El amor es uno de los temas que con mayor frecuencia vemos como línea principal en la ficción. Desde libros y obras de teatro hasta series y películas, el género romántico es uno que nos ha hecho disfrutar infinidad de historias de todo tipo y, debemos admitirlo, con toda clase de clichés y tropos (ideas que se repiten en distintas películas o series).
Sin embargo, el problema del romance en la ficción es que muchas veces muestra personas y situaciones idealizadas, que nos dibujan una idea del amor que, en la mayoría de los casos, no coincide con la realidad y que en consecuencia nos hacen sentir que nuestra vida amorosa poco tiene de interesante.
Así es como Los Bridgerton (y muchos otros galanes ficticios del cine y la televisión) pusieron el listón muy alto y han arruinado nuestras expectativas sobre el amor.
La culpa la tiene Nora Ephron
Aunque comenzamos hablando sobre los galanes de Netflix, lo cierto es que la influencia de las comedias románticas en nuestra vida personal -y lo que esperamos encontrar en el amor- no comenzó con este servicio de streaming (después de todo, apenas tiene 15 años). Así que viajemos un poco al pasado.
No podemos hablar del amor en la ficción sin nombrar a la persona más icónica en el género de la comedia romántica, Nora Ephron. Como cualquier mujer millennial, crecí viendo aquellas películas ultra cursis protagonizadas por Meg Ryan en los noventas, donde siempre podíamos esperar un final feliz, muchas veces acompañado de una grandiosa demostración de amor. ¿A quién no le emocionaba ver cómo Meg y Tom Hanks se enamoraban sin conocerse en Tienes un email, para luego complicarse todo y al final respirar de alivio al ver que terminaban juntos?
Esta secuencia la encontramos en muchas comedias románticas hasta la fecha: los enamorados se enfrentan a desafíos, desacuerdos y diferencias, pero siempre son capaces de superar cualquier obstáculo, teniendo a veces un desarrollo personal que llegaba a transformarles por completo hasta que, finalmente, el amor prevalecía y "vivían felices para siempre" - aunque esto último nos suena un poco más al antiguo Disney y el verdadero origen de esa expectativa en particular quizás se encuentre ahí.
Anthony Bridgerton y los hombres que cambian por nosotras
Pero volvamos al personaje principal de este escrito, Anthony Bridgerton. Lo he elegido a él no solo porque Jonathan Bailey, el actor que lo interpreta, nos hace suspirar con sus miradas, sino porque es un claro ejemplo de un cliché romántico: el hombre que cambia y/o lo deja todo por amor.
Anthony es la personificación de lo que muchas mujeres en la vida real nos hemos encontrado al momento de buscar pareja: el "casi" perfecto. Atractivo, buen hijo, gran hermano, con una personalidad encantadora... pero terriblemente malo para el compromiso. Hasta que conoce a Kate.
En la misma serie, encontramos en una temporada previa a Simon Basset, el duque que a pesar de tener claro que nunca jamás se casaría y mucho menos tendría hijos, termina enamorándose y comiéndose sus propias palabras, convirtiéndose en un esposo y padre amoroso y dedicado. Mentiría si dijera que nunca me enamoré de alguien como ellos esperando que algún día cambiara tal y como lo muestra la ficción. (Sorpresa: no cambió nunca).
Y es que ambos personajes son justamente lo que muchas mujeres que nos hemos visto en esa posición anhelamos tener: una persona que se da cuenta que no puede vivir sin nosotras y que deja de lado todos sus vicios, prejuicios y cosas negativas, para tener como único propósito el ser felices juntos cueste lo que cueste, declarándonos su amor incondicional.
“La amo, la he amado desde el momento de la carrera en el parque, la he amado en cada baile, en cada paseo, estando juntos, estando separados. No tiene que aceptarlo, no tiene que admitirlo, ni siquiera permitirlo y no lo hará, pero debe saberlo. En su corazón debe sentirlo porque yo lo siento. La amo”. - Anthony Bridgerton en 'Los Bridgerton'
Encima de mostrarnos el fantástico cuento de que los hombres adultos pueden cambiar de la noche a la mañana por amor, los protagonistas románticos de Netflix prácticamente recitan poesía al momento de reconocer que están enamorados, algo que tampoco suele suceder en el mundo de las citas.
