A lo largo de su desarrollo los niños pasan por diferentes hábitos alimentarios, que se van adaptando a las diferentes necesidades evolutivas en cada etapa. A partir de los 3 años su dieta ya debe incluir todos los grupos de alimentos, sin embargo a veces es difícil conseguir que los pequeños de la casa se familiaricen con todos los sabores. Te explicamos la importancia de una alimentación equilibrada y cómo enseñarles a comer de todo.
La importancia de una dieta equilibrada
El objetivo de la alimentación del niño en edad preescolar es asegurar un crecimiento y desarrollo adecuados, teniendo en cuenta su mayor nivel de actividad física y cognitiva, para prevenir enfermedades nutricionales.
Esta etapa además, sienta las bases de los hábitos alimentarios que el niño tendrá durante su vida adulta. Por este motivo es muy importante acostumbrarle a mantener una alimentación equilibrada, evitando alimentos con baja calidad nutricional como las chucherías o la bollería industrial.
Una mala nutrición, ya sea por escaso aporte de nutrientes o por aumento de necesidades, repercute directamente en la salud de los pequeños pudiendo suponer un pobre crecimiento, defensas bajas o enfermedades.
Una alimentación desequilibrada acarrea un déficit de nutrientes esenciales. Por ejemplo: el Omega 3 DHA es fundamental para el desarrollo del cerebro, sin embargo el 50% de niños españoles ingieren menos de la cantidad mínima recomendada por los especialistas en nutrición infantil. La carencia de otras vitaminas y nutrientes como el hierro, el calcio o la vitamina D, pueden causar anemia, raquitismo y debilidad ósea.
Los lácteos, un alimento básico para los niños
Una dieta saludable ha de ser variada e incluir todos los grupos de alimentos en pequeñas porciones, limitando a consumo ocasional los alimentos con baja calidad nutricional y alto aporte energético como las chuches, los dulces industriales o los refrescos.
En el caso de los escolares los lácteos merecen una mención especial, ya que la leche sigue siendo muy importante en la dieta de un niño pequeño. Esta les proporciona calcio y vitamina D para ayudarles a desarrollar huesos fuertes y prevenir enfermedades. Según los pediatras, los niños de 3 años requieren 700 miligramos de calcio y 600 unidades internacionales (UI) de vitamina D (que ayuda en la absorción del calcio) al día. El consumo de 2-3 lácteos al día contribuye significativamente a alcanzar estas ingestas, sobre todo si están enriquecidos en vitamina D.
Curiosamente, la leche de vaca no modificada contribuye a un excesivo aporte de proteínas mientras que contiene una baja cantidad de hierro, vitamina D, folatos y DHA, entre otros nutrientes que son esenciales para esta etapa del desarrollo del niño (el aporte de hierro y de DHA son, de hecho, primordiales en el desarrollo cognitivo del niño ya desde el embarazo).
Una opción útil es proporcionarles una leche que contenga una menor proporción de proteínas y un aporte adecuado de los nutrientes que el niño necesita. En este sentido, una buena leche de crecimiento y desarrollo puede ayudar a los pequeños a mantener una dieta equilibrada y a alcanzar sus requerimientos nutricionales de forma rápida y sencilla.
Esta sería una estrategia adecuada para todos los niños siempre en el contexto de una alimentación equilibrada que permita que sus gustos alimentarios continúen definiéndose correctamente. La leche de crecimiento nos permite contribuir al desarrollo sano de nuestros hijos con un gesto tan sencillo como cambiar un vaso de leche de vaca por otro de leche adaptada a sus necesidades específicas.
Cómo podemos enseñarles a comer de todo
Un buen hábito alimentario se basa en una relación positiva con la comida. Para conseguir esto es importante que no acostumbremos a los niños a asociar la comida a castigos ni premios. Tampoco debemos camuflar los sabores con recetas demasiado elaboradas o salsas industriales que además, en la mayoría de los casos, aumentan la ingesta de ingredientes poco saludables.
Los niños necesitan descubrir la comida explorando, tocando, oliendo... Por eso se recomienda que para que acepten los alimentos, les dejemos que ellos mismos sean quienes los cojan y los coman sin que nadie les obligue, les engañe mediante juegos, les amenace ni les chantajee.
Los pequeños relacionan la obligación con el castigo. Por eso, a menudo conseguimos el efecto contrario al deseado si nos empeñamos en obligarles a comer cosas que no les gustan o forzamos las cantidades.
A veces resulta imposible conseguir que un niño pequeño ingiera un determinado tipo de alimento. Esto es completamente natural. Todos tenemos nuestros gustos y preferencias personales, que además van cambiando con el tiempo. Si a nuestro hijo no les gusta un alimento, debemos respetarlo y sustituirlo por otro del mismo grupo alimentario cuyos beneficios y nutrientes sean parejos.
En el caso en el que el rechazo sea hacia un tipo completo de alimentos (que el niño no pruebe ningún pescado o no le gusten las verduras) podemos probar a familiarizarles con ellos implicándoles en todo el proceso, desde su cultivo hasta su ingesta.
Plantando un pequeño huerto urbano o llevándoles al mercado con nosotros y después involucrándoles en el proceso de preparación de la comida, les convertimos en partícipes de todo el proceso y facilitamos que se vayan familiarizando poco a poco con los alimentos que menos les gustan, cuidándolos y/o preparándolos ellos mismos.
Por último, el ejemplo que les damos en casa resulta primordial para conseguir que nuestros hijos coman de todo y mantengan una dieta sana y equilibrada. Si nos ven comer de todo, y las frutas y verduras forman parte de los alimentos que se exponen diariamente en nuestra mesa, serán mucho más propensos a probarlos de pequeños e incluirlos en sus platos el día de mañana.
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