto mutuo, los padres y los hijos comparten derechos.
El castigo entraría a formar parte de la llamada educación autoritaria y el objetivo debe ser educar a un hijo para que viva en libertad, pero sin cohartar la libertad de los que le rodean (“vive y deja vivir”).
Educar requiere paciencia y el trabajo de los padres o educadores debe ir encaminado, siempre que sea posible, a mostrar alternativas y elementos que inviten a reflexionar, no sólo sobre el comportamiento considerado inadecuado, sino también sobre las consecuencias que provoca en los demás.
La finalidad, a mi modo de ver, es que los niños sean personas responsables, autocríticas y autónomas pero con valores propios, es decir, siendo su modo de vivir auténtico, originado en sí mismo y no en la obediencia a un ser superior (los padres).
Como decía Piaget, “la autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran”. Por ello la lucha debe ir encaminada a crear esa autonomía en los niños.
Para conseguirlo es necesaria la vía del diálogo y la comunicación, el ejemplo continuo de los padres en el día a día y la exigencia apropiada, siempre con amor.
El castigo es “el camino rápido” para atajar un problema y su efecto sobre la conducta es temporal. Difícilmente logra erradicar una conducta negativa de manera duradera y tiende a distanciar a padres e hijos y a humillar a los segundos.
¿Y entonces no se puede castigar?
Muchas personas defienden el castigo porque consideran que realmente hay actitudes que no se pueden tolerar y, si se repiten de modo insolente, el castigo es la única manera de hacer entender lo que es importante.
En cierto modo tienen razón, pero sólo de manera puntual. Las malas acciones, y sobretodo si las cometen los niños, suelen venir motivadas por un problema más crónico o duradero (se sienten infravalorados, necesitan más afecto, más tiempo con sus seres queridos, se aburren,…).
La travesura sólo es la punta del iceberg y el castigo, como hemos dicho, solo actúa sobre la parte más superficial.
Hay situaciones en que se entiende que es preciso detener una mala acción y hay lugares, como el colegio, en que hay muchos niños para un profesor. En este caso sería aceptable el castigo momentáneo como “medida de salvamento” y nunca como elemento educativo para a posteriori buscar la raíz del problema (aunque hecho de esta manera creo que no podemos llamarlo castigo, sino buscar detener una acción).
Muchos pensaréis que decir que en la escuela tampoco deberían castigar es permitir que los niños hagan lo que quieran. Nada más lejos de la realidad. Lo que trato de mostrar o explicar es que a los niños hay que educarles (sobretodo en casa) para que ellos mismos sean responsables de sus actos y personas autónomas que se respeten a sí mismas y respeten a los demás.
Las cosas caen por su propio peso y los mismos niños, cuando hay diálogo y comunicación, acaban por ver que sus actos tienen consecuencias (buenas o malas), se dan cuenta que la vida realmente no es un camino de rosas y ven que hay momentos en que podrían haber hecho caso a papá o mamá (y momentos en que habría sido mejor no hacerles caso).
Algunos ejemplos
- Si un niño pinta la pared con sus rotuladores podemos hacer que entienda que no debería haberlo hecho con un “ahora la pared está sucia porque la has pintado con el rotulador, habrá que limpiarla, si quieres te ayudo”. El hecho de limpiar ya ejerce la función educativa, pues el niño ve que su acto tiene una consecuencia (pared sucia) que debe ser reparada (limpiándola).
Con esto no quiero decir que haya que dejar que los rompa deliberadamente. Podemos detener la acción con un “si cuando te enfadas tratas así a los juguetes los tendré que guardar para que no se rompan” si lo consideramos oportuno.
Esta frase que parece un castigo o una amenaza es realmente una invitación a la reflexión para que el niño cree su propia regla. Si tira los juguetes serán retirados para que no se rompan, sin embargo, si los trata bien, podrá jugar con ellos tanto cuanto quiera. Él decide en todo momento cuándo puede empezar a tratarlos bien y comprende que las pertenencias propias también deben ser respetadas y que puede haber otras maneras de canalizar un enfado.
La intención, al fin y al cabo, es tratar que los niños sean felices, que los padres sean felices y que la relación entre padres e hijos sea la mejor posible. Es por ello que hay que tratar de utilizar métodos que no humillen, distancien o sean injustos para los niños (ni para los padres) y castigarles me temo que es no es uno de ellos.
Más información | Criar y amar, Ser padres sin castigar (libro digital)
Fotos | Flickr (vauvau), Flickr (lara604), Flickr (zaxl4), Flickr (fazen), Flickr (ria Yoshikawa)
En Bebés y más | ¿Por qué el castigo no funciona?, La justa medida de un castigo, El castigo físico se encuentra asociado al nivel intelectual de los niños