Por qué mi hijo es de los que peor dibuja de su clase (y por qué no le ayudo a mejorar)‏

Por qué mi hijo es de los que peor dibuja de su clase (y por qué no le ayudo a mejorar)‏
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Hace cosa de un año mi hijo de 5 años dibujó en clase, junto con sus compañeros, un cangrejo que representaba la clase a la que pertenecían (eran la clase de los cangrejos). Su dibujo fue seleccionado de entre todos para ser algo así como el logotipo de la clase, el dibujo que saldría impreso en todas las páginas de sus trabajos y en todo el material que utilizarían.

Cuando nos enteramos de ello nos sentimos orgullosos de nuestro hijo y de sus capacidades artísticas (como cualquier padre se sentiría, vamos). Incluso pensé que había heredado el buen hacer ante el papel tanto de su padre (siempre me han dicho que dibujo muy bien), como de su madre, que dibuja muy bien.

Sin embargo, a lo largo de este curso, he podido ver los dibujos de otros niños y son más coloridos, más complejos y más realistas que los que hace mi hijo. Suelen colgar algunos en el exterior, para que los veamos los padres (eligen los más chulos, al parecer) y los dibujos de mi hijo no parecen merecer ese honor. Entonces, comparando, me doy cuenta de que mi hijo es de los que peor dibuja de su clase. Tras darle varias vueltas al asunto he entendido por qué y a continuación os explicaré, además, por qué he decidido no ayudarle a hacerlo mejor.

Sus dibujos no tienen volumen

Como podéis ver en el dibujo que encabeza la entrada, sus dibujos no tienen volumen. Digamos que lo único que aporta un poco de “masa” es la cabeza, por ser un círculo y el cuerpo, siendo las extremidades unos palos que terminan con otros palos que hacen las veces de manos y pies. Los dibujos que he podido ver en sus compañeros de clase llevan ropa, a veces con botones, los brazos tienen volumen y a veces dibujan hasta manos y dedos. Las piernas también tienen volumen y muchos pintan unos bonitos pantalones y unos zapatos.

Sus dibujos no tienen color

Al no haber casi zonas con volumen hay muy poco que pintar. De todas maneras, lo poco que hay por pintar no lo pinta y, si lo hace, utiliza un solo color para todo. Imaginad la cara que se nos queda cuando alguien le regala un cuento de colorear, a veces acompañado por un precioso surtido de colores con el que pintarlo, y utiliza un solo color para pintarlo todo, saliéndose bastante y cansándose enseguida (“papá, sigue tú”).

Los dibujos de sus compañeros, en cambio, están llenos de color. Son variados, llevan ropas con colores combinados, pantalones a juego (o no) y hasta hay niñas que pintan unos círculos rojos a modo de mejillas en las caras de sus personajes.

No dedica apenas tiempo

Como sus dibujos son un entramado de círculos y palitos por todas partes no tarda demasiado en hacerlos, dedicando sólo el tiempo necesario para completar lo que está dibujando. A veces, si quiere dibujar más, gira la hoja y sigue por el otro lado.

Los dibujos de sus compañeros y compañeras deben llevar su tiempo por lo detallados que son, por las combinaciones de color que obliga a los niños a cambiar de lápiz en varios momentos y porque algunos pintan suelo, flores y otros elementos.

Mi preocupación

Tras ver todo esto, y sabiendo que el año pasado su dibujo del cangrejo fue seleccionado como el mejor, empecé a pensar que mi hijo no estaba aprendiendo suficiente o que no ponía el empeño necesario a la hora de dibujar. Pensé también que quizás no sabía hacerlo mejor y que quizás podría ser buena idea enseñarle cuatro truquitos para empezar a dar volumen a sus dibujos y para empezar a darles color, de manera que quedaran más bonitos.

De repente entendí...

