Ayer hablamos un poco de una de las argumentaciones que suelen darse cuando se habla de bebés, niños, educación y crianza (tema peligroso donde los haya): la frase “esto se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada“.
Esta frase parece sentenciar cualquier tema restando importancia al resto de argumentaciones y queriendo demostrar que las nuevas tendencias o estudios, que tratan de cimentar un nuevo camino en la manera de educar a nuestros hijos, parecen más bien tonterías de alguien que no tiene otra cosa que hacer.
Como considero que el saber no ocupa lugar y que, a pesar de todo, el mundo avanza y la sociedad también, me parece perfectamente lógico que el modo de interactuar con nuestros hijos avance también con los nuevos hallazgos en temas tanto de educación, de funcionamiento del cerebro, de desarrollo emocional e incluso de nutrición. Que se haya hecho siempre no significa que esté bien hecho.
Si ayer comenté tres casos en que es posible que alguien diga que “no nos ha pasado nada”, hoy traigo otros tres:
Dejarles que lloren un poquito
Antiguamente se decía que era bueno que los niños lloraran porque así se les expandían los pulmones, o simplemente para que vayan aprendiendo que en la vida no van a tener todo lo que quieran.
Es cierto que la vida puede ser más o menos dura y está claro que no se puede tener todo, sin embargo no es necesario hacérselo pasar mal a un bebé “para que aprenda” porque queramos o no, las decepciones o las frustraciones van a llegar sí o sí.
Sobre el tema de los pulmones, tampoco hace falta extenderse mucho. Cuando cogen aire los pulmones se expanden y cuando lo sueltan se contraen. El llanto no produce ningún efecto beneficioso a nivel pulmonar.
En fin, que cuando un padre (o una madre) dice que no quiere dejar que su hijo llore es el momento en que alguien responde que “esto se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada”, que a los niños se les tiene que dejar llorar, que “yo lo hice con el mío y no se ha traumatizado”, que porque llore un poco no se va a morir,...
Bien, pues volvemos un poco al tema de pegar a los niños. Hay autores que están comentando que incluso el modo en que nacemos, el trato que recibimos o cómo nos sentimos en ese instante puede afectar a nuestro modo de ser o a nuestro carácter.
En los primeros años de vida el cerebro crece hasta casi duplicar su tamaño. Este crecimiento se basa en conexiones neuronales nuevas que no existían al nacer. Estas conexiones se realizan en base a las vivencias del bebé. Esto quiere decir que un bebé que vive con una familia que atiende su llanto vive en un estado de calma y tiene un cerebro diferente al de un niño cuyo llanto no es atendido que, probablemente, vivirá con más tensión y estrés.
Mojar el chupete en diversas sustancias
Antiguamente era habitual utilizar la succión del chupete de los niños para conseguir algunos efectos. Había quien lo mojaba en azúcar, en miel o en leche condensada, con lo que el niño aseguraba unos cuantos minutos de silencio y tranquilidad.
Otra solución era mojarlo en alguna bebida alcohólica, como por ejemplo vino. El niño se relajaba y al ratito, hasta se dormía.
“Esto se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada“, pero el riesgo de caries era evidente y por ello se desaconseja mojar el chupete en nada que pueda producirlas y el alcohol es un estupendo “mataneuronas”, poco aconsejable para aquellas personas cuyo cerebro está creciendo y desarrollándose como nunca lo hará.
Darles leche artificial
Los papás de hoy en día somos una de las llamadas generaciones del biberón. Muchos tomamos teta hasta los 3 meses, cuando los pediatras indicaban iniciar la alimentación complementaria y cuando muchas mamás empezaban a “quedarse sin leche” (probablemente coincidiendo con algún brote de crecimiento de los bebés, que demandaban más pecho) y nos empezaban a dar biberones con leche artificial.
Ahora hay mucha más información sobre la lactancia materna, pero aún quedan muchas mentes por abrir y ésta información debe llegar todavía a muchos padres y madres, a muchos futuros padres y madres, a muchos abuelos y abuelas, a muchos futuros abuelos y abuelas y a muchos profesionales de la salud, que siguen, muchos de ellos, con los conocimientos de aquellos años.
Esta diferencia de conocimientos está haciendo que muchas mamás que dan el pecho reciban consejos de complementar con leche artificial porque “está bajo de peso”, porque “te pide demasiado” o por la razón que sea.
Muchas mamás defienden sus lactancias a capa y espada y esto hace que muchos interlocutores acaben por decir que “todos hemos tomado leche artificial y mira, aquí estamos”.
Está claro que la leche artificial no es veneno. Los niños crecen normalmente y reciben una cantidad de nutrientes que necesitan, ahora bien, el problema de tomar leche artificial no es la leche que se toma en sí, sino la que no se toma.
El niño que toma leche artificial no toma leche materna y ésta protege de enfermedades como la diabetes tipo 1 y tipo 2, previene de la obesidad y tiene una cantidad de proteínas menor que la leche artificial (a menos proteínas, menos trabajo debe hacer el riñón de un bebé).
Lo que voy a decir es una hipótesis que todavía no tiene respaldo científico (que yo sepa). Quizá algunos de los problemas de salud actuales en la población adulta (hipertensión, muy ligada al funcionamiento de los riñones, obesidad o diabetes tipo 2) serían menos importantes o numerosas si nos hubiéramos alimentado con leche materna durante más tiempo.
Siguiendo con esta hipótesis, podría ser también que el aumento de casos de diabetes tipo 1 estuviera relacionado con las bajas tasas de lactancia materna.
También muchas mujeres que están padeciendo cáncer de mama o de ovarios podrían no haberlo padecido si hubieran dado el pecho durante un tiempo más o menos prolongado (el riesgo disminuye un 4,6% por cada 12 meses que da el pecho y esto no es una hipótesis).
Resumiendo
Hay muchas cosas que se han hecho toda la vida y muchas personas se atreven a afirmar que no les ha pasado nada. Como ya he comentado, no todo lo que es malo provoca la muerte instantánea ni te deja mermado psicológicamente de por vida.
Nuestro cuerpo y nuestra mente son el fruto de todas y cada una de nuestras vivencias y, personalmente, prefiero criar a mis hijos en base a mis creencias (que en muchos casos no son las de toda la vida) porque probablemente tampoco les “va a pasar nada” por hacerlo de este otro modo.
Por cierto, ¿se os ocurre algo más que “se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada”?
Fotos | Flickr (Pink Sherbet Photography), Flickr (XavMP)
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