De meet cutes y otros encuentros
Otra cosa que sin duda ha influido en las expectativas amorosas es el meet cute. Ese encuentro inusual, gracioso, tierno o encantador entre dos desconocidos, en el que el amor se da casi a primera vista y nada-más-en-la-vida-tiene-sentido porque estaban destinados a estar juntos.
Estos momentos en los que los planetas parecen alinearse y ponernos al amor de nuestras vidas frente a nosotros, suelen suceder en lugares que van desde lo cotidiano, como la línea de una cafetería, paseando al perro en el parque o leyendo en la biblioteca, hasta situaciones que no ocurren con frecuencia, como en la reciente comedia de Netflix La probabilidad estadística del amor a primera vista, en la que Hadley y Oliver son dos desconocidos que se conocen en un aeropuerto y se enamoran durante un vuelo a Londres, pero un giro inesperado los separa y luego hacen todo lo posible por reencontrarse.
Curiosamente, en mi adolescencia viví este preciso meet cute: conocí a mi primer novio durante un vuelo y me encantaba la idea de contar cómo nos habíamos conocido y enamorado. Por que si nos conocimos de forma tan inusual y particular como en las películas seguro era nuestro destino estar juntos, ¿cierto? Pues no. Al final la relación solo duró unos meses y cada uno tomó su camino.
El friends to lovers y otros tropos que nunca me sucedieron (ni sucederán)
Las grandes historias de amor en Netflix, y en muchísimas otras series y películas fuera de esta plataforma, hacen que nuestra vida amorosa parezca todo lo opuesto de emocionante porque no cumple con los tropos que más nos gusta ver en la gran pantalla.
¿Dónde está ese mejor amigo que un buen día despierta y se da cuenta que somos el amor de su vida, como sucede con otro hermano Bridgerton? ¿O ese archienemigo del que inesperadamente nos enamoramos al tiempo que él se enamora de nosotras porque -como lo dice la ficción que gira en torno al tropo enemies to lovers- "los opuestos se atraen"?
No es que esto no le vaya a suceder a alguien nunca en la vida, pero vamos, es poco probable que suceda. Son muchas más las historias que conozco de buenos amigos que intentaron ser pareja y fracasaron, así como las de rivales que jamás pudieron siquiera llegar a llevarse bien porque, naturalmente, chocaban en muchas cosas y formas de pensar.
Un tropo que recuerdo haber vivido fue otro altamente popular: segundas oportunidades. Me reencontré con un exnovio y ambos decidimos volver a intentarlo un par de años después, pero así como me sucedió con el meet cute, encajar en un cliché romántico no significa que el destino nos haya reunido (y tal como pasó con el del avión, cada quien tomó su camino).
El amor no es como lo pintan
Mi forma de ver el amor ha evolucionado con el paso de los años y hoy estoy muy lejos de ser la misma joven que se emocionaba con cada encuentro ligeramente inusual o al conversar con chicos con los que tenía varios intereses en común. Claro, sigo y seguiré emocionándome con las historias de amor que disfruto tanto en la pantalla como en los libros, pero entendí que la vida real no es igual a ellas.
Y, a riesgo de sonar aburrida, me alegro que no sea así. Aunque sin duda son emocionantes, los protagonistas siempre suelen pasar por situaciones complejas y extraordinarias en las que lo arriesgan todo y por lo regular hay mucho drama de por medio. La vida real se encargó de mostrarme que es mucho más satisfactorio cuando las cosas se dan de forma natural y a su ritmo.
Al final del día el amor saludable, respetuoso y sincero que muchas anhelamos tener (y que finalmente encontré en mi pareja actual) no tiene mucho que ver con tener algo interesante o emocionante por contar de nuestra historia juntos, sino con el entendimiento y la calma que sintamos al estar con la otra persona. Pero ese es tema para otro día.
Fotos | Netflix