Sin embargo, de repente entendí por qué mi hijo es de los que peor dibuja de su clase, ya que dejé de pensar como el Armando niño, el que hacía dibujos que la gente valoraba como bonitos o preciosos y empecé a pensar como él, simplemente observándole, dándome cuenta de que él utiliza el dibujo, no como una herramienta para hacer algo vistoso que luego alguien debe evaluar para decir cuán bonito es, sino como un método para comunicarse. Digamos que Jon dibuja para explicar lo que no sabe explicar con letras o lo que tardaría un rato en expresar con palabras (una imagen vale más que mil palabras). Digamos que dibuja lo que está representando en su imaginación y el objetivo es contarlo, sin más.

Me costó entenderlo (cortito que es uno), pero al dar con ello me alegré y de repente perdí la necesidad de ayudarle a hacerlo mejor. Mi hijo dibuja cuando quiere hacerlo. A veces está jugando con sus muñecos y de pronto siente la necesidad de plasmar algo en el papel. Entonces corre al armario, saca un papel, coge un bolígrafo cualquiera (a veces un rotulador) y, con pasión desenfrenada, empieza a dibujar personajes haciendo algo concreto. A veces, como digo, gira el papel y sigue. A veces corre a por otro papel y a veces simplemente se queda con la primera de sus obras.

Entonces la deja ahí y la va mirando mientras sigue jugando, como si le sirviera de guía o como si evaluara qué debe contener el siguiente dibujo. A veces aparece con uno enseñándonoslo y muchas otras veces (la mayoría) los vemos de casualidad, cuando entramos en la habitación y vemos lo que ha hecho.

No pretende agradar

Cuando nos los trae nunca dice “mira papá, lo que he hecho”, esperando agradar como el niño que quiere ser felicitado por hacer algo bonito, sino que nos los enseña para explicarnos lo que ha dibujado “este es tal, este es cuál y aquí le está diciendo que haga esto o lo otro“.

Entonces me acuerdo de los dibujos de los niños de su clase y observo a un niño que sonríe, quizás alguna flor, un árbol o una casa y veo una especie de foto. Veo el dibujo de una foto en el que un niño sonríe con un bonito paisaje de fondo. Observo entonces los de mi hijo y veo que, en cualquiera de sus dibujos, si le pregunto, me explica una situación, un suceso, algo que está pasando, algo que quiere contar.

De ayudarle, el dibujo dejaría de ser comunicación

Y esa es la diferencia. Yo siempre he dibujado porque me gustaba hacerlo, pero en parte con la intención de que luego lo viera alguien y me diera su felicitación después o para recibir la aprobación de mis padres o tutores, o de los adultos, a los que yo presuponía con la sabiduría suficiente como para juzgar mis capacidades. Así fui cambiando mi manera de hacer según las puntuaciones de los profesores, fui adaptando los dibujos según me dijeran que era bonito o que no lo era tanto y así borraba cosas que hacía porque “esto no va a gustar”.

Si llego a coger a mi hijo y le explico algunas técnicas para hacer dibujos bonitos habría modificado el objetivo. De método de comunicación puro y duro, donde prima la historia y no cómo se cuenta, habría conseguido desviar el método hacia algo donde prima más el modo de contarlo que la historia. De hecho, muchas veces, ni siquiera es necesaria una historia (quien dibuja un sol, una casa, un campo, un coche y una flor no está explicando un suceso).

Y ya no sólo eso, si le hubiera dicho cómo dibujar para hacerlo más bonito le habría hecho creer que es importante que sea bonito, le habría hecho creer que yo sí sé cómo deben ser los dibujos y que él no los está haciendo bien y le habría hecho creer que, para que valga la pena dibujar, alguien debe decirte después que lo has hecho bien.

Ahora sólo me queda esperar que en el colegio respeten sus dibujos como método de comunicación y que no caigan en la necesidad de enseñarle a hacerlo bien, básicamente, porque ahora disfruta como un enano (nunca mejor dicho) dibujando cuando siente la necesidad de hacerlo y no sé si seguirá haciéndolo el día que se sienta obligado a dibujar para agradar.